miércoles, julio 25, 2007

En el futuro nos espera el pasado

Harry Potter y el misterio de la lectura

Rafael Pérez Gay

El Universal

 

Debe ser la edad. Nunca pude enchufarme a la energía narrativa de la saga de Harry Potter, ese lingote de oro que fabricó la alquimista J. K. Rowling para convertirse en la escritora más rica del mundo. Confieso que fracasé como lector ante la historia del niño mago, huérfano a los 11 años, admitido en el colegio Hogwarts de magia y hechicería. Juro que lo intenté y descubrí la verdad acerca de la muerte de los padres de Harry Potter; estuve a punto de comprender los secretos de la piedra filosofal, seguí durante algunas páginas la sombra perniciosa del acérrimo enemigo Voldemort. Más tarde me perdí en la cámara secreta. Creo que Harry y los suyos tenían que resolver el significado de unos amenazantes mensajes aparecidos en las paredes del colegio. Cuando los héroes se enfrentaron con unas arañas gigantes y unas sierpes hechizadas, yo renuncié a esa obra que en conjunto, seis tomos, había vendido 350 millones de copias en el mundo en más de 60 idiomas, produciendo entre niños y jóvenes una desesperada fiebre por la trama de Harry Potter. No debe pasarse por alto que esos libros se enquistaron en el gusto juvenil solamente a partir de la letra impresa. No es poca cosa que pase algo así en un mundo cultural dominado por el imperio de las imágenes. En aquel entonces mis hijos me miraron como se mira a un traidor, pero los llevé al cine a ver una de las películas y empezaron a olvidar mis deslealtades literarias.

El lanzamiento mundial del séptimo y último tomo de este sueño colectivo, Harry Potter and the deathly hallow, se realizó bajo rigurosas medidas de seguridad contra piratas expertos y ladrones del ciberespacio. El gran circo de la publicidad y de la mercadotecnia concentró a cientos de miles de admiradores afuera de las librerías, unos minutos antes de las 12 de la noche, para obtener una copia del tiraje inicial de 12 millones de ejemplares. La cadena de librerías Borders reportó que el primer día se vendieron 1 millón 200 mil libros. En materia de público y ventas, la alquimista Rowling atropelló a los clásicos, pasó por encima de los best sellers históricos y contempla desde el farallón de sus novelas de aventuras a los modestos éxitos de venta que no rebasan el millón de copias.

Todo gran éxito es siempre inexplicable. ¿Qué fibra ha tocado la historia escrita de Harry Potter en los tiempos de internet, el X-Box 360, el iPod, en la era de la rapidez inasible de la imagen que vuelve a la página de un libro una tortuga filosófica? Lo ignoro, pero, desde luego, hay que descartar que pudiera tratarse sólo de un fenómeno mercadotécnico o publicitario; la saga de Harry Potter encierra un misterio mayor: el triunfo del libro en un momento en que una gran desesperanza abruma al mundo de la enseñanza y la letra impresa.

El crítico George Steiner no pudo evadir el enigma de los lingotes de oro de J. K. Rowling. Entrevistado a propósito de la aparición de Los Logócratas, Steiner habló del prodigio de Harry Potter: “Los niños de China hacen cola toda la noche para comprar los tomos cuarto y quinto de Harry Potter, libro ultra inglés cuya historia está calcada de la vida escolar en los internados británicos, con una sintaxis complicada, un vocabulario muy rico y un poco anticuado. El planeta entero devora cada una de sus palabras y los niños les piden a sus padres que apaguen la televisión para poder leer y releer Harry Potter. Nadie ha podido dar una explicación, la propia madame Rowling no entiende nada del asunto. Los medios no pueden imponerle a toda la humanidad la lectura de esos volúmenes gruesos y difíciles. China se burla de nuestros medios; los esquimales devoran el libro. Es algo mucho más interesante, mucho más misterioso”. Para Steiner, el valor de la serie de Harry Potter reside en su capacidad para desviar a los niños de los medios y llevarlos hacia la lectura silenciosa, seria. En ese sentido, Rowling ha desencadenado un proceso que ningún libro, truco publicitario o empresa editorial ha logrado imponer en la vida cultural, en eso consiste el misterio y el milagro de Potter. Nadie sabe, en efecto, si esos niños ávidos de las aventuras de la escuela Hogwarts irán a buscar otras lecturas, “si después de Harry Potter pedirán leer La Odisea. Si tienen padres y escuelas liberales e inteligentes, será posible”, afirma Steiner.

La creación de J. K. Rowling recuerda la curiosidad y la ansiedad que produjeron las novelas de folletón del siglo XIX. En su mejor momento, aquellos lectores compraban el periódico para saber el desenlace de un capítulo, el futuro de un amor, la enfermedad de un personaje, los odios de un protagonista. Con esos sueños y esa premura se escribieron las obras de Sue, Balzac, Dumas. De una forma extraña esta historia se repite con Rowling y sus lingotes de oro. No es raro que así ocurra, a veces en el futuro nos espera el pasado.

Escritor