martes, julio 06, 2004

La mini-ponencia disfrazada de carta de renuncia de 19 cuartillas del ex priísta, ex secretario particular de Colosio, ex secretario particular del presidente Fox, ex vocero oficial de la Presidencia Arturo Durazo, en el que deja ver entre líneas el inmenso poder que la Sra. Sahagún profesa sobre su esposo y que lo ha conducido a no poder distinguir entre lo público y lo privado, entre lo que concierte a actividades propias de la institución y lo que puede catalogarse como capricho personal, nos conduce a un viejo debate que, por antiguo, no es inútil volver a abordar: ¿quién es mejor que gobierne, los hombres o las mujeres?

A lo largo de mi paso por la APF he conocido diversas opiniones que, mayoritariamente y sin ánimo de misoginia o paranoia machista, argumentan que las chicas, las féminas, las mujeres no son del todo aptas para ejercer funciones de mando y, por lo tanto, para gobernar. Lo interesante de esta afirmación contundente es que no sólo la dicen mis colegas hombres. No. Al contrario, son las propias mujeres las que hacen hincapié en que sus correligionarias son LAS PEORES que puede haber para tenerlas como jefas.

Las razones que exponen las chicas van desde que las mujeres, en una porción considerable, son menos estables, tienen mayores caprichos, tienden a exagerar y magnificar las cosas, son altamente impresionables, tienen preferencias muy marcadas hacia personas o cosas y no pueden ocultarlo, el recuerdo de antiguos amores, parejas, novios, amantes, ex esposos, en fin, hasta del perro o el perico les afectan directamente en su desempeño profesional, ven en todas las demás mujeres de la oficina a una potencial rival pertenenciente a Al-Qaeda, en fin, todo un catálogo que explica y da pelos y señales de por qué, entre todos los males, el menor significa tener a un hombre como superior inmediato.

Por supuesto, no siempre es así. Hay mujeres inteligentes y sensibles que poseen algo que la mayoría de los hombres quisiéramos poseer: mesura, la intangible cualidad de la que hablaba Max Weber en El político y el científico y que significaba el complemento perfecto para la pasión con la que deben hacerse todas las cosas.

Lo que es un hecho es que, viendo a la Sra. Sahagún en sus intervenciones públicas y escuchando sus discursos, lo que queda claro es que no se trata de un objetivo filantrópico puro, más bien es un capricho más de alguien que se siente predestinada para gobernar este país y esto, a largo plazo, puede convertirse en el referente que usen todas las demás mujeres de México para intervenir en la vida pública. Peligroso, peligroso, peligroso...