jueves, agosto 12, 2004

Hoy no tendrán oportunidad de decirme que soy racista porque precisamente hoy ODIO A TODO EL MUNDO...

Desde el 2 de agosto se instaló un aparatejo en las entradas a nuestros centros de trabajo. Un checador, pero digital. Es decir, se trata de la versión revisitada de la clásica tarjeta y el reloj que estaban apoltronados en las paredes blancas de los edificios públicos, al lado del conserje o del portero o del policía de la entrada y que sirvió durante muchos años para hacer sufrir a los burócratas, o bien, para desatar todo el ingenio mexica con el fin de encontrar n maneras de burlar sus designios. Vienen a mi mente los tipos que checaban por toda la oficina una vez a la semana (cargos rotativos) para que los demás pudieran llegar por ahí de las 10-10.30 o para que salieran a comer sus tortas de tamal de chile relleno de huevo hervido con pimienta, los polis que también le entraban al negocio haciendo como que no sabían, los reclamos de las doñitas y secretarias al encargado de Recursos Humanos alegando que "ese reloj está adelantado, yo apenas tengo las 8 y 10" cuando ya eran las 09.20, entre otras miles de historias.

Bueno, el punto es que ahora ese reloj sigue existiendo, pero en versión posmoderna e infalsificable: los burócratas tenemos que checar nuestra entrada ingresando primero nuestro número de empleado y luego poniendo el dedo índice sobre una banda infrarroja que verifica si en verdad es el burócrata en cuestión el que quiere ingresar.

¿Qué tal?

Recuerdo las teorías X y Y de la administración que hablaban de cómo mantener al personal a raya: unos afirmaban que los humanos éramos como buena onda y que no necesitábamos la coerción, y los otros refutando tanta bondad y señalando que por nuestra naturaleza panchera nunca entenderíamos y, por lo tanto, necesitamos de correctivos y castigos para enderezar nuestro comportamiento.

Pero al principio dije que hoy odiaba a todo el mundo y no quiero salirme del tema. Resulta que hace unos minutos hice todo el nuevo ritual para comprobar que sí vine a trabajar para el Estado mexicano en el nuevo reloj, sólo que la frialdad de los números me hicieron sentir frustrado: 09.16 horas. Retardo. Un minuto después del límite. La máquina no entiende que el elevador fue asaltado por otros seis huevos --como yo-- que pensaron que seguir por las escaleras era más lento para llegar a nuestro sitio de trabajo. Juraba que estaba a tiempo y, miren, un minuto, bueno, ¡unos segundos! después del deadline...

¡Joder con la tecnología!