lunes, mayo 16, 2005


En Gran Bretaña hay una intensa discusión pública para adoptar un sistema de representación proporcional similar al que tenemos en el Congreso mexicano.


La mejor forma de desprestigiar a la democracia, decía Winston Churchill, es escuchar cinco minutos con un votante promedio. Quejarse sobre las imperfecciones del sistema democrático es un deporte global. Los ciudadanos en Gran Bretaña se lamentan de que viven bajo una "dictadura electa" donde el Partido Laborista controla la mayoría absoluta del parlamento con poco más de un tercio de los votos. En México, la lista de desencantos es bastante larga. Entre otras quejas, nos lamentamos por la calidad de nuestros políticos, la falta de acuerdos en el Congreso y la ausencia de resultados en el gobierno.

Sin embargo, el césped siempre se ve más verde en la democracia que está del otro lado del océano. En Gran Bretaña hay una intensa discusión pública para adoptar un sistema de representación proporcional similar al que tenemos en el Congreso mexicano. De los 500 diputados que trabajan en San Lázaro, 300 legisladores ganaron su puesto al triunfar en cada uno de los 300 distritos electorales en los que está dividido el territorio mexicano. Las 200 curules restantes se asignan a cada partido político según los porcentajes que obtuvieron en las urnas.

La relación entre votos y diputados no es exacta, ya que el PRI está sobrerrepresentado. En los comicios del 2003, el tricolor obtuvo el 36 por ciento de los votos y tiene el 44 por ciento de los diputados. Sin embargo la composición del Congreso mexicano se aproxima a las preferencias de los electores. El sistema electoral británico es totalmente distinto. En las elecciones generales de la semana pasada el Partido Laborista ganó el 35 por ciento de los votos y tiene el 55 por ciento de los espacios en el parlamento, los conservadores tienen 32 por ciento de los votos y 30 por ciento de los lugares. El peor perdedor del sistema electoral es la tercera fuerza, el Partido Liberal Demócrata, que obtuvo 22 por ciento de los votos y sólo tiene 9 por ciento de las curules.

En el sistema británico no existe la representación proporcional. El jefe del gobierno o primer ministro es el dirigente del partido con más asientos en el parlamento. El territorio de las islas británicas está dividido en 645 distritos. El candidato triunfador en cada elección distrital gana su pasaporte de entrada al parlamento y los partidos que quedaron en segundo y tercer lugares se van a su casa con las manos vacías. Si el candidato laborista obtiene mil votos y su oponente conservador recibe 999, todos estos sufragios se van a la basura. El sistema electoral británico genera resultados muy polémicos. En los comicios de 1951 y 1974 los partidos que ganaron más sufragios en las urnas, no obtuvieron la mayoría en el parlamento. En estos casos no ganó el partido con mayor apoyo popular, sino el que logró mejor distribución territorial de sus votos.

Si los mexicanos tuviéramos el sistema electoral británico para elegir diputados, el PRI tendría 53 por ciento de los diputados con poco más de un tercio de los votos. Si los británicos copiaran el sistema de representación proporcional, Tony Blair y el partido laborista perderían la mayoría parlamentaria y necesitarían encontrar un aliado para formar un gobierno de coalición.

A pesar de que los ingleses se quejan de que sus normas electorales no reflejan cabalmente la voluntad popular, el sistema parlamentario de Westminster tiene ventajas que pudieran parecer envidiables desde el punto de vista mexicano.

En un sistema de representación proporcional, con más de dos partidos en competencia, es casi imposible que una sola fuerza política alcance la mayoría absoluta. Ante el fraccionamiento del Congreso, el gobierno se ve obligado a negociar cada iniciativa legal, a ceder en sus principios y otorgar concesiones a sus adversarios. En contraste, el modelo electoral británico genera mayorías absolutas y gobiernos con amplias facultades para tomar decisiones. Con la lealtad de su partido, un primer ministro británico puede promover cambios radicales en la vida de su país. Lo cual puede resultar muy positivo o todo lo contrario.

Para un estadista, una mayoría legislativa es el catalizador de cambios que impulsen el desarrollo de su país. Gracias al control de la mayoría parlamentaria, los laboristas forjaron el estado de bienestar británico después de la segunda guerra mundial y los conservadores impulsaron las reformas liberales de Margaret Thatcher. Sin embargo, las mayorías absolutas también pueden resultar peligrosas. En manos de un imbécil, el control total sobre el poder legislativo puede significar una pesadilla para los habitantes de un país. La división de poderes no está hecha para limitar las capacidades de los grandes estadistas, sino para frenar la torpeza y la maldad de tiranos y demagogos.

El contrapeso al poder de los gobernantes puede ser un obstáculo o una bendición. Los congresos divididos requieren de políticos más diestros en la construcción de acuerdos. La gran mayoría de los miembros de nuestra clase política se forjó en una época donde las decisiones venían de arriba. La voluntad de obedecer era más importante que la capacidad de negociar. Un buen partido de oposición era aquel que cumplía cabalmente con la función de estorbo. En eso podemos envidiar a los británicos. En los pasillos y oficinas del parlamento de Westminster, a la vera del río Támesis, sus políticos profesionales llevan varios siglos avezados en el arte de la negociación. En México, reformas clave como el nuevo régimen fiscal de Pemex acumulan polvo en los escritorios de los diputados y el río más cercano al Palacio de San Lázaro es el canal del desagüe.