martes, mayo 24, 2005

Passport's Day

Ahora yo sufrí los embates de la burocracia nacional.

Tramitar el pasaporte. Algo que debí haber hecho hace ya mucho, mucho tiempo. En fin. No es hora de lamentaciones. Lo necesito y he tenido que ir a por él.

De entrada, los requisitos infaltables. Consultar la página del Ministerio del Exterior. Saber que hay que llevar acta de nacimiento, identificación con foto y firma, fotografía tamaño pasaporte y, claro está, comprobar el pago de derechos. Aquí comenzaron los problemas. ¿Cómo coños llenar correctamente la forma fiscal SAT-5? Es decir, tú lo puedes ver muy fácil en la pantalla, pero cuando tienes en las manos el papelito aquel lleno de espacios en blanco puedes hacer todo menos decir ah, claro, aquí va esto y allá aquello. Tienes que saber claves, signos y el lugar correcto para hacer las anotaciones. De lo contrario, a volver a completar formatos una y otra vez.

Dale, lo llenas. Pero pides cierta aprobación por parte de los cajeros del banco. Ellos, en una actitud que francamente no les conocía, se deslindan de darte cualquier tipo de información. Te dicen, bueno, no sé, nosotros nada más lo recibimos. Sí, pero no quiero cometer ningún error que me haga perder los casi mil pesos del trámite (por cinco años). Dado que ni en Santander ni en Bancomer me han confirmado que lo haya hecho bien, mejor opto por ir al centro de todos los debates, es decir a la oficina que Exteriores ha dispuesto en la Delegación Cuauhtémoc de la Ciudad de México con el fin de descentralizar este servicio y, en teoría, hacerlo más fácil a todos los habitantes de la ciudad.

Ingenuo yo, pensé que todo estaría listo en unos cuantos minutos. Ajá, claro. Llego y lo primero que veo es el clásico ambiente de oficina burocrática de la década de 1980: muebles viejos, poca ventilación, empleados de ventanillas tí-pi-ca-men-te-bu-ro-crá-ti-cos, con sus corbatas de lengua de vaca, sus trajes luiditos y sus altos copetes de crepé (las damas, claro) y, para aderezar el cuadro, harta gente. Cientos como yo. De todo tipo. Altos, bajitos, morenas, capitalinas, provincianas, fresonas, bandosas, en fin, un catálogo de la mexicanidad. Todos queriendo ser atendidos a la primera. Todos queriendo ganarle al otro. Todos con afán voraz.

Dale de nuevo. Veo cómo se llena el SAT-5 de manera correcta y me formo para solicitar el otro formato, es decir el que se usa para que te expidan tu pasaporte. Pero antes, según me informa la señorita de la puerta, una especie de Policía de la Verdad, tengo que ir a pagar efectivamente mis derechos. Bueno, vamos de regreso al banco. Entro al Santander de la esquina y está atascado de compatriotas. Bien, pienso, para eso hay un Bancomer aquí en la esquina de Puente de Alvarado, a un costado de la estación Revolución del subterráneo. Camino, llego, entro, me formo y, unos minutos después, escucho la voz de la cajera que me dice "pase".

Entrego el formato y, oh sorpresa, resulta que está bien, pero tengo que llenarlo a máquina. Pufff. ¿Dónde puedo llenarlo a máquina a estas alturas? Maldigo en silencio y salgo. ¿A dónde creen? Pues sí: al Santander con hacinamiento. En fin. Serenidad y paciencia, me repito en la cabeza. Me formo. Una vez ahí tengo que responder a un tipo todo sonrisas y entusiasmo si ya tengo tarjeta de crédito. Respondo que sí, que es de Bancomer (al igual que la tipa de atrás y de otro tipo más atrás) y poner otra cara de buenaondez para decirle no, gracias, a sus ofrecimientos de mejora radical en los servicios bancarios por parte de su compañía. Unos paisanos que no llenaron bien sus datos en los cheques que pretenden cobrar hacen que la fila avance notoriamente rápido. Hey, miren, estoy a dos lugares ya. Wow. Pasa el que va frente a mí, pero en eso ha llegado una doñita, 50 años a lo mucho, a ponerse exactamente a un costado mío, en una franca y abierta actitud de ay, déjeme pasar joven, nada más le voy a preguntar algo al joven de la caja.

