miércoles, octubre 25, 2006

El equipo

Publicado en El Guardián, octubre 21, 2006.

Un chiste macabro señala que la ventaja del trabajo en equipo radica en que, si algo sale mal, existen varios a quienes culpar. Esta lógica puede ser útil por estos días, cuando se aproxima el final de la administración federal y cuando se han disparado los análisis respecto a sus resultados. La mayor parte de éstos se han enfocado en la evaluación de la figura presidencial. Sin embargo, Vicente Fox no gobernó solo. Varias cuentas deben cargarse al equipo del cual se rodeó.

En el pasado, un síntoma de eficiencia gubernamental de los secretarios de Estado era el silencio. En efecto, cuando un ministro tenía poca presencia en medios, cuando no era requerido por el Congreso o cuando simplemente pasaba desapercibido para la población era señal inequívoca de que estaba haciendo bien su trabajo.

Al respecto, debe recordarse el papel que por muchos años tuvieron los secretarios de Salud mexicanos: casi nadie los conocía, pero sus resultados saltaban a la vista. Las epidemias tropicales se iban erradicando de manera paulatina, se realizaban sin contratiempos las campañas de vacunación, la poliomielitis –por decir algo—era cada vez menos frecuente. Por supuesto, esto no exentaba la presencia de problemas en áreas como la atención directa y la disponibilidad de medicamento en los hospitales públicos. A pesar de ello, tal discreción bien podía interpretarse como productividad.

Lo anterior ha cambiado en los últimos seis años. Una característica del gabinete que ha laborado desde diciembre de 2000 a la fecha ha sido la búsqueda intencionada del anonimato. Algunos funcionarios públicos de primer nivel han puesto todo su empeño en estar lejos del ojo del huracán y de llamar lo menos posible la atención de los medios. El aspecto preocupante es que este apego por la opacidad no ha sido sinónimo de una gestión acertada. Más bien se ha tratado de una actividad contemplativa que espera a que las cosas ocurran por sí mismas.

Vicente Fox ha sido responsable de esto, pero sólo en parte. Es cierto que cuando el líder de la administración pública federal pregunta que por qué él, realmente no hay mucho que esperar de lo que hagan sus subordinados. Sin embargo, el desempeño eficiente o deficiente de los secretarios de Estado ha sido responsabilidad exclusiva.

¿Qué ministros mexicanos obtendrían calificaciones aprobatorias durante su gestión y cuáles serían reprobados? A continuación, un breve esbozo de respuesta.

En la primera categoría tendríamos, en mi opinión, al menos tres secretarios. El primero es Julio Frenk, de Salud. Haciendo honor a sus antecesores, el encargado de la salubridad nacional ha hecho un trabajo apegado a la tradición de su área: discreto, eficiente, comprobable. Se ha contenido el avance de algunas enfermedades como el cólera y la malaria, se ha evitado el ingreso al país de plagas como el SARS y la gripe aviar, y se han mantenido los estándares de calidad en términos de vacunación universal.

De hecho, un factor que puede consolidar la buena calificación de la gestión de Frenk es su posible subida a la dirección de la Organización Mundial de la Salud, puesto que buscó hace algunos años, pero que en esta ocasión es más factible de lograr.

El segundo es Eduardo Romero, de Función Pública. Este funcionario ha cubierto el perfil de lo que debe ser el encargado de las administraciones públicas: pocos aspavientos, suficiente eficiencia operativa. A pesar de que la aplicación del Servicio Profesional de Carrera posee varios aspectos cuestionables, este proyecto será uno de los aciertos que más se recuerden del sexenio que está por concluir. En dicha labor Romero ha desempeñado un papel crucial.

El tercer puesto corresponde a un secretario que no ha concluido su gestión: Jorge Castañeda. Si el objetivo al inicio de la presidencia de Fox era llevar a cabo "el cambio", con las diferentes interpretaciones que esta expresión puede derivar, el ex canciller ha sido uno de los pocos funcionarios que ha cumplido a cabalidad dicha encomienda.

Por supuesto, estas líneas pueden crear controversia. Mi afirmación se basa en los resultados que generó frente a la necesidad de marcar una diferencia sustantiva con el anterior régimen. Y esto no sólo debe interpretarse en un sentido negativo, por ejemplo, en el deterioro de la relación con algunos países latinoamericanos. Más bien debe recordarse la búsqueda por afianzar el sistema democrático en el país mediante el ingreso a diversos organismos internacionales que observarán con detenimiento el desempeño de los actores políticos.

Algunos han considerado este hecho como el rompimiento de una añeja tradición diplomática, personificada en la multicitada Doctrina Estrada. En contraste, también puede interpretarse como el rompimiento de una larga simulación, es decir de aquella en la que, a cambio de no intervenir en la vida interna de otros países, se acotaba el escrutinio mundial respecto a lo que sucedía aquí.

En cualquier caso, la difícil personalidad de Castañeda ha opacado –de manera injusta—los importantes logros obtenidos durante su gestión.

En sentido diametralmente opuesto, los secretarios con las peores calificaciones también componen una tercia: Santiago Creel, Pedro Cerisola y Luis Ernesto Derbez.

El primero, al frente del Ministerio del Interior, fue perdiendo la legitimidad y el prestigio que había obtenido a lo largo de muchos años de lucha democrática desde la sociedad civil. Con el fin de ser breves, sólo diré que su perfil no correspondió al que demandaba el puesto. El segundo, al frente de Comunicaciones y Transportes, dio muestras de lo que una mala planeación sumada a la soberbia pueden ocasionar: echar por tierra el proyecto más importante de un gobierno. El tercero, primero en Economía y después en Relaciones Exteriores, ejemplifica a la perfección lo señalado líneas arriba: los funcionarios que pasan desapercibidos, sin que esto se deba a su eficiencia o su productividad.

Al evaluar el trabajo del Poder Ejecutivo que está por ceder su lugar no sólo debemos fijar la mirada en Vicente Fox. Claro, él fue el faro, la guía y la coordenada del sexenio. Sin embargo, de una u otra manera trabajó en equipo, lo cual le permite al final de su mandato deslindar algunas responsabilidades sobre los resultados alcanzados.

Una vez más la realidad nos ha demostrado que el voluntarismo de un solo hombre no es suficiente para conducir un país. Muchos menos su carisma o las simpatías que pueda generar. La administración pública requiere profesionales que arropen y protejan a los políticos. Esperemos que la próxima administración tome en cuenta estas enseñanzas.