jueves, septiembre 30, 2004

Me ha llamado la atención un post de Armando en el blog www.woms.blogpost.com. Básicamente, en éste se abordaba un tema fundamental en la historia del hombre: ser o no ser mandados. Todo a propósito de la reciente adquisición de una cementera británica por la mexicana Cemex, lo que a pesar de disminuir el valor en la Bolsa de esta empresa, dejó muy satisfecho a su dueño, Lorenzo Zambrano, el cual no se podía ver como "empleado" de otra transnacional. El viejo juego de los conquistadores y los conquistados.

Y digo que me ha llamado la atención porque vinculo el asunto con la política y la administración pública. La pregunta ¿por qué debo obedecerte a ti y no a otro? ha sido el eje fundamental de toda la filosofía política contemporánea. ¿Por qué elegir al demócrata y no al fascista?, ¿por qué preferir la monarquía frente a la opción republicana? En general, ¿cuál es la razón por la cual la gente no se subleva frente a sus autoridades y prefieren seguir siendo "anarquistas que respetan los semáforos", como suele decir el vasco Savater?

Pienso, por ejemplo, en lo que sucede en estas oficinas burocráticas. Todos tenemos jefes, desde el analista hasta el director general. De hecho, podríamos decir que hasta la plaza más alta, es decir el Ejecutivo Federal, también tiene un jefe, o muchos: nosotros mismos, los electores, los ciudadanos. Bueno, pero el punto es que, en cuestión inmediata, la mayoría responde a un superior jerárquico. El asunto interesante es ¿por qué los obedecemos en ciertos periodos y por qué también queremos asaltar de repente sus puestos y seguir escalando a otros puntos?

En lo particular, estoy convencido de que un jefe no sólo debe ejercer su autoridad con la fuerza (quizás el rasgo más común de lo que sucede en la burocracia, la vieja idea de que las mejores virtudes de un burócrata son callar y obedecer). Es decir, no sólo debe infundir miedo, sino respeto (es cierto, eso ya lo dijo Maquiavelo hace algunos años, pero es bueno repetirlo porque parece que nuestros superiores no lo consultaron jamás). Y, lo más importante, una autoridad debe ser legítima, es decir saber de lo que habla y tener ciertas características que los demás no poseen, en especial, el don de mando, la mesura y la pasión. Trascender el terreno del "soy buena onda como persona", pero "soy el peor jefe del mundo".

En mi experiencia dentro de la administración pública he tenido más mujeres jefas que hombres. Sobra decir que me es indiferente el género al momento de reportar. Sin embargo, para mí sí es fundamental que mi superior sea alguien capaz y no un X más con algo de suerte en la existencia. Le-gi-ti-mi-dad. Éso es lo fundamental. La parte legal ya la tienen: tenemos que cumplir órdenes porque, simple y sencillamente, así viene establecido en el organigrama, en el manual de procedimientos, en el reglamento interior, en las condiciones generales de trabajo y en toda la legislación habida y por haber que quieran. Sin embargo, cuando un superior no es legítimo en términos de capacidades y talentos, ahí surgen los problemas...

Es en ese momento cuando a los conquistados les surge la inquietud de conquistar: no estar más tiempo bajo la autoridad de alguien inferior. O por lo menos morir en el intento de hacer algo. Lo cual no es malo, de hecho, en términos de salud mental es más sano que no se pierda la ambición en cada persona para escalar y obtener mejores puestos y mayores responsabilidades.

Como afirma Fito Páez, agua que se estanca se pudre.