Y, en efecto, así sucede.

Se ha metido con la gracia de un supositorio. Obvio, estoy acojonado e intento impedirle el paso. La doñita sabe su negocio y arrebata la palabra. Le dice al cajero, toda sollozos y carita de no-rompo-un-plato que ya antes había estado formada y que sólo venía a pedirle que si por favor le podía rectificar unos datos. ¡Por todos los cielos! ¿Qué creen que hago? Claro. Reclamo. Ahí va el villano favorito de las buenas costumbres y lo políticamente correcto.

-- ¿Por qué no se ha formado, señora?

-- ¡Ay, joven! Nada más déjeme preguntarle algo, ya estaba formada desde hace rato, responde.

-- Pues debió haberse formado de nuevo.

Entra el joven del banco rojo en acción.

-- Ya estaba formada la señora, sólo que le pidieron corregir unos datos.

-- Mala suerte. Tiene que formarse de nuevo. Yo por eso me fijo de que mis formatos estén bien.

Ahí vamos de nuevo.

-- Pero es que...

-- Nada. Dale...

-- Ya, en fin...

Veo que otra caja se ha desocupado, atendida por un tipo francamente gay (hasta las cejas están delineadas con cierta meticulosidad) y opto por dejar a Doña Mañas y su Joven Defensor e ir con la minoría sexual a ser atendido.

-- Además, hay que respetar a los mayores..., alcanza a decirme el tipo.

¡A tomar por culo, lamepollas!

Bueno, con 895 pesos menos en los bolsillos salgo unos minutos después del banco hacia la delegación. Todo listo para tener mi pasaporte. Todo listo para abandonar el país por una temporada. Pero, aún no se han terminado los trámites. Nueva fila para cotejo de documentos y para obtener el último formato a llenar con tinta negra y letra de molde.

Como suele suceder, siempre hay un pero. En mi caso, después de acreditar mi nacionalidad (digo, por Dios, vean mi cara y no dudarán que soy Mesoamericano, soy mexica, soy tu paisano, pues), mi cara y mi firma, mi pago de derechos, Doña Burócrata me dice que a ver si no tengo problemas porque mi acta de nacimiento sólo dice que nací en Tal y Tal de la ciudad. Es decir, no dice textualmente Ciudad de México o Distrito Federal, pero se entiende que así fue, ¿no?, si no no estaría avalada por una de sus delegaciones. Pufff de nuevo.

Con todo y advertencia vamos a llenar el formato. Ahí, junto a otras decenas de entusiastas mexicanitos, a mirar el formato guía empotrado en la pared e intentar escribir algo parecido en la pequeña repisa que han puesto a disposición de la masa. Perfecto. Parece que ha quedado bien. Vamos a otra fila. A la que es la antesala del pasaporte.

Espero un poco y me recibe otro prototipo de colega burocrático. Súper serio, súper recio, súper incólume. Ja. Saludo y recibo por respuesta una mueca. Dale, este es de los míos, pensé. Entrego todo y, al parecer, no hay mayor problema. Estiro los dedos de mis manos para pasarlos por tinta y luego por papel. Tres de la derecha, tres de la izquierda. De acuerdo, todo bien. Ahora, pase a sentarse y espere a que le llamen, se despide mi colega del Ministerio de Exteriores.

A sentarse, pues. En donde haya un pequeño lugar. Todo está ocupado por este muestrario de mexicanos que, creo, está por abandonar el país a la menor provocación. ¿En serio se irán a apear todos estos? Improbable. Entonces, ¿qué hacen aquí pidiendo al mismo tiempo su pasaporte? En fin.


Espero 10 minutos. Espero 20. Espero 30. Espero 40. Por doquier hay risitas nerviosas, jóvenes empujándose, señoritas hablando por el móvil, señitos y doñitas que hacen del ejercicio de estar pasando el tiempo y mirando quién llega y quién se va en las oficinas públicas una verdadera profesión.

Algo que me ha llamado mucho la atención durante esta espera ha sido la respuesta de la gente cuando escucha su nombre. Invariablemente, todos quieren echarse a reír y a brincar y a llorar de gusto. En sus rostros se nota la alegría de saberse elegidos. Miran a su alrededor como esperando que alguien les diga hey, muchacho, ¡felicidades! Hay un globito encima de sus cabezas en el que se puede leer algo así como ¡a huevo!, ¡ya chingué!, ¡ya pasé!, ¡chinguen a su madre todos los demás! Aunque intenten disimularlo es muy fácil deducir tales pensamientos por su comportamiento.

Yo hubiera hecho lo mismo.

Pasa ya una hora y sigo esperando a que suene mi nombre en voz de algún funcionario público. Me dan ganas de decirles hey, ustedes, no me jodan, ¡pero si somos colegas! Los entiendo, los comprendo, ¡porque soy uno de ustedes!, de otro Ministerio, pero burócrata también. De hecho, no sean malos, lean mi blog, se llama Sexacional de Burócratas y les gustará porque podrán verse ahí reflejados. Si quieren, manden sus contribuciones a nuestro correo electrónico. ¡Aguante Burocracia!

Ante la ridiculez de esto mejor espero paciente mi turno. Por fin suena mi nombre por allá. Me levantó, hago mi cara de felicidad fingida y veo que sí, que me han llamado, pero sólo para tomarme la foto. Bueno, un avance al menos. Me quito las gafas, acomodo la corbata, intento fijar mi vista en la cara de un changuito impreso en papel y pongo cara de malo. Flashazo y nueva instrucción: vuelva a sentarse y ahorita lo llaman. Joder.

A estas alturas ya entiendes más o menos de qué va el asunto, así que ya no te pones espeso y aflojas la cartera y el espíritu. Intento divertirme viendo a los demás. Leo los titulares de los diarios deportivos que varios de los que están aquí apoltronados han traído. Que si el Piojo, que si el Chelito, que si los Tecos y que si hoy pasan las Chivas o el Pachuca. Bloody bollocks!

Una señora hace la clásica escena panchezca de la mañana. Quiere que por cualquier motivo le tomen por bueno un documento X como acta de nacimiento porque, según ella, ha perdido su original. El mismo burócrata que me atendió le repite, una y otra vez, que no. Que las reglas del Ministerio para expedir pasaportes y recibir documentación son muy claras. Requiere el acta original. Pero la tipa es necia. Está aferrada a que tal hoja pase por acta. Y el otro, aunque está a punto de estrangularla, lo toma con calma y le dice, mostrándole una hoja con las instrucciones, mire, aquí están los requisitos, se los voy a marcar con marcador (sic) para que la próxima vez sí traiga los papeles correctos. Y la otra, no, que no sabía, que póngamelo por escrito, que cuál es su nombre, que deme su nombre. Fuck off!! Siento cierta compasión por mi colega y dejo el asunto por un momento.

Pero después veo a la misma doñita en la zona donde entregan los pasaportes haciendo el mismo escándalo. Que su acta se perdió, que ese papel que lleva se lo han aceptado siempre en el seguro, que tal por cual. Joder. Mejor que alguien llame a la policía, ¿no? Igual que en el otro caso, logra sacarle el nombre a la funcionaria, imagino que para poner cierta "presión" o para intimidar. Pobre tipa. Luego de que ve que no irá a ninguna parte