miércoles, junio 02, 2004

Hace un tiempo escuché a una tipa que se llama Anabel Ochoa, sexóloga española con dientes chuecos, decirle a un puberto X en un programa chafa de televisión que le bajara a sus pretensiones de neonazi o de raza superior del Valle de Anáhuac. La razón era simple: nunca sabes cuándo te puedes convertir en minoría o en aquello a lo que atacas regularmente por tu posición privilegiada. Eso es algo que nos sucede a muchos dentro de la Administración Pública Federal, tal y como lo demuestra la siguiente chaqui-aventura.

El sábado pasado mi esposa tuvo un accidente en Boston de Juárez, Mass: unos brasileños no alcanzaron a frenar cuando circulaban por alguno de sus freeways y golpearon la parte trasera del auto donde viajaba en compañía de sus familiares. Debido a la infinidad de trámites con el seguro de allá, la visita al doctor se pospuso indefinidamente. Por cierto, la patrulla que llegó al lugar sólo atinó a decir algo así como bueno, a'i se arreglan con los de su seguro, ¿no?

Al volver al D.F. con mayor dolor en la espalda y el cuello se hizo necesaria --urgente-- la atención médica. El doctor de su empresa le dijo que podía darle un pase automático al IMSS para ser valorada en ese mismo momento, pero, debido a que se presumió una lesión no considerable, se optó por tomar el medicamento y esperar a que todo pasara naturalmente. Sin embargo, el lunes la cosa se complicó y el esguince cervical de primer grado tuvo su momento de gloria, ergo, había que asistir inmediatamente a algún Seguro Social para ser curada y, sobre todo, comprobar la enfermedad vía una incapacidad que evitara el castigo bíblico al que se hacen sujetos los que faltan a su trabajo y no cuentan con algún papel que compruebe que --en efecto-- estuvieron enfermos.

Ahí comenzaron las dificultades de la burocracia.

No estaba dada de alta en el IMSS y su residencia ya no es la que marca la famosísima “hoja rosa”. Tuvimos que asistir a la U.M.F. correspondiente y ahí, con todos los clichés y lugares comunes que caracterizan una visita al Seguro, fuimos encomendados por las simpatiquísimas funcionarias de la ventanilla a realizar n trámites para poder ser atendidos ese mismo día. Eran las 08.00 horas y la carrera contra reloj había comenzado. Debíamos reunir los requisitos antes de las 19.30 horas si buscábamos cruzar el umbral del consultorio ese mismo día. Los trámites que nos solicitaron fueron:

a) Obtención de un comprobante oficial (agua, predial, luz) del nuevo domicilio.
b) Carta notificatoria de la empresa sobre el cambio de domicilio.
c) Talón comprobante del IFE de cambio de domicilio.
d) Trámite correspondiente en la ventanilla de Vigencia de Derechos del IMSS

De entrada, no parecen ser muchos requisitos, pero sumados en tiempo y desplazamientos, nos llevaron todo el día conseguirlos. El comprobante domiciliario tuvimos que encontrarlo en algún restaurante de la Condesa propiedad de un pariente. Luego, ir hasta la empresa para pedirle a la encargada de Recursos Humanos que por favor hiciera la carta dirigida AQC. El chiste aquí no fue solicitarla, sino hacerle la chillona porque, según, es un trámite que se tarda tres días y nosotros la necesitábamos a-ho-ra. Luego, ir al módulo del IFE para solicitar el cambio de domicilio, pero como Murphy no descansa nunca, resulta que el primer módulo al que fuimos carecía de electricidad, por lo que tuvimos que buscar otro en el que, oh sorpresa de la democracia mexica, estaba lleno de entusiastas defequenses dispuestos a esperar en la fila para obtener su credencial de elector más de lo que cualquiera de nosotros lo haría por los boletos para ver a los Pumas en la final.

Posteriormente, y ya con carta y talón del IFE, volver a ir a la clínica familiar del IMSS para hacer el trámite final. No puedo negar que cuando el tipo encargado de dar de alta a las personas revisaba la documentación, nuestra alma pendía de hilos... literalmente. En fin. Logramos la inscripción antes de las 19.30 y creímos que todo estaba yendo mejor. Sin embargo, esa fue una parte más, no el término de la guerra.

Luego, hacer la fila para esperar la consulta. De nuevo, más y más gente esperando y una doctora que, aunque su horario de salida es a las 20.00 horas, a las 19.55 (cuando ya nos tocaba la atención médica) decidió que ya no era suficiente su tiempo, por lo que nos conminó a ir al día siguiente. Vaya. A estas alturas se trataba más bien de cuestión de orgullo el que no nos iríamos sin haber visto al doctor, así que nos desplazamos al área de urgencias para, adivinaron, hacer más fila y entrar --¡por fin!—a consulta 14 horas después de haber iniciado todo el trámite.

Movernos centro-oriente de la ciudad varias veces, pagar taxis como quien da el diezmo, buscar en Internet los módulos del IFE, llamar al mismo IFETEL, mal comer y soportar las fricciones naturales entre pareja que surgen en estos casos, fueron algunos de los aderezos de este very hard day.

Todo valió la pena cuando vi que aparecía con collarín hecho en casa y con incapacidad en mano, sobre todo por lo perro que se ponen en su empresa cuando alguien se enferma: si faltas te castigan dos meses y si faltas por enfermedad, sólo un mes... es decir, nunca debes faltar aunque llegues en muletas y con traumatismo craneoencefálico. Primero muertos que tarde es la consigna.

Aquí acabaría la historia, pero el punto está en que no sabemos cuándo transitaremos de un papel a otro en nuestra vida cotidiana, es decir de mayorías a minorías sin pasar por el filtro de las elecciones. En un momento puedes tener el poder de decidir si tu jornada laboral ha terminado, aunque aún no sea la hora, o bien, si necesitas hacer un trámite que ya no depende de tu voluntad, sino de la del otro.

Espero que pronto caigan esas tipas del IMSS en nuestros dominios burocráticos, en otras trincheras de la APF, para que vean lo que se siente ser polaco en Auschwitz...