Sexto año
JMB
Vicente Fox ha llegado a su Sexto Informe de Gobierno. El Presidente mexicano que ha gozado de la mayor legitimidad al inicio de su mandato, el que mayores expectativas generó entre la población al momento de asumir el cargo, el mismo que alcanzó el triunfo electoral aglutinando a fuerzas políticas diametralmente opuestas. En resumen, el que sacó al PRI de Los Pinos.
Sin embargo, al término de su gestión las cosas no son como se establecieron en la "visión" de México para 2006. A diferencia de esa sociedad democrática, participativa, plural y en marcha armónica que se auguró al momento de la alternancia, lo que tenemos ahora es un país estacionado en la confusión, con importantes focos rojos en su geografía y necesitado de una inyección de entusiasmo que le permita afrontar los retos venideros.
En efecto, por un lado no sabemos aún a ciencia cierta el resultado de la elección presidencial realizada en julio pasado. Al momento de escribir estas líneas está pendiente la calificación final de los comicios. Todo parece indicar que el Tribunal Electoral ratificará la ventaja del candidato del PAN y, por lo tanto, podrá asumir la Presidencia para el próximo sexenio. El punto radica en que, a pesar de que esta resolución tiene el carácter de definitiva e inatacable, la confusión permanecerá debido a las acciones de desconocimiento de los resultados que ha decidido encabezar el candidato de la Alianza por el Bien de Todos.
En estos hechos Vicente Fox ha tenido gran parte de la responsabilidad. Sus declaraciones un día sí y otro también respecto al tema no han ayudado gran cosa a distender el clima de crispación. Frente a la oportunidad de plantearse como el estadista que condujera la primera elección de la etapa democrática del país, al parecer sólo optó por asumir el papel de un militante más de su partido. Por lo demás, nada extraordinario ni cuestionable, si no fuese por el pequeño detalle de que él no es un panista más, sino el líder de todos los mexicanos.
Por otro lado, su desempeño al frente de la administración pública también ha sido cuestionable. Aquí lo que podemos apreciar es que las actividades cotidianas y, por lo tanto, indispensables del quehacer gubernamental, fueron relegadas a ese sector vilipendiado pero crucial para la correcta marcha del país: la burocracia. A pesar de haber experimentado una importante reducción de personal, las tareas de todos los días se realizaron en muchos de los casos por inercia y sin saber con certeza cuál era el rumbo a seguir.
El interés del Presidente se centró en acciones de alto impacto mediático, por ejemplo, solucionar el conflicto de Chiapas en 15 minutos, crecer al siete por ciento anual, lograr la aprobación de las reformas estructurales, entre otras. Aspectos que, por cierto, aún están pendientes. De esta forma, lo común –pero vital—fue relegado a un segundo plano. Lo que parecía robar la atención de Fox no era ese engorroso trabajo administrativo de escritorio ni esas aburridas e interminables reuniones políticas. Lo suyo ha sido el contacto popular, la foto comiendo tamales y la reconfortante palmada en la espalda que hace sentir bien, pero que no ayuda gran cosa a resolver los problemas.
Por supuesto se debe reconocer que ha habido avances durante la administración que está por concluir. Al menos dos serán definitivos para el futuro del país: la transparencia que rige ahora a la información pública gubernamental y la implementación del servicio civil de carrera en el sector público.
En contraste, el país también está experimentado una escalada de conflictos que amenazan con seriedad la gobernabilidad de la Unión. Y esto no sólo tiene que ver con lo que sucede en la Ciudad de México. Por el contrario, se extiende a una porción considerable de la geografía nacional. Es notable el incremento de la violencia generada por las bandas del crimen organizado que operan a lo largo y ancho del territorio, así como la incapacidad para solucionar conflictos como el que actualmente ocurre en Oaxaca. La sensación de inseguridad y de debilidad del Estado se extiende con peligrosidad.
Uno esperaría que el máximo líder del país mostrara una categoría y una altura de miras superior a la de la media poblacional. Es decir, que para eso buscó ser Presidente y para eso fue electo. Sin embargo, conforme pasan los días hemos venido ratificando que, en el caso de Vicente Fox, lo que hay es más voluntarismo que análisis, más buena fe que capacidad, más compasión que arrojo.
Haber logrado romper la hegemonía del PRI no es algo menor. De hecho, ese será siempre el gran mérito del Presidente que está por concluir su mandato. Pero la experiencia nos está demostrando que el carisma, la sonrisa y las buenas intenciones no son suficientes para desempeñar esta clase de cargos públicos.
Esta idea la ha expresado a la perfección la Dra. Soledad Loaeza. A continuación cito textual su comentario, el cual es el colofón perfecto para la evaluación preliminar de la gestión de Vicente Fox:
"Hoy, después de casi seis años de Presidencia foxista, podemos calibrar la distancia casi abismal que separa la imagen del vaquero decidido, audaz, independiente, que supieron diseñar los estrategas de entonces, con la realidad de un Presidente titubeante, débil, influenciable y, de hecho, sorprendentemente frágil. El tipo de emociones que hoy provoca Vicente Fox dista mucho del entusiasmo inicial. Las calificaciones aprobatorias que recibe no nacen de la admiración que despierta el gran estadista o el hábil político, sino que son producto más de una simpatía condescendiente, como la que inspira todo aquel que se esfuerza mucho pero nomás no puede con el paquete" (La Jornada, abril 7, 2006).
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