Lo que viene...
Desde este Ministerio he visto algunos acontecimientos clave del país. Aquí estuve, por ejemplo, el día en que los mexicanos mandaron a volar al PRI a través de las urnas. Aquella ocasión, todos envueltos en nervios y sudores, habían montado un "aparato" de monitoreo para ir rastreando los resultados conforme se fueran presentando en las regiones más apartadas del país. Se prepararon algunos documentos "ejecutivos" sobre qué podría pasar no el dos sino el tres de julio de aquel 2000. Se enviaron algunos elementos a estar pendientes sobre la jornada, aunque no sé si tal requerimiento sólo implicaba apoltronarse en la sala de su casa, mirar los noticiarios y realizar alguna llamada que diera un dato extra al seguimiento. Al final todo fue terso y, recuerdo claramente, la gente volvió a sus lugares de trabajo en aquel magnífico día tres de julio, uno en el que particularmente brilló el sol de manera bellísima sobre la ciudad (es literal, no es una metáfora).
También, desde esta oficina seguí el asesinato del presentador cómico de televisión Francisco Stanley. Por supuesto, lo importante no era tanto él y su pérdida, sino el revuelo que causó alrededor del entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, el Ing. Cárdenas, así como en la gobernabilidad de la ciudad. Miramos al dueño de Televisión Azteca, Ricardo Salinas, salir en cadena nacional en su propio medio casi casi a cuestionar la viabilidad y la existencia del propio Estado mexicano, aunado a su exigencia de renuncia de la autoridad legalmente electa en 1997.
Asimismo, hemos seguido algunos informes de gobierno salpicados de gritos y sombrerazos, determinadas comparecencias que requirieron algunas horas extras en la preparación de tarjetas y otros documentos "ejecutivos", así como otros puntuales rituales de la política mexicana. Claro, no han faltado vidrios rotos y pintas alusivas al dos de octubre que no se olvida cada otoño por estas calles. Bajo nuestras ventanas han desfilado un incontable número de marchantes, quejumbrosos y demás gente que practica la bonita tradición de la vociferación pública en prejuicio de sus contrapartes vecinales. Algunos tienen razón, otros menos, pero todos han ocupado la mítica calle que está enfrente de este edificio para convertirla en un manifestódromo urbano.
Y ahora, después de años en la administración pública, después de ver desfilar funcionarios y partidos políticos, después de mirar cómo nuestras oficinas han sido remodeladas, cómo los usos y costumbres de cada ministro cambian, cómo la burocracia no se crea ni se destruye, pero tampoco se transforma, hoy, abril 6 de 2005, surge una pregunta que, si no fuera por lo inverosímil que suena en primera instancia, no valdría la pena transcribir: ¿QUÉ PASARÁ EL DÍA DE MAÑANA?
Mañana, abril 6 de 2005, se vota la pérdida de la protección constitucional de Andrés Manuel López Obrador. Las tendencias indican que tanto el PAN como el PRI formarán la mayoría necesaria para que el Jefe de Gobierno sea destituido de forma automática de su cargo al perder lo que ahora ya todo mundo llama "desafuero" (aunque no sepa bien a bien qué significa tal palabreja). De hecho, el perredista podría pisar la cárcel el mismo viernes (considerando el escenario catastrofista-realista de aplicación del clásico "sabadazo") y, así, de la noche a la mañana --literalmente-- transitaría de ser el personaje político más popular del país, del puntero de las encuestas de opinión sobre las presidenciales del próximo año, a un preso más, fichado y recluido, en algún Centro de Rehabilitación Social local o federal.
¿Qué tal?
Mi posición aquí es de franca incertidumbre. Es decir, no sé qué vaya a suceder en el muy corto plazo. Algunos asesores de Presidencia afirman que el escenario de crisis sólo durará dos meses, de acuerdo al nivel de interés que le presten los medios de comunicación (aunque para ello ayer mismo trascendió una reunión en Los Pinos entre los dirigentes de Televisa y TV Azteca con algún funcionario de ese lugar). Sin embargo, el asunto no está tan fácil de discernir, no puede plantearse en blanco y negro y afirmar: todo se solucionará conforme pase el tiempo y los ánimos de asienten.
Al mirar los diarios nacionales hoy, la sensación que queda es que esto augura una bomba grande. No sólo porque se trate de López Obrador, sino porque se ha polarizado inútilmente a la población. Repito, no se trata sólo de decir yo le voy a AMLO, yo le voy Fox. No. Va más allá. Se trata de exaltar esa arraigada tradición mexicana de maximizar (o exagerar) todo para que, lejos de haber entendimiento, punto medio o negociación --como quieran llamarle-- todo se quede en un asunto de suma cero: gano todo lo que tú pierdes.
Y esto se traslada al terreno de las disputas políticas, de la justicia, de la convivencia cotidiana. Por un lado, se envía el mensaje de que aquí se gana a la mala, a la brava, en los comicios (durante, o bien, desde antes). Por otro, que la aplicación de la ley se realiza --de acuerdo-- pero de forma selectiva. Más allá, que en el país ricos y pobres no pueden convivir porque unos a otros se desprecian y se odian. ¿Es realmente así como se va a forjar un nuevo país?
Mañana veremos qué sucederá con la votación en el Pleno de la Cámara de Diputados, con la concentración masiva en la Plaza Mayor, con el discurso del acusado, con las actitudes de los acusadores, con el comportamiento de los medios, con las reacciones internacionales y con los efectos que causen en la economía local.
Algo que, sin duda, se sumará a mi lista particular de los 30 momentos más escalofriantes que he atestiguado desde este lugar, mi antiguo lugar, en el Ministerio del ********.
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