Más breves
La cosa política no descansa ni en diciembre.
Ayer estaba leyendo el asunto de la supuesta metamorfosis de la Sra. Marta Sahagún de una humilde provinciana a una excéntrica dama de la socialité mexica, todo a ritmo de la posesión de una buena cantidad de joyas y bisutería de la cara. Lo que más llamó mi atención fue la carta de respuesta que la zamorana envió a El Universal en la que, palabras más, palabras menos, afirmó que ella fue, es y será pudiente. ¿Qué tal? Parece que lo que jodió más a la ex vocera presidencial y actual segunda esposa del ex presidente no ha sido que se le haya acusado de corrupción y malversación de fondos públicos, sino que se haya osado pensar que ella fue pobrecita alguna vez y que llegó a Los Pinos casi casi sólo con su caja de huevo Bachoco amarrada con mecate y con su valija llena de ilusiones. ¡Cómo va a ser posible eso, coño! Ella siempre ha sido de alcurnia… de provincia, pero de alcurnia. En fin.
Luego, estoy en el taxi con dirección al Ministerio esta mañana y el tipejo ése del que ya he hablado en publicaciones anteriores (el tal Mariano, el que se autodefine como “El comunicador”, imagínense…) da la noticia de que el supuesto caníbal de la Guerrero, preso en el Reclusorio Oriente de la ciudad, pues quesque se suicidó…, así nada más, agarró y se mató. El operador y su nada humilde servidor nos volteamos a ver con cara de no me jodas. La nota seguía y daba cuenta de que se trató de ese acto porque habían encontrado un cinturón al lado de Calva Zepeda en su celda. Es decir, agarró y se ahorcó, y luego puso el cinturón a su costado, como para que nadie dudara de su determinación. ¿Pues qué no los suicidas que practican esta vía aparecen colgados de algún sitio? ¿De dónde obtuvo un cinturón un preso de alta peligrosidad y con tendencias a comerse a la gente, sobre todo a sus novias? En fin.
Ayer presenté un examen de esos que monta el CENEVAL para la certificación de los funcionarios públicos de carrera que me había tenido como mareado todo el fin de semana. Una vez superado este obstáculo podré ir a la pista de hielo del GDF sin remordimientos ni acusaciones internas, sobre todo antes de que el calentamiento global la reduzca a un enorme charco de caldo de oso.
Y si no, al tiempo.
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