APPOcalipsis now
Así es, estoy escuchando a Sabina en el iTunes. Así es, voy a tratar de escribir algo sobre el recital. Así es, también sobre lo que está sucediendo en Goajaca. Imposible no ser predecible en este lunes de flojera y resaca...
La mayoría de los medios destacaron una cosa del concierto: el enojo de Sabina por el pésimo sonido que lo llevó al final de la canción Ruido --vaya ironía-- a levantarse del banco, arrojar la guitarra acústica al suelo, caminar con decisión a la orilla izquierda del escenario y gritarles no sé cuántas cosas a los ingenieros de audio y sus ayudantes.
Desde la cuarta o quinta canción el andaluz ya había dado muestras de que algo andaba fallando con el sonido. Primero llamó a Varona y le comentó muy en corto sobre el asunto. Pancho agarró y se dirigió a esa orilla a la que después fue Sabina a darles el mensaje y la queja del jefe. Nada. La cosa siguió y mostró su molestia Olga Román unos minutos después. Sin embargo, todo explotó cuando al interpretar algunos coros de Ruido se escuchaba un tremendo ídem en las bocinas. Mi mujer dice que también Sabina se jodió cuando las luces que se prendían para indicar que los asistentes debíamos participar cantando no lo hacían de manera correcta. Total que por ambos lados estuvo muy accidentado el punto.
En contraste, el concierto tuvo un buen nivel. A pesar de que llegamos a la segunda canción (viernes, lluvia, Línea 9 del metro descompuesta y tacones de las damas), nuestros privilegiados lugares nos permitieron disfrutar de muy buena manera todo el asunto. Desde nuestro arribo se percibía el buen ánimo de la noche. Con Aves de paso retumbando en las paredes del baño sabíamos que la cosa iba para arriba. Ya adentro, un escenario y una alineación en extremo minimalista nos demostraron que el español aún puede darnos una que otra sorpresa.
Me gustaron, por ejemplo, las canciones roqueras que con tan sólo dos guitarras, un bajo y una batería acompañando a Joaquín sonaron energéticas. También la intervención improvisada del batería, el cual, según palabras del propio Sabina, entró como relevo de emergencia ante los embates de La Venganza de Moctezuma de la que fueron víctimas tanto el propio cantante como el batería original. Ante esto, debe reconocerse el buen trabajo llevado a cabo por ese chaval. También, ¡cómo no!, la voz y la presencia de Olga, quien se cae de buena, a pesar de que parece que no sabe andar o que no aguanta usar tacones mucho tiempo. En fin. Está súper bien y canta mejor.
También me latieron las intervenciones de los compinches de Sabina, es decir de Pancho Varona y de Antonio García de Diego. Pero creo que un pelín más del otro guitarra, del cual no sé su nombre, pero que levantaba muy bien el entusiasmo cuando de repente soltaba guitarrazos cual si fuese Keith Richards (con todas las proporciones guardadas, claro).
¿Qué fue lo que no me gustó? Pocas cosas. La más importante fue la excesiva cantidad de rancheras en la lista de canciones. Está bien que sea como una obligación que cuando viene a México suelte las Y nos dieron las diez, Por el boulevard de los sueños rotos y otras por el estilo. Pero, no deja de darme como prurito pensar que la mexicanidad, tan patriotera y xenofóbica en algunos casos, se entrega sin reserva ante españoles que nos vienen a enseñar cómo se cantan las rancheras y cómo usan los calzones los rancheros. Algo como lo que sucedió con la gran Rocío Dúrcal. Digo, está bien y todo, pero es raro, ¿no? Es decir, no veo a la Rubio, por decir algo, emocionando a los gachupines interpretando alguna rola como de Camarón de la Isla en algún teatro de la Gran Vía.
Lo del altercado interno no jodió a totalidad el concierto. El público respondió de buena gana gritando Sabina-Sabina, como diciéndole bueno, aguante, lo que sigue. Pero en su rostro sí se veía como incomodidad y enojo durante las tres o cuatro canciones que siguieron al accidente. Muchos también le gritamos que, pues la tomara con calma, sobre todo pensando en su estado de salud.
Ahora vayamos al asunto social del concierto. Una cosa que me llamó la atención fue la buena cantidad de gente que acudió con bombín en la cabeza. Yo llevé mi sombrero negro, pero que no es de Sabina, sino de Keith Richards. De hecho, mi mujer hasta como que se sorprendió de mi carácter visionario al haber decidido comprar un sombrero ya hace algunos meses. Ahora resulta que es como la moda. Hasta Efrén llegó ataviado de bombín. Frente a nosotros había una manda de chavales así como que todo entusiasmo y camaradería, de los cuales dos también traían sombrero. A la salida pude ver como a otras cinco personas más, incluida una chica, con tal atuendo.
Desde que íbamos en el subterráneo podíamos descubrir quiénes se dirigían al Auditorio. Chicas guapas así como con cierto aire culturoso y tipos con la típica combinación pantalón caqui, camisa azul y saquito medio deportivo. Atrás de nosotros había un grupito de españoles y a mi lado una pareja de jóvenes cuya máximo emoción fue ponerse a aplaudir y a mover ligeramente la cabeza con las rolas prendidas. De nuestro grupo Efrén era el más entusiasta. Está bien. Héctor también coreó algunas y el séquito de su amigo de Atlixco estaban ahí como que queriendo saber qué onda. Jorge le dictaba las estrofas a su pareja antes de que Sabina las cantara y Brenda y mi mujer estaban codo a codo. Yo desde la orilla de ese grupo me emocionaba con las roqueras y medio maldecía cuando sacaba su vena trovadora con la lectura de poemas y las rancheras. Sin embargo, todos nos la pasamos muy bien.
Al final, claro, el recorrido por los puestos de recuerdos para intentar comprar algo, sobre todo alguna camiseta o algo por el estilo. De ahí partimos al nuevo piso de Efrén que está en la Condesa y el asunto acabó como a las tres horas del sábado.
Al despertarnos unas horas después encendimos la radio y supimos que la PFP ya estaba en Goajaca. El APPOcalipsis ahora iba a empezar. Para poder resistir la jornada preparamos café y luego nos fuimos a comer con César a los mariscos.
Tres días y una noche con Sabina.
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