lunes, junio 06, 2005

De vuelta

Así es. De nuevo por aquí. El viaje sólo duró una semana. Algo que me libra --al parecer-- de las malas interpretaciones o las sospechas sobre el uso de los recursos. Ja. Estuve fuera sólo unos días y, miren, hoy aquí estoy de nuevo por acá.

Muchas cosas han sucedido en el país, por lo que veo en los diarios de hoy. Desde Madrid me enteré de algunas, aunque básicamente fueron chismes que transmite Galavisión a los españoles en el canal 22 del cable local. Aunque ustedes no lo crean, al momento de encender el televisor y dar la vuelta obligada por todos los canales, lo primero que vi fue a ese grupo que algún día fue bueno y que hoy día es todo menos algo recordable: Jaguares. Así es. La televisión cultural mexicana a tope. En fin. Allá lo que estuvo en la picota fue la creciente negativa a la Constitución de la Unión Europea. Primero Francia, después Holanda.

Aunque no se diga textualmente, los súper demócratas franceses y holandeses (y al parecer todos los demás) como que no quieren perder sus empleos ante el Síndrome del Ingeniero Polaco, es decir de la mano de obra barata proveniente de los ex países comunistas y, claro, tampoco desean verse involucrados en el paro. Por lo tanto, no han dado su visto bueno a que Europa, así, tal y como la conocemos actualmente, se amplíe hacia el este y, mucho menos, hacia Turquía. Políticamente incorrecto o no, eso es lo que puede notarse atrás de esas votaciones que cada vez son más claras y que han obligado a los británicos a posponer el proceso de ratificación de tal documento.

Bueno, pues así andaba yo por esas tierras cuando mejor decidí dar una vuelta por la ciudad guiado por mi esposa. Todo muy bonito, todo muy europeo. Las calles, la escenografía, los bares, la gente. Así, pasamos por El Paseo de la Castellana, por la Plaza del Sol (con todo y la foto obligatoria en la escultura del oso y el madroño, símbolo de Madrid), por la calle Preciados (esa que menciona Sabina en alguna canción del álbum El Hombre del Traje Gris), por El Corte Inglés, por los bares de tapas, por los pubs irlandeses, por la Plaza Mayor (convertida por esos días en un mega campo de fútbol en favor de la candidatura de Madrid a la organización de los Juegos Olímpicos del año 2012, candidatura que, por cierto, cada vez parece más cercana a París o a Londres, aún por encima de Nueva York), por la Fuente de la Cibeles, por la Fuente de Neptuno, por la Puerta de Alcalá, por la Puerta de Toledo, por el Palacio Real, por el Edificio de las Telecomunicaciones, por La Gran Vía, en fin, por todos esos lugares que había escuchado de antemano, pero que ahora sí puedo decir que ya conozco, en formato de visita de doctor, pero que ya experimenté a final de cuentas.

Pero, sin duda, lo mejor de este paseo ha sido estar en el Palacio de El Escorial y, después, en el mítimo Valle de los Caídos. Ahí, en plena Sierra de Guadarrama, hemos sido testigos de algo verdaderamente impactante: la tumba de los Reyes de España justo en el centro del Palacio y, posteriormente, la tumba del General Franco justo abajo de la monumental cruz de 150 metros de altura que corona El Valle.

Wow. No pude dejar de sentir verdadera emoción cuando estuve en esos sitios. Algunos de los tipos más poderosos de todos los tiempos (me refiero a los Reyes de España cuando era Imperio) en sus tumbas, junto a sus esposas, muy cerca de toda la descendencia real de ese país. Y, por el otro lado, el lugar donde están los restos de los emblemas de la Falange, me refiero en primer término a la tumba de José Antonio Primo de Rivera y, después, de Francisco Franco. Justo en el altar principal de la basílica, custodiado por tres arcángeles y una figura que --en verdad-- es contundente: Azrael, una escultura a la que no se le observa el rostro y se encuentra en posición dramática. Mi esposa dice que se trata de una apología del Ángel Caído, pero, bueno, la verdad no estamos muy seguros de que así sea. Lo que sí es un hecho es que no es un sitio religioso normal, es decir no proyecta al cien esa paz que, al menos en teoría, deben dar los templos dedicados a Dios. En mi opinión se trata de un mausoleo que el propio Franco se mandó a construir para la posteridad.

Sin embargo, estar en El Valle de los Caídos sí es impactante, repito. Un templo construido por mano de obra republicana, es decir por los perdedores bajo el régimen de Franco, que resguarda en sus paredes las tumbas de los muertos durante la Guerra Civil y cuya magnitud es escalofriante. Más de 20 mil personas ahí sepultadas de acuerdo con nuestra guía. Una vista imponente de la Sierra y un pasillo hacia el Altar Mayor que llega a superar la que existe en el máximo templo católico: la Basílica de San Pedro. Esa fue la razón por la que montaron una división artificial consistente en dos puertas de acceso al recinto.

Bastante interesante esta parte del viaje. Pero, si hablamos de apologías religiosas, la estatua a la que sí fuimos a ver conscientes de qué se trataba fue la del Ángel Caído incrustada en El Parque del Buen Retiro. Vaya cosa también. Ahí sí no hay medias tintas o falsas expectativas: se trata del Ángel Caído con todas sus letras, es decir del mismísimo Demonio adornando una pequeña glorieta por la que pasa cualquier cantidad de gente: practicantes de jogging, viejitos que suelen hacer caminatas para mantener su salud, visitantes con cara de ah, no mames (como nosotros, creo) y un sin fin de madrileños que vienen a ejercitar los placeres de no hacer nada en ese increíble parque dedicado hace muchos años a las fiestas de la realeza. En efecto, antes sólo se utilizaba para las recepciones o banquetes que montaban estos individuos. Ahora ya está abierto a todo público, pero imagino la clase de orgías y bacanales que ahí se organizaron alguna vez. Por cierto, en ese lugar entramos por un tal "Paseo de México", lo cual nos alegró un poco hasta que vimos que paralelo a este había otro llamado "Paseo de la República Argentina", mmmmta.

Pues sí. En términos generales de eso se ha tratado nuestra expedición por tierras españolas. La verdad, todo muy bien: la comida bastante buena, la bebida no se diga, en especial la cerveza que sí es servida súper fría en cualquier bar y los vinos que hacen honor a la fama que se tiene de los viñedos españoles. Sobre la gente, todo bien. Ninguna muestra de racismo o de desprecio. Quizás sí se me quedaban viendo mucho (como se lo hice notar a mi mujer), pero, al parecer se debió a que les daba curiosidad la pigmentación de mi piel (mediterránea o apiñonada por no decir morena). Sí hay muchos sudamericanos trabajando en Madrid, sobre todo ecuatorianos y peruanos, quizás también colombianos y cubanos. Son amables, a diferencia de los secos locales. También hay algunos africanos y árabes en las calles, de los cuales sí debes tener más cuidado. Pero, bueno, uno viene con el chip integrado de la Ciudad de México y, la verdad, es más que suficiente como para andar siempre a las vivas.

Cuando tomé el vuelo tenía una pregunta muy metida en la cabeza, ¿cuál será la experiencia de estar en un país desarrollado? Bueno, ahora que he estado allá unos días puedo contestar lo siguiente: la experiencia se refleja, básicamente en:

a) Orden
b) Menos pobreza

En efecto, al estar ahí puedes notar en seguida el cambio del caos latinoamericano hacia el orden europeo. Por lo menos en las zonas céntricas. Comparé el aquelarre de las calles del Centro Histórico mexicano con el madrileño. Allá no hay ambulantes (de hecho, sólo vi dos ambulantes en todo el trayecto: un africano adentro de una estación del metro y una latina vendiendo calcetines a la salida de la estación Príncipe Pío), allá los coches respetan al peatón, allá no hay tanta basura ni gritos en la calle. Existen pocos policías, pero más intimidantes que los de nuestras tierras. La gente no se arremolina o trata de ganarle al otro a toda costa cuanto intenta abordar el autobús o el subterráneo (que, por cierto, están carísimos en comparación de acá: un euro el viaje sencillo en ambos, algo así como 14.50 pesos). No hay tantos mendigos, no hay tanta basura. Los señalamientos están su lugar y no hay postes o avisos maltrechos o en malas condiciones. La cosa funciona con orden y sistematización.

Sin embargo, también esta clase de viajes son útiles para valorar lo que acá tenemos. Una de ellas es el carácter cosmopolita de la Ciudad de México. Al vivir aquí puedes estar capacitado para visitar o radicar en cualquier otra ciudad importante del orbe. Al menos en los puntos básicos. Las distancias que allá parecen interminables, para nosotros son menores. Además, a diferencia de Madrid, el Distrito Federal tiene una mayor cantidad de rascacielos.

Aunque otra conclusión también me parece clara a estas alturas: debemos voltear mucho más hacia España y, en general, hacia Europa. Hemos desperdiciado mucho tiempo sólo viendo hacia Estados Unidos. De acuerdo, es nuestro vecino y nuestra principal influencia, pero estoy seguro de que tenemos mayores vínculos y lazos con la Península. Además, podemos aprender muchas más cosas de allá que de los del norte. No se trata sólo del idioma, la comida, las costumbres, sino de su cultura cívica, de su forma de organización gubernamental, de la manera en que la vida cotidiana tiene un orden y una dinámica. Por ejemplo, me ha soprendido la cantidad de programas de debate que existen en aquel país. Todos ácidos y críticos al por mayor. Los españoles están más involucrados en temas de política y administración pública, lo cual se refleja en los estándares que exigen y logran tener en sus servicios públicos. No todo es Disneylandia, también existen otros derroteros que pueden ayudarnos a encontrarnos como nación y a crecer como sociedad.

Así las cosas, muy brevemente descritas, colegas, de este viaje que, sin duda, será inolvidable para mí por muchas razones. Por ello he querido compartir un poco de esto con los (cinco) lectores que nos quedan.

Vale, a darles caña, troncos y, como han dicho a lo largo de los años, ¡a por ellos!