martes, agosto 02, 2005

Yo, tú, él, nosotros, ustedes, ellos...

Bueno, pues aquí vamos de nuevo. La burocracia no se crea ni se destruye, pero tampoco se transforma. Las cosas por acá andan un poco aceleradas porque llegó el nuevo patrón. El nombramiento del día de ayer ha vuelto a echar a andar toda esa maquinaria que sólo se activa cuando hay un cambio de guardia y que, por sus repercusiones en la salud mental de nosotros, los servidores públicos, es conveniente abordarla de manera breve.

En efecto, sólo cuando se presenta la noticia de que alguien ha suplido al antiguo jefe se pueden notar ciertos fenómenos como el que ahora mismo estamos experimentando (en mi caso, creo que ya tengo cierta autoridad moral para tocar estos temas... al menos un cambio de sexenio me respalda). Bueno, pues decía que hoy son visibles todas esas prácticas y actitudes que suelen desatarse cuando hay un nuevo superior jerárquico. Y cuando digo superior jerárquico me refiero a que tal estatus se aplica a todos los que integramos esta oficina, es decir no sólo es el jefe inmediato (un subdirector, un director de área), sino el jefe de todos los que aquí cohabitamos, incluido al director general.

Entonces, esto permite confirmar que, por muy avezado que seas, por muy jefe de otros miserables que te ostentes, por muy maestro, doctor o simplemente licenciado que suelas alardear, todos, todos tenemos un rasgo en común: el no querer perder nuestro empleo. Ese es el punto que salta cuando alguien nuevo ingresa y, sobre todo, cuando ese alguien nuevo tiene más poder y, además, que ese alguien nuevo tiene ciertas facultades para determinar quién se va o quién se queda.

Así, hasta los que aquí andan con aires de perdonavidas de tiempo completo y horas extras, con cara de haber pisado caca de perro del suelo todo el tiempo, los que sólo te saludan cuando te ven en el brindis de fin de año, hasta ellos suelen realizar las genuflexiones correspondientes ante el nuevo titular y su grupo cercano (o staff, como se dice a partir del new public management). Una nueva versión de la larga e inevitable saga de ese filme ya muchas veces visto y experimentado: el pez grande se come al chico.

Por ello, ayer y hoy la cosa ha andado –ciertamente—agitada. Para clarificar un poco este hecho imagínense a ustedes mismos como nuevos jefes de una oficina pública. ¿Difícil? Para nada. Sólo respiren y véanse a sí mismos como titulares de una pequeña porción de la administración pública federal. Eso es. Así, con todo y su nombramiento con bandera nacional de fondo, con todo y su impacto en los diarios de circulación nacional, con todo y su glamour. Bueno, ¿cuál creen que sería su primera actividad dentro del puesto? Claro, me refiero a la primera oficial, es decir no a la que implica llamar a amigos y hacer citas para cenar o para ir a por los tragos para celebrar, ni tampoco a la que se le dedica tiempo contestando las llamadas de cientos de personas que, aún sin conocerlas, te felicitan, te hacen un recuento de lo valioso e importante que siempre has sido y que, de forma religiosa, te recuerdan que "no los olvides". Bueno, pues ya una vez instalado en sus nuevas oficinas lo primero que quieren hacer es saber de qué va el asunto al que te han designado, ¿no? Y, más importante aún, conocer quiénes son tus nuevos subordinados.

Entonces, pues los citas y los entrevistas o, al menos, los miras cuando es la ceremonia de entrega-recepción. Después, dependiendo de los usos y costumbres de cada quien, pues los llamas a tu oficina para conocerlos vis-a-vis. Y aquí está el punto: como los jefes saben que serán llamados a una plática "amistosa", con visos de rendición de cuentas del estilo de quién eres, qué haces, para qué me sirves, cómo justificas que eres indispensable para seguir en tu puesto y no dejarme traer a mis cuates que ya se andan relamiendo los bigotes para ocupar algún cargo burocrático desde el primer momento en que se enteraron que ya tenía un nuevo huesote en la administración de Fox que aunque ya se va a acabar todavía le podemos sacar un poquito más de jugo..., repito, como saben que van a ser llamados al patíbulo, pues deben preparar o tener más o menos claro en la cabeza lo que ellos mismos hacen en sus respectivas parcelas de poder. Por lo tanto, y siguiendo la lógica descrita unas líneas más arriba de que el pez grande se come al chico, pues ponen a sus respectivos subordinados a buscar información, preparar presentaciones y a hacer resúmenes ejecutivos sobre lo ha sido, es y será la brillante oficina que estos personajes dirigen y, de esta manera, asegurar seguir sirviendo al Estado mexicano (eufemismo que realmente quiere decir seguir conservando la chamba).

Así que, como pueden ver, pues esto está teniendo lugar en esta oficina, por lo que ha entrado un poco de emoción a esta rutinaria y coagulada vida burocrática. Algo que, a final de cuentas, se agradece ante la abulia y desazón que ha campeado pesadamente por aquí los últimos días.

Pensando un poco en esto detenidamente, recuerdo algún día haber visto que los norteamericanos –me refiero a los funcionarios públicos de ese país—suelen tener ciertos documentos guías para el manejo de situaciones de crisis como las que provocan este tipo de acontecimientos. En su afán por tener todo súper registrado y pormenorizado con cifras y datos duros, los public officers (o managers) cuentan con varios ejemplares tipo libros de ayuda o de superación personal que les auxilian a afrontar hechos que pueden ir desde la categoría estresante (como el que estamos viviendo en este preciso momento) hasta los verdaderamente dramáticos (como la pérdida efectiva del empleo cuando tienes mujer, hipoteca, tres críos hambrientos y deudas por el DVD y la licuadora).

Y digo que, pensando detenidamente lo anterior, pues no estaría tan mal que elaboráramos una especie de esta clase de documentos para nuestros colegas mexicas, ¿no? Al menos así, si llegásemos a ver sobre nuestros escritorios una mañana cualquiera (por ejemplo, un miércoles 3 de agosto de 2005) un oficio en el cual se nos agradece gentilmente haber dedicado tanto tiempo y esfuerzos en pro de la causa del Estado mexicano (es decir, que nos corrieran a sangre fría), pues tendríamos la posibilidad de seguir ayudando a nuestros vecinos de edificio público y, sobre todo, de tener algún ingreso en lo que alguien se apiada de nosotros y nos vuelve a contratar, aunque sea de taquillero del Metrobús en la estación Durango.

La suerte está echada
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