viernes, mayo 20, 2005

After having meal

Un buen colega y vecino mío de lugar de trabajo no sabe estar solo a la hora de la comida. Por lo que he visto, detesta sentarse a comer sin compañía. Siempre trata de que alguien vaya con él. Esto lo ha orillado a ir rotando de amigos en esa tarea. Un tiempo iba con X, otro con Y y así, hasta casi abarcar todo el repertorio de burócratas de la zona B. En el punto más alto de esa necesidad, ha hecho alianzas con seres verdaderamente despreciables de estos rumbos. Todo por el afán de sentir que el otro está ahí, aunque no crucen ninguna palabra en medio de los tiempos de la comida.

A mí me da lo mismo. Es decir, disfruto cuando comparto los alimentos con buenos colegas o cuando voy en solitario. Sin embargo, para mí sí es muy importante quién es ese otro cuando hay compañía. Las opciones pueden ser que esa hora sea muy buena, o bien, que todo se eche a perder si hay alguien a quien no tolere del todo. En esta última categoría están --creo-- la mayor parte de los burócratas de las zonas A y B. Curioso escenario.

Hace un tiempo se volvió costumbre ir a comer en parvada. Aún estaba aquí Alfonso y era ya un uso y costumbre apearse la mayoría del equipo de trabajo del asiento e ir a toda esa galería culinaria que rodea al Ministerio. Podíamos ir dos, tres, cuatro, hasta diez a las opciones Vilmer (es decir, el mercado cercano), Cortes Finos (tacos de bisteck con todo y la res echada al lado del carnicero), Borrega Dolly (los tacos de mixiote venidos cada miércoles desde el estado de Hidalgo), Leona (un restaurante), Alebrije (otro restaurante de garage), Chapultepec (una cantina botanera) y así, otros por el estilo.

Quizás al que fuimos más fieles fue a uno que se llamaba Nicte-Ha. Por el nombre sabrán que era yucateco, pero su oferta iba mucho más allá de lo que se produce tradicionalmente en la tierra de los cabezones. Barato, rico, variado. Lo mejor de muchos años. Tan bueno era que tuvo un final digno de cualquier cosa así: cerrar un buen día sin avisar. De repente, ese lugar que nos había acogido por varias sesiones, donde habíamos comido y conversado, donde nos habíamos quejado o burlado de la humanidad, donde se iban las tensiones de la mañana, apareció con sendos pegotes en su puerta y en sus ventanas que decían CLAUSURADO. Y, a la fecha, sigue cerrado.

Sinceramente, eran buenas esas excursiones con tintes de peregrinación. De ese grupo ahora quedamos pocos. El cemento de la sociedad (parafraseando a un politólogo del cual no recuerdo ahora el nombre) eran Alfonso y alguna otra chica. Hoy ya no están y ya no hay ese compromiso de asistir en fila y casi casi de la mano a comer. Ahora, discretamente, cada quien enfila sus pasos a donde le plazca sin tener que avisar al otro a dónde va o sin extenderle una invitación.

Esto no ha sido del todo malo. A mí me gusta ir solo. En efecto, los días en que no viene mi esposa los disfruto tanto como cuando ella está ahí. Cuando me veo en la puerta del Ministerio, sin tener que voltear y preguntar a dónde vamos, tengo la seguridad de que puedo ir a donde me plazca, que puedo tardarme lo que quiera, que tendré el diálogo interno que necesito, pero sobre todo, que podré quedarme callado mirando la vida pasar sin intentar decir algo medianamente sensato.

Una vez sentado veo a los demás oficinistas del rumbo, al interminable catálogo de lics. y secres que pueblan la Ciudad de México. Observo los coches avanzar ruidosamente. Leo alguna cosa que me interesó en fotocopia. Miro la televisión y sus programas de concursos de las 15 horas. Apuro la sopa y puedo darme tiempo para caminar. Nada del otro mundo, en general.

Volviendo a mi colega del principio, en él puedo notar cómo sufre la gente que carece de comparsa a la hora de la comida. De hecho, hasta se pone de malas cuando le dices que no podrás acompañarlo. En mi caso puedo ir a comer sin alguien más por largas temporadas. Esto no significa que no valore la buena compañía, por ejemplo, de mi colega Justiniano --co-autor de este blog-- o del propio colega eje de este texto post-comida de viernes.

En fin.

Lo que sí no tolero es no tener un pequeño espacio de tiempo para salir. Creo que no soportaría mucho tiempo comer aquí dentro. Afortunadamente, no es mi caso (hasta ahora). Mientras la cosa siga así, seguiré fomentando la dieta rica en grasas polisaturadas y triglicéridos que ofrecen mis paisanos en las calles de este antiguo barrio. De hecho, estoy casi seguro de que hoy le echaron algo raro a los alimentos. De lo contrario, no estaría escribiendo estas cosas.

Mejor concluyo aquí.