domingo, agosto 27, 2006

¿A dónde llegamos?

JMB

La metodología utilizada por la administración que está por concluir privilegió el uso de términos que antes se consideraban exclusivos de la iniciativa privada. Por ejemplo, al momento de plantear los objetivos y metas de este gobierno, en el ahora lejano año 2000, los diversos planes y programas de la administración pública usaban expresiones como ¿en dónde estamos? para referirse al diagnóstico del país, así como ¿a dónde queremos llegar? para señalar qué es lo que se esperaba alcanzar al final, es decir en este 2006.

Más allá de esta moda gerencial que ha permeado al sector público mexicano en los últimos años, estas preguntas nos sirven para, en efecto, comparar el sitio desde el que partimos y el lugar en el que nos encontramos.

Una de las herramientas más útiles para este fin ha sido la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) que durante este sexenio ha levantado en tres ocasiones la Secretaría de Gobernación, a través del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática. La más reciente edición de este ejercicio estadístico que permite vislumbrar el perfil político de la ciudadanía en México fue realizado a finales de 2005. Tal y como se muestra a continuación, los resultados han sido interesantes.

Para los mexicanos la política sigue siendo un tema prescindible. A pesar de que de un tiempo a esta parte han surgido más politólogos que hongos después de la lluvia, en general, este asunto no atrapa la atención de la ciudadanía. Al respecto, 55 por ciento declaró estar “poco” interesado y 33 por ciento “nada”. Por supuesto, las respuestas se realizaron antes del proceso electoral, por lo que no es difícil imaginar que, si se volviera a preguntar en este momento a las mismas personas, los porcentajes tendrían variaciones.

Este rechazo inicial a la política como actividad se explica –en parte—por la manera en que la percibimos: 65 por ciento piensa que es algo “complicado” o “muy complicado”. En efecto. Todos creemos tener alguna noción sobre lo que acontece en los pasillos del poder. Para ello, damos explicaciones, presentamos argumentos y adoptamos posiciones. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La política –al menos la mexicana—sigue siendo un juego en el que sólo unos cuantos saben el contenido de sus cartas. Parafraseando a Max Weber en El político y el científico, el que se dedica a esta actividad hace un pacto con el diablo.

Un aspecto bastante llamativo por la coyuntura que vivimos es el referente a la democracia y sus implicaciones. En este sentido, la población consultada afirmó que, en su opinión, México vive en la democracia (31 por ciento). Aunque el porcentaje opuesto, es decir los que dicen que no, está cercano (23 por ciento), se trata de un indicador relevante: los demócratas son mayoría simple. En contraste, cuando a las mismas personas se les consulta sobre su nivel de satisfacción con la democracia “que tenemos hoy en México” el asunto se vuelve nebuloso: 47 por ciento dice estar “poco satisfecho” o “nada satisfecho”. Si a esto le sumamos el sector de los indiferentes (ni satisfecho ni insatisfecho, 21 por ciento), entonces tenemos que a más de la mitad nos gusta sentirnos demócratas aunque, en la realidad, no le veamos gran utilidad a este sistema.

Ahora, tampoco hay que ser tan negativos. Los encuestados mantienen la fe y, ante la pregunta de si creen que la democracia en nuestro país será mejor o será peor en el futuro, responden mayoritariamente que sí (47 por ciento).

Para finalizar, dos datos tradicionalmente citados de este tipo de encuestas de opinión. El primero tiene que ver con los niveles de tolerancia de los mexicanos. Es un lugar común afirmar que los valores democráticos son indispensables en esta sociedad y que todos sus miembros debemos acatarlos. Sin embargo, este discurso políticamente correcto se enfrenta a una realidad cotidiana y contundente que demuestra lo contrario.

A la pregunta, “¿estaría de acuerdo o en desacuerdo en que se permitiera salir en televisión a una persona que va a decir alguna cosa que está en contra de su forma de pensar?”, la respuesta ha mostrado una lucha interna entre los nacionales. Por el “de acuerdo” estuvo 34 por ciento de los encuestados, mientras que 38 por ciento dijo estar “en desacuerdo”. Algo que ilustra a la perfección esa vieja expresión muy mexicana de sí pero no. Una cosa es simpatizar con la tolerancia y esas cosas, pero otra llevarlas a la práctica.

El segundo se refiere a la confianza en las instituciones públicas. Aquí, como en años anteriores, las cifras mantienen cierta continuidad, aunque no hay que perder de vista algunas modificaciones. Una de ellas es el bajón que ha tenido el Instituto Federal Electoral en la tabla. Tradicionalmente ubicado en los primeros sitios, en la Tercera ENCUP ocupa el sexto lugar con 7.07 de aprobación de una escala donde cero es nada y 10 es mucho. Aquí debe notarse, otra vez, que el levantamiento se realizó el año pasado.

¿Quiénes son los personajes y las instituciones en las que más confiamos? En primer lugar, los médicos (7.79), en segundo el Ejército (7.72) y en tercero la iglesia (7.68). Si hacemos caso a ese dicho popular que afirma que en un pueblo los personajes más respetados son el cura, el doctor y el maestro, el país entero no está muy lejos de este escenario.

En la zona baja los puestos están bien definidos. Los partidos políticos son los menos confiables según las respuestas obtenidas, seguidos de la policía y los sindicatos. Aquí no hay mucho que ahondar.

En general, este es un brevísimo extracto de la muy valiosa información que nos presenta esta Encuesta. Un espejo de lo que somos y de lo que queremos ser.

Si realizamos un ejercicio de comparación veremos que no hemos variado mucho en los últimos años, sobre todo en los seis recientes. A pesar de los avances obtenidos, aún arrastramos lastres del pasado.

Sin embargo, es conveniente no perder de vista que se trata de aspectos informales, es decir de costumbres. Y, como bien afirma una vieja fábula de Rosas Moreno, “son las costumbres leyes que en vano tratan de reformar los reyes, cuando nunca las leyes hacen las costumbres”.