jueves, agosto 05, 2004

El domingo pasado se llevó a cabo un partido de fútbol en la ciudad de Houston, Tx., entre el equipo mexicano América (a.k.a. las gallinas) y el inglés Everton. Por alguna extrañísima razón --que no es tema de este blog-- el Amiérdica ganó 3 a 1 al equipo de la isla. Bueno, pero el caso es que antes de iniciar el encuentro se entonaron los himnos nacionales de los países involucrados, es decir de Inglaterra, de los Estados Unidos y de México. Y aquí surge el tema de este post...

El sonido local anunció que un tal Luis Ramírez cantaría nuestro Himno y que, por lo tanto, siguieran de pie los aficionados que habían hecho una entrada más bien pobre en el escenario texano. Las tomas de la televisión se dirigieron a la tribuna y, entre miles de paisanos que hacen el saludo a la bandera simulando tener la mano derecha fracturada o sin vida al momento de llevarla al pecho, comenzó a cantar el fulano a capella.

La pinta del Sr. Ramírez era la de cualquier paisano que radica allende el Río Bravo: pelos negros enjutos con canas, piel morena-recolecto-harta-naranja-y-algodón-para-mi-patrón-el-güero-en-medio-del-solazo-californiano, traje tipo Milano que, en lugar de camisa blanca y corbata, traía una de las camisetas que hiciera famoso el gran Pedro Infante en la trilogía de Ismael Rodríguez, es decir portaba una vil y corriente camisetita gris adornada por una gran medalla en la zona del pecho.

Todo eso hubiera pasado desapercibido si al momento de entonar el Himno la ceremonia hubiera sido normal y sin contratiempos. El punto es que no fue así. A la segunda estrofa comenzó la debacle: SE LE OLVIDÓ LA LETRA E INVENTÓ NUEVAS LÍNEAS AL CANTO NACIONAL. En lugar de decir Ciña ¡Oh Patria! tus sienes de oliva, balbuceó algo así como AAAA, EN LA NOCHE... EEE, AAAA, AAAA, EN LA NOCHE QUE DIOS... AAAA... TE OLVIDÓ...

Por supuesto, la mexicaniza reunida en el estadio comenzó a sacarse de onda. Primero, se miraban entre sí como preguntándose y ahora a este pinche loco qué le pasa. Sin embargo, después se dejaron sentir las carretadas de chiflidos y mentadas al pocho-cantante. Los jugadores del equipo amarillo también tenían cara de mmmmta, no manches. Los del Everton estaban contrariados de que los propios mexicanos abuchearan a su Himno Nacional, pero sin saber que, en verdad, ¡ese no era nuestro Himno!

Luis Ramírez sonreía. Increíblemente, pero así fue. En lugar de decir, ok, señores, no me lo sé, sorry, ¡no!, seguía cante y cante con su sonrisa Colgate e inventando nuevas estrofas al poema de Bocanegra.

En fin.

¿Cuál es la moraleja de todo este follón que ha sido suficientemente ridiculizado en los medios de comunicación nacionales y que ha orillado a los siempre-pulcros-líderes-de-opinión-mexicas a pedir casi casi la cabeza del tal Ramírez para llevárselo a los jíbaros con el fin de que le aplique una sesión de reducción para ponerla después con imán en el refrigerador de sus casas? Bueno, pues yo apuntaría una que, a mi juicio, es fácil de esbozar.

De un tiempo a la fecha se ha buscado darle el derecho a voto a todos los mexicanos que actualmente se encuentran radicando en el exterior, lo cual debe entenderse más bien como darle el sufragio a la inmensa cantidad de migrantes nacionales que han cruzado la frontera hacia los Estados Unidos en busca de trabajo y algunas oportunidades. Según El Colegio de la Frontera Norte, hasta 2003 había algo así como 11 millones de connacionales radicando en miles de ciudades norteamericanas, de los cuales, alrededor de 10 millones estarían en condiciones de asistir a las urnas. Entre los casos más representativos están las de los ex habitantes del Estado de México (Neza, Chalco, Ecatepec, Tlalnepantla, entre otros) que ahora inundan Los Ángeles, los zacatecanos en Chicago y los poblanos en Nueva York (también conocida como Puebla York).

Sin embargo, casos como el del Sr. Luis Ramírez nos demuestran de manera contundente lo que ya algunos teóricos han apuntado en contra de esta iniciativa anteriormente: esa masa de mexicanos que se fueron hace muchos años, que tiene en su mayoría descendencia nacida allá y cuyo único vínculo con el país son las remesas que mandan puntualmente y que han sacado del apuro a N cantidad de municipios en la miseria de México, NO TIENE POR QUÉ CONTAR CON EL DERECHO AL VOTO EXTRATERRITORIAL.

¿Por qué? Bueno, porque como lo muestra el Sr. Luis Ramírez, aunque su apariencia y personalidad sea la de un tlaxcalteca promedio, YA NO TIENEN VÍNCULOS FUERTES CON MÉXICO, ya no se consideran mexicanos, ya no piensan como nacionales, en una palabra, se han desconectado del país y, en algunos momentos, hasta lo desprecian por estar sumido en la pobreza y por haberlos empujado algún día a atravesar el desierto, pagarle al pollero y esquivar a la migra para llegar al sueño americano. Los mexicanos que cruzan la frontera quieren todo menos volver. Quieren trabajo, quieren dinero, quieren tener una vida digna. ¿México se las da? No del todo. Entonces, ¿qué caso tiene seguir manteniendo vínculos con el terruño más allá de los familiares y los culturales y los religiosos? En la lógica de un migrante, todos los políticos mexicanos son heces fecales y, por lo tanto, los desprecian al grado de comenzar a mimetizarse con los norteamericanos.

Además, las imposibilidades técnicas que ya se han documentado tanto por estudios del IFE como de otras instituciones académicas, también vuelven muy cuestionable el proyecto de darle cabida a este grupo.

Sin quererlo, Luis Ramírez se ha convertido en el primer migrante anti-voto en el extranjero. Sin quererlo, el Amiérdica ha dado un punto a favor de aquellos que no estamos de acuerdo en que los que no estén dentro del país puedan votar para elegir al Ejecutivo Federal (o por lo menos de aquellos que no cuenten con credencial de elector registrada en México previamente).