lunes, noviembre 08, 2004

El país se está cayendo a pedazos y nosotros no escribimos absolutamente nada. ¡Coño!

Lo siguiente lo anexo por ser una muestra contundente de lo que es ser mujer, de lo que es ser mujer y de izquierdas, de lo que es ser mujer de izquierdas y, además, mexicana, y, sobre todo, lo que es ser mujer, de izquierdas, mexicana y, lo más importante, enamorada.

Es, nada más y nada menos, que la carta del adiós de la Sra. Rosario Robles Berlanga al Sr. Carlos Ahumada Kurtz.

Vale, que cada quien saque sus propias conclusiones después.



Carlos:

No sé cuándo nos volveremos a ver. Hoy te dejo aquí, lejos de todo y de todas, no porque así lo hayas decidido, sino porque las circunstancias despiadadas te obligaron a ello. Lamento mucho que estos últimos días juntos no hayan sido los mejores. Quise estar a tu lado para tomarte de la mano y apretarla muy fuerte y decirte con ese gesto tan sencillo que estoy contigo sin reservas, sin dudas, plenamente. Quise estar a tu lado para avivar la llamita de la esperanza, para encenderla diciendo que nuestro amor es más grande que esta brutal prueba que nos han impuesto. Para pedirte que no te venzas, que no dejemos que nos venzan, que por muy duro que parezca no estamos derrotados.

Quite estar a tu lado para pedirte que me perdones, para encontrar en tus ojos aunque sea un destello de esperanza para sentir que en algún momento podrás perdonarme por no haber traído nada bueno a tu vida. El otro día mientras cenábamos fuiste muy claro. Puros cojines buenos de mi lado, de lo que tú has significado en mi vida, de lo que me has traído. De tu lado sólo cojines malos. Mi amor no ha sido suficiente. Ni mi deseo de curar, de lamer tus heridas. No hay palabras, ni siquiera sentimientos, que puedan compensar lo que estás viviendo. Lo sé, por eso no puedo perdonarme mi egoísmo, mis deseos de salvarme sin saber que te estaba condenando a ti. No puedo perdonarme que estés lejos de tus hijas que es lo más importante en tu vida, que estés lejos de tu familia en la que tienes tranquilidad y paz, eso que yo no te he podido dar.

Por eso no te culpo de tu indiferencia, de tu desamor, de tus gritos, no te culpo por nada, ni siquiera de tu rencor y resentimiento. No te culpo incluso si me dejas de querer como ya lo estás haciendo. Sólo puedo decirte que sepas que mi corazón te pertenece, que pase lo que pase, nunca dejaré de amarte, y nunca dejaré de agradecerte lo que has hecho por mí. Que como dice la canción que te dejo: "aunque me encontrara un ángel dudaré y me haga volar tan alto como tú", porque contigo he volado alto, he recuperado mis sueños, mis fantasías y mis deseos. Por eso si es necesario, y a lo mejor llegó el momento de hacerlo, soy capaz de hincarme, de arrodillarme, de firmar mi carta de rendición para que a ti no te toquen. Tal vez llegó el momento de tocar una puerta y entregarme a cambio de tu libertad. O tal vez ya es demasiado tarde.

Sé que a partir de ahora se irán las noches y casi no dormiremos, que los segundos serán muy lentos, que seguramente querré prenderle fuego a nuestra cama ante el dolor de tu ausencia, porque me estaré secando por dentro y por fuera, porque no tendré tus besos, ni tus caricias, ni tu mirada.

Ay amor, sólo te pido que cuando la angustia, la impotencia, el dolor sean más fuertes, pienses que además de tus hijos, está un corazón cuyo amor no tiene límites, que al escuchar el sonido de las olas del mar sientas susurrándote al oído que contigo a la distancia, amado mío, estoy.