lunes, septiembre 04, 2006

Un viaje a los campamentos

Jordi Soler

Antes de volver a casa, como punto final de las vacaciones de verano, hice un viaje por los campamentos. Quería contrastar la realidad de la que se habla en todas las sobremesas, con esa realidad que se ha plantado desde el Zócalo hasta Chapultepec. Un taxi me dejó en el epicentro, en el ojo del huracán, ahí donde Andrés Manuel López Obrador da sus discursos, rodeado por un campamento enorme que se parece mucho a una "ciudad perdida".

Caminé por sus pasillos laberínticos, leyendo consignas, conversando con quien estaba de vena, y espiando escenas domésticas como la de una señora que preparaba un caldo en un perol, o la siesta de un muchacho que sacaba un par de tenis, desmesurados y rojos, por la abertura de una casa de campaña.

Era viernes en la mañana y en el Zócalo no había mucha gente ni mucho tráfico por donde se puede circular. Quizá este campamento, el epicentro que es también el ojo del huracán, no sea más que el resultado de un proceso que empezó hace sexenios, cuando el presidente en turno abandonó Palacio Nacional y trasladó su silla a Los Pinos, junto a su cama y su comedor.

El Zócalo abandonado por el presidente ha ido siendo tomado paulatinamente por la gente (estuve a punto de escribir "el pueblo"), en sucesivos plantones de maestros, de campesinos, de electricistas, y un triste etcétera cuya culminación, cuando menos por el momento, es el campamento de ahora, ese monstruo que es, también por el momento, la madre de todos los anteriores.

Por otra parte conviene reflexionar sobre el sedentarismo del presidente, que duerme y despacha en el mismo espacio, sin entrar en contacto con el mundo exterior (las giras se hacen en una burbuja), contacto del que disfrutaría si despachara en la oficina que tiene en Palacio Nacional. Pero esto es nada más una idea.

Del Zócalo pasé al segundo campamento, a la columna vertebral que corre a lo largo de Madero; ahí se ofrece información, se proyectan documentales y películas (que también se venden), y se puede asistir de manera gratuita al médico. Imposible dejar de observar que este campamento, instalado en esa calle que antes se llamaba de Los Plateros, está flanqueado por joyerías y negocios que venden oro y plata. No se sabe si esta contraposición fue pensada por los ideólogos de la acampada, o si el surrealismo ambiental, ese fantasma que recorre México, nos ha vuelto a hacer otra de sus trastadas.

La columna vertebral se va deshilachando Avenida Juárez abajo, donde ya hay poca información, las tiendas tienen pocos habitantes y empiezan a verse escenas interpretables que incluso sobrecogen. Anoto tres: Bellas Artes estrangulado por el plantón, un turista rubio cargado de maletas tratando de alcanzar su hotel, y un tractor verde atravesado en la Avenida.

El tercer campamento, el que corre por Reforma hasta Chapultepec, está prácticamente vacío; de pronto se ve un señor oyendo noticias en un radio, o una pareja jugando ajedrez. También se ven tiendas de campaña enormes con gente dormida adentro y consignas sociales, políticas y personales por todos lados; cada tantos cientos de metros hay un templete para conciertos o discursos.

Las escenas que sobrecogen en Juárez, en Reforma se multiplican en estampas sucesivas: el Fiesta Americana en una especie de duermevela, el University Club (ese restaurante donde un mediodía no me dio la gana ponerme la corbata que se me exigía y no pudieron echarme porque en la mesa había tres embajadores) en standby, la Bolsa de Valores tapiada por un grupo de granaderos y, a propósito de tapias, el Ángel de la Independencia ¡tapiado!

Terminé en la tarde de recorrer los campamentos y me fui con la impresión de que, más allá del señor López y del señor Calderón, algo ha pasado en México, algo se ha roto y empieza a salir a la superficie, algo nuevo, desconocido y colosal.

Llegué a casa de mis padres de noche y me encontré a papá y a mi hijo viendo un partido de futbol chileno, Colo-Colo contra Huachipato. Gracias a la intensidad del juego ninguno me preguntó cómo me había ido, cosa que agradecí porque no hubiera sabido qué contestar. El partido terminó empatado y se fue a penaltis. Colo-Colo ganó en la primera ronda.