La clase
Con la calificación del último examen extraordinario terminé mi primer semestre como profesor en la Universidad. Aprobaron todos los que fueron al curso y reprobaron los que lo dejaron a la mitad y los que sencillamente ni se pararon por el aula. Hubo tres dieces, dos nueves, cuatro ochos, tres sietes, cinco seis y todos los que faltan para dar la sumatoria de 30 fueron los de cinco. El promedio general del grupo andaría por ahí del siete, en el cual estoy completamente de acuerdo.
Uno pensaría en un primer momento que reprobar alumnos da placer. Desde mi experiencia puedo decir que no. Al contrario, se siente uno bastante mal. Tanto esfuerzo de la universidad pública por educar a estos muchachos y salen con su domingo siete. No son tontos, son flojos. A los 18-19 las prioridades son otras. No quieren ser Berlin ni Weber, quieren ser Manu Chau.
Una de las cosas que me ha dejado este asunto de la docencia es algo que ya vislumbraba desde mi época de estudiante y que consiste en afirmar que, por lo regular, los peores alumnos son los más conflictivos. No me refiero a los que más guerra dan durante el curso, sino a los que son como más grillos y alebrestados.
Cuando les di sus calificaciones finales uno de estos tuvo el descaro de pedirme rectificar su dictamen cuando lo había pillado plagiando sus reportes de lectura de esa página nefasta que se llama monografias. com. Otro también se inconformó, pero al menos tuvo los cojones de renunciar a su evaluación final para irse al extra con el fin de subir unos puntos (lo cual logró). Afortunadamente no hallé al típico que te ofrece soborno luego de haber navegado con banderas de honesto y comprometido durante las sesiones.
En la última clase les dije que no había visto ningún estudiante brillante entre ellos, pero que sí había talento. Al menos tres o cuatro de esa camada llegarán al final de su carrera y tendrán algún tipo de futuro promisorio en las ciencias sociales. Los de media tabla se irán perdiendo durante los semestres en las múltiples actividades de la vida y los guerrosos serán los millonarios del mañana. Doble contra sencillo en mi pronóstico.
Un pequeño grupo intentó acercarse a mí al término del semestre. Me preguntaban cosas y me hacían plática. Yo, que para esos casos soy bastante tímido, les respondía de la manera más educada posible y me esforzaba por dar una cara amable. Sobra decir que eran como los listos de la clase. Además de ellos había un sector punk que siempre se sentaba en la extrema izquierda (uno de ellos fue de los de diez), otro era como el de los populares (de sietes y ochos) y en la extrema derecha estaban los marginales (sietes y seis). La chica mona y aplicada no faltó y se llevó sus honores.
Un día salió el tema del liderazgo. No el de los textos horripilantes que encuentras en los estantes de Sanborns, sino el que tiene que ver con la política. Cuando les pregunté quién sería el líder de su grupo todos apuntaron hacia el menos pensado: un chico mesurado, tranquilo y conciliador. Yo pensé que iban a señalar a uno de los punks que tenía bastante carisma, o bien, a la listilla de la clase. Pues no. Interesante.
Hace como dos semanas fui a dar una clase a un Diplomado de Administració n Municipal. Digo esto porque ahí comprobé la enorme diferencia que implica lidiar con chavalitos de segundo semestre frente a tipos que ya andan por arriba de los 25. Mientras los primeros aún tienen actitudes preparatorianas como andarse aventando bolitas de papel, los segundos ponen más atención y están más tranquilos. Sin embargo, las caras que ponen los primeros son más divertidas.
Una alumna que era así como una señora me dijo un día que era muy exigente. La verdad, no sabía si debía tomarlo como halago o como reproche. Por lo que pude ver al término del semestre se trataba de una manifestación de extrañeza. La razón: sus demás profesores llevaban la cosa bastante calmada durante el curso. Yo procuraba dejarles lecturas --al menos-- cada semana, que escribieran y que estuvieran participando constantemente. Por lo visto, en estos días eso se considera "ser exigente".
Dar clases ha sido más difícil de lo que imaginaba. Absorbe bastante tiempo y sí es como una especie de apostolado. Hay que preparar clases, leer, aprenderse cosas paralelas, investigar, ensayar y, luego, como si fuese el frontman de alguna banda, montar el show durante hora y media con el reto de no perder la atención y, además, con la encomienda de que algo se les quede grabado.
Al respecto, intenté varias cosas durante el curso. Unas veces me quedaba sentado en el escritorio, ponía cara de circunstancia y comenzaba a dilucidar. Otras cogía una silla, la ponía en el centro del salón y desde ahí comenzaba a hablar. En ambas la reacción de los chicos era más receptiva, pero mucho menos participativa.
Las que más me gustaron fueron aquellas en las que andaba de un lado a otro del salón hablando y haciendo preguntas a los estudiantes de manera escalonada y sorpresiva. Nada de que un parlanchín quisiera acaparar la participación: había para todos y la discusión subía de tono. Ahí fue donde comprobé que los estudiantes absorben más datos cuando están involucrados.
También dejé que expusieran, lo cual me decepcionó ante su bajísimo nivel. El clásico trabajo "en equipo" que terminan haciendo uno o dos, y que echan a perder los típicos holgazanes. Muchas veces ocupé más de la mitad de la clase para hablar de sus errores ortográficos en los reportes de lectura, o bien, para darles tips sobre cómo citar, cómo estructurar un pequeño ensayo o cómo evitar el uso de frases del tipo pero más sin embargo... Nunca dejó de intrigarme por qué tuvieron tantos problemas con el uso de las palabras solo y sólo.
Recuerdo el día que fui a por mi primer cheque. Debo reconocer que me dio mucha emoción, no tanto por la exhuberante cantidad de dinero que me dio la Universidad (es broma), sino por algo más cursi: era mi primer pago. Aah. También me emocioné cuando me regalaron un borrador y una agenda de Radio Universidad el Día del Maestro, cuando me dieron mi credencial amarilla de docente y cuando platiqué de colega a colega con uno de mis sinodales que es como vaca sagrada.
Imagino que varios me tildarán de mamón por los pasillos universitarios, lo cual no me desagrada en absoluto. Algo que el tiempo irá consolidando o echando por la borda. Ahora he tenido un poco la ventaja de ser nuevo y de que nadie tenía referencias sobre mi actitud y mi método de trabajo. En adelante cada inicio de semestre dirán, ah, tal por cual, no te metas con él porque casi no pone dieces y no falta. Espero que, como le sucede a Sheridan en Filosofía y Letras, mis grupos sean pequeños por esas razones.
Durante todo el curso siempre me referí a los estudiantes a través de ese lenguaje que la gente decente suele denominar como de usted. "Dígame por qué tal, refute a su compañero fulano, por qué no ha traído su reporte, qué es lo que quiere decir con esto, le recuerdo que ya está en la Universidad. ..". Ellos siempre me hablaron también de usted. "Oiga profesor, cuándo nos va a dar calificaciones, es usted bien serio...". Y todos felices y contentos.
Cuando me despedí de este grupo piloto pude escuchar que dos de las chicas comentaban entre sí que, si hubiese otra clase conmigo, la tomarían. Bueno. Espero en realidad que eso suceda en el futuro.
Por lo pronto, en el corto plazo, será imposible: el próximo semestre se verá cumplido uno de mis más grandes temores: dar clases para los monstruitos de primer semestre.
Fin.
2 Comments:
Al maestro con cariño:
Si alguno de tus alumnos nos ve charlar podría perderte el respeto pero seguro te verían mas humano. Oh Maestro Manolo!
En hora buena disfruta!
Humano, demasiado humano...
Publicar un comentario
2 comentarios<< Home