lunes, marzo 08, 2004

Ahora que todos los "cimientos" del sistema de partidos y de los gobiernos se están "cimbrando" (a los comunicadores les encanta hacer el cuento dramático, de tintes bíblicos), vale recordar la importancia de la administración pública como pilar de la estabilidad y la gobernabilidad.

Y no lo decimos con la palabrería que ahora campea alegremente por estos lares. Para resaltar esta virtud de la AP y de sus operadores --ergo, el funcionariado, la burocracia, los servidores públicos, como quieran llamarnos-- utilizamos un texto clásico de 1843. Veamos...

"En administración, que es una ciencia de aplicaciones y métodos, son aún menos admisibles los raptos de imaginación, y menos disculpables los desórdenes. Fundada en el conocimiento del corazón del hombre, y en el estudio de las necesidades públicas, su misión es satisfacerlas sin distinción, conservar la armonía que conviene en la sociedad y auxiliarla para que, mejorándose, prospere.

Arraigada una buena administración, no nos cansaremos de indicarlo, poco afectan al estado las oscilaciones de la discusión política; al contrario, sin una buena administración las sacudidas políticas se traducen en trastornos sociales".


Alejandro Oliván, De la administración pública con relación a España, Roix Editor, Madrid, 1843, p. 42.

¿Y por qué esta distinción? Pues porque, sencillamente, entendemos que la política se encarga de dirigir y la administración pública de servir. Aunque, claro, no somos ingenuos y sabemos que ambas se retroalimentan. Digamos que estamos por el lado ideal, al menos en teoría, de lo que deben ser ambas actividades.