lunes, junio 13, 2005

Saturday bloody saturday

El sábado fue un día pésimo deportivamente hablando. Primero, nuestro adoptado Osasuna cayó ante el Real Betis en la prórroga. Luego de su certera reacción con el gol de Aloisi, la descolgada que concluyó eficazmente Dani dio al traste con las ilusiones del pueblo navarro (y de muchos mexicanos, huelga decirlo). En fin. Así es el fútbol. Ahora, a continuar.

Unas horas después, la final de la Primera División A en México. El Querétaro contra el San Luis. Por supuesto, estábamos con los primeros. Entre las razones están 1.- Querétaro nos acogió durante la huelga de 1999 y los partidos de locales de Pumas se jugaron en La Corregidora y 2.- el San Luis es el hermano bastardo de los de por sí bastardos amierdicanistas. ¿Y qué ha pasado? Nada, que el heredero del Atlético Potosino (y que además ha usurpado los colores azul y oro en su jersey) le ha ganado a los Gallos Blancos en la prórroga. Joder. Casi al final, Collazo, otro ex universitario, tuvo la posibilidad de enviar todo a la tanda de penales y, sin embargo, falló de mala manera. Ahora el Imperio se ha reforzado y tendrán a tres cuadros en la Liga mexica.

Inmediatamente después, la carrera donde competirían la Guevara y la Williams en Monterrey. Ja. Aquí ya no hay mucho más que comentar: ganó la afroamericana. Y sin despeinarse. Cada vez se ve más difícil que la mexicana pueda arrebatarle el lugar de honor que alguna vez ella misma ocupó. Aunque lo único que podríamos rescatar es que ahora nuestra representante trae un corte de cabello, digamos, más femenino que la hace verse un poco, poquito, mejor. Enhorabuena a su estilista.

Y, bueno, la tristeza nos inundó el sábado. Por eso, para elevar los ánimos, aquí una pequeña reseña que ha publicado El Diario de Navarra en estos días. En estos momentos sólo queda levantar cabeza y continuar. Como ha afirmado Sabina, y volver a empezar, y volver a empezar, y volver a empezar...


120 minutos irrepetibles

Dio igual haberla disfrutado y sufrido en Madrid o en Pamplona, Osasuna nos regaló a todos un sueño increíble

Domingo, 12 de junio de 2005

MARÍA VALLEJO. MADRID

Una final es diferente. Aunque se pierda. Aunque se pierda en la prórroga. Aunque se pierda de forma injusta y dolorosa. Una final es diferente aunque acabes a guantazos con un equipo amigo. Aunque Pablo García no se despida como merece y pierda los nervios en el último suspiro. Nunca una final es un fracaso aunque la pierdas. Sobre todo, cuando eres de Osasuna.

Estar allí, en cuerpo presente, es el summum. Hay que hacerse fotos con el Calderón de fondo, con la camiseta roja y con el amigo bético. Hay que hacer la ola desde el minuto 1, jalear los fueras de banda a favor, la carrera de Webó y el corte de Pablo García. Porque hay que dejarse el corazón en cada córner.


Estar en una final es para vivirlo, y si no, para contarlo. Pero es difícil. Porque los nervios están presentes, porque quieres animar como todos, pero no puedes. Porque quieres sentirlo y ser frío a la vez. Porque tienes que escribir y observar. Porque no puedes emocionarte pero debes transmitir un sentimiento. Porque no hay nada mejor que ser rojillo y estar en el momento más mágico de la historia del club, aunque sea viendo como espectador la felicidad de miles de personas vestidas de rojo.

Una final es diferente

Una final es diferente. Porque quieres que termine para ver a Cruchaga con la Copa pero no quieres, porque te gustaría que durara siempre algo así. Porque quieres que gane Osasuna sobre todas las cosas, pero no te vas a enfadar si pierden porque «bastante han hecho», o porque «ya tenemos la UEFA», o porque «lo importante es jugarla».

El tiempo pasa lento y rápido a la vez. Miras al reloj y han pasado diez minutos. Y te parece que llevas allí toda la vida. De pronto te das cuenta de que es el 53 y no ha pasado nada todavía. Una final es diferente. Porque se canta a San Fermín desde el principio. No en el minuto 95 y perdiendo. Porque el que no va de rojo parece extranjero. Porque el Riau, Riau no se revienta, se mete en las entrañas.

En la grada y en el campo

Una final es diferente. Porque si eres de Osasuna hay que esperar 85 años para que te toque una. Y se nota. El padre, la madre, el niño, la tía y el amigo van de rojo. El osasunista de toda la vida, el socio, el que ha conseguido la entrada con suerte y enchufe, el que hizo diez horas de cola y el que llegó y besó el santo. Todos van de rojo. El de la peña Cruchi, el Indar Gorri, el de Valmojado y el mexicano.

Y, de pronto, todos sufren. Todos se vienen abajo cuando en el momento más dulce del equipo llega el gol bético y la Copa, de pronto, sin pensarlo, sin entenderlo, se aleja de golpe. El reloj, maldito reloj de repente. Quedan quince minutos. Qué poco. Entonces, la mitad, la más de la mitad del estadio ruge. Hasta entonces, el repaso osasunista había sido total en la grada. Pero el gol se clava hasta en las entrañas. Y duele.

Aguirre renueva la delantera como única escapatoria. García aguanta, Puñal se rompe, Savo lo intenta, David López sube, Aloisi salta al campo. John, el más rojillo de las Antípodas, el que merece renovar y casi un monumento, pero se le niega el pan y la sal. John está ahí cuando Savo templa, sirve a Ludo y... Vuela. Gol, Gol, hay vida.

Entonces ocurre, de nuevo cuando menos se esperaba, el desastre. El gol de Dani, la victoria del Betis, la derrota. Una final es diferente porque cuando piensas que vas a perderla, llega el oxígeno, y cuando crees que la vas a ganar, te ahogas sin remedio. Es diferente porque te duele tanto perder que no sabes qué decir. Enhorabuena, Betis, quizá. ¿Habrá que esperar otros 85 años? Quizá, pero cambiarse de equipo nunca.