Día del Hígado
Con profunda pena y rubor me doy cuenta que he dejado pasar un día fundamental en la historia de esta bitácora burocrática: el Día del Hígado.
En efecto, esto ha sucedido el pasado viernes 16 de mayo, tal y como lo recordarán los que son lectores de este sitio. Sin embargo, por estar papando moscas he dejado ir la fecha sin hacer los honores correspondientes.
Me viene a la mente uno de esos correos de reenvío que un día se instaló cómodamente en mi antigua dirección institucional: era uno que hablaba de las virtudes de este órgano vital y de la importancia de cuidarlo correctamente. En las diapositivas de Power Point se podía ver a un simpático propotipo del hígado decirnos hola, soy tal y sin mí no podrías vivir, así que no me pongas a prueba con mucho alcohol, grasas y otras porquerías. Sin duda, sabias palabras...
Para mí este órgano --como otros-- me había sido indiferente hasta que un día de mayo de 2007, El Año Cabrón, se mareó y nos puso a todos amarillos. Fue entonces cuando dirigí mi mirada hacia él y entendí que es cosa seria. Además de ser el más grande del cuerpo (me refiero al interior del cuerpo), es crucial para muchas cosas. Tan fácil como esto: si está dañado tu capacidad para afrontar otro tipo de enfermedades, cualquiera que sean, disminuye dramáticamente: es en su espacio vital donde se procesan muchos de los medicamentos que se consumen en el día a día para sanar las pequeñas cosas que suelen pasar. Ni más ni menos.
Lo del alcohol y tal es como vanidad. El punto está en su capacidad para, por ejemplo, limpiar la sangre de impurezas que, mal tratadas, pueden llegar a producir una cosa que se llama encefalopatía hepática, la cual es bastante penosa y dramática.
En fin. Tampoco es para lloriquear.
El punto es uno y simple: hígados del mundo, felicitaciones.
Y ya.
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