lunes, febrero 09, 2004

Hace unos días apareció un artículo de un X sobre la burocracia. Se titulaba "El pecado de ser burócrata". Salió en El Financiero. Bueno, pues resulta que el tipo tenía una hipótesis que me pareció válida y que ahora comparto con ustedes, lectores de la burocracia (entre siete y ocho, según nuestro contador de los servicios de inteligencia del Estado Mexicano, que podrán fallar a la hora de no permitir que unos braceros ingresen al rancho presidencial, pero que sí son muy buenos para saber cuántos nos visitan a esta su casa weberiana):

-- El aumento de la burocracia no es sino una consecuencia de la consolidación del régimen democrático liberal.

¿Ah, verdad?

¡Quíhubole!

El tipo argumenta su línea afirmando que, entre más se extienda la garantía de la defensa de los derechos civiles y sociales entre la población, más grande debe ser la presencia de funcionarios públicos encargados de la ejecución de dichas tareas.

Es decir, si el Estado tiene más oficinas para atender a las mujeres, los jóvenes, los discapacitados, si posee más agencias dedicadas a la salud, la educación, la cultura, la seguridad nacional, si entre sus funciones está atender hasta el último ciudadano de este país, pues, entonces, el número de servidores públicos deberá crecer porque, de lo contrario, sólo serían buenas intenciones e ideas que no tendrían operadores específicos para llevarlas a cabo.

¿O qué? ¿Instauramos jornadas de 18 horas laborales para los que queden? O, en un caso extremo, ¿si cerramos la ALDF, los actuales diputados federales les gustaría ser legisladores y asambleístas al mismo tiempo?

El servicio público crea valor de una manera diferente al que podría considerarse sólo como pérdidas y ganancias.

Tomadlo en cuenta.