martes, junio 28, 2005

Yo y el Metrobús

Algo malo debe tener el país que estamos importando modelos sudamericanos. Me refiero al sonadísimo Metrobús. Una estrategia de transporte público traída especialmente desde la tierra bogotana (COL) y que ha tenido éxito en otras latitudes como San Pablo (BRA).

A partir de que se inauguró vino toda la oleada de críticas en los medios. Un festín para pasquines como La Crónica de Hoy, quien desde el primer segundo en que entró en operación se dedicó a escudriñar con lujo de detalle si a algún pasajero se le había salido una gota de sudor para poner el grito en el cielo con aquello de que era la peor obra faraónica de los últimos tiempos. Todo para pedir la cabeza de Andrés Manuel en bandeja de plata a la usanza de San Juan Bautista.

Y no sólo ellos. Todos los medios --claro, exceptuando The Ocosingo Times, es decir La Jornada-- dieron un puntualísimo resumen de caídas, empujones, apretujones, arrimones, torzones de pie y demás calvario que sufrieron los mexicas en esos días aciagos del Metrobús DF.

Como ya lo apuntó el maestro Jairo Calixto Albarrán, ¿cómo no iban a desatarse los Jinetes del Apocalipsis con la puesta en marcha de este medio de transporte si los primeros días fue... gratis? "Gratis, hasta las puñaladas", apuntaba su editorial.

En efecto, ¿a poco creen que toda esta gente que atiborra el Metrobús se subirá igual de alegre y de entusiasta cuando tengan que desembolsar sus tres punto cincuenta pesos para subirse a tan simpático autobús al que le falta un grado para llegar a ser subterráneo?

Además, no me digan que nunca habían visto tales aglomeraciones en la ciudad. Es decir, quien haya estado en la estación Indios Verdes de la Línea 3 a las cinco horas de un lunes, podrá decir todo excepto que el caos no se personifica en vivo y a todo calor en las tierras aztecas. Imaginen: si los Indios Verdes llegan a Indios Verdes para coger su transporte hacia la ciudad y no caben en nueve vagones cuya capacidad aproximada es de 200 personas de pie en cada uno de ellos, ¿cómo coños se va a cubrir tal demanda en autobuses chiquitos donde caben como la mitad de los pasajeros y, además, con el aliciente de que es gratuito?

Ahora resulta que nadie había visto eso y que todos venimos de Estocolmo de Juárez o de Copenhague La Bella Airosa, ¿no?

Bueno, el punto es de que ayer me subí por primera vez a esa cosa llamada Metrobús. Fue en la estación Teatro Insurgentes y con destino final la estación Chilpancingo. Y bueno, aquí mis observaciones en resumen:

a) La verdad, sí le falta todavía infraestructura al sistema de transporte. Me refiero a los torniquetes, a las máquinas expendedoras de los billetes de entrada, a las señalizaciones.

b) Son insuficientes los autobuses o metrobuses o como les digan. En dirección norte-sur había más que en la sur-norte. Todas pasaban hasta el tope, claro.

c) La perrez sigue siendo igual o peor que en las estaciones del subterráneo. Jadeos, tacleadas, escarceos y demás meneos son como las que has visto --o experimentado-- diez metros bajo tierra, pero en versión plus. Está rudo, rudo, rudísimo entrar y salir con cierta dignidad. Así que, si tú esperabas que en Insurgentes, sobre todo en su zona chic del sur, llegaras y te subieras con la gracia de un londinense estás equivocado. Tendrás que sufrir y aperrarte cual mesoamericano que eres para ocupar tu 0.02 por ciento de espacio en el cacharro.

d) Una cosa buena es que ya no circulan los horrorosos microbuses ni los autobuses de antaño. Por lo tanto, la fluidez del tránsito es mucho mejor.

e) Conclusión: el Metrobús, lejos de servir a los usuarios del transporte público, ha beneficiado, al menos estos primeros días, a los automovilistas. Una nueva versión del viejo adagio de que nadie sabe para quién trabaja.


¡Aguados!