miércoles, agosto 30, 2006

Reencuentros (II)

He sido víctima de la publicidad. La tal película Efectos secundarios se estrena hasta el próximo viernes, así que, al igual que la lectora VIP, no tengo idea de cómo debe ser el comportamiento que adopte en mi próxima reunión de ex alumnos.

Imagino que todos nos hemos detenidos en el tiempo para los demás. Es decir, si en el bachillerato eras matadón, pues todos esperarán que resuelvas ahí mismo, sobre la mesa y entre las quesadillas, alguna ecuación trigonométrica o, al menos, que tires algunas netas sobre la situación política del país o que les digas cuáles son las capitales de las 15 repúblicas de la ex URSS. Bajo esta lógica, la chica guapa sentirá presión por seguir siendo el objeto del deseo de los demás (aunque ya haya parido en dos ocasiones y ahora esté fláccida y celulítica), o bien, el Sr. Simpatía querrá renovar su arsenal de chistes sobados antes de sentarse a departir con sus contemporáneos.

Y la lista puede extenderse ad infinitum. Al que ganaba concursos de oratoria se le pedirá decir unas palabras alusivas a tan relevante acontecimiento, a la que declamaba poesía le recordaremos cuánto nos sensibilizaba la composición de Nicolás Guillén que daba en los festivales del Día de las Madres, al atlético le reforzaremos nuestros halagos por habernos dado esa canasta definitiva en el partido de baloncesto contra la odiada preparatoria federal, a la chica feíta inteligente le agradeceremos --otra vez-- habernos pasado la última práctica de contabilidad con todo y sus debes y haberes, a Miss Cupido le reprocharemos no haber hecho las gestiones pertinentes para retener a tal o cual pareja, entre otros.

Sin embargo, pienso que el punto más delicado para este tipo de conmemoraciones es ir preparado para el desengaño. Cuando asistes a un reencuentro con ex compañeros de clase a los que no has visto por más de una década, lo importante es ir como anesteciado o en etapa francamente zen para resistir los embates de hiperrealidad.

¿A qué me refiero? A que el tiempo recorrido será el principal invitado. Así, los demás verán en ti lo que quizás fuiste y ya no eres y, en contraste, tú también querrás platicar de los mismos temas con tu contraparte de hace 10 años y que, a diferencia de la década de 1990, ahora sabe más de leche Nan 1 e hipotecas que de U2 o los Héroes del Silencio (por dar un ejemplo simple, claro).

La música, la comida, las viejas anécdotas, los rostros conocidos crearán algún tipo de cohesión inicial. Saldrán a relucir viejas batallas perdidas y ganadas durante esos años estudiantiles, también un breve recuento de lo que pasó inmediatamente después de la noche de graduación hasta la mañana de ese día de reencuentro, una presentación de la actual familia y, en casos más radicales, un listado de las últimas enfermedades padecidas. Pero después todos saldremos con la satisfacción de haber dado ese gran salto adelante.

¿Por qué generan tanta expectativa este tipo de reuniones? Por el morbo de ver aquí y ahora a los que alguna vez fueron tus pares. Una especie de evaluación personal a partir de ver los triunfos y fracasos de los que arrancaron en la misma línea de salida hace algunos años.

Sin embargo, estos actos también son ficticios: no has vuelto a ver a la mayoría por el simple y contundente hecho de que no son tus colegas. Los verdaderamente cercanos siempre estarán ahí, al alcance de una llamada o de un mensaje al móvil.

Así, compartir el vino y el pan tres horas una vez al año está bien. Pero nada más.

Seguiremos informando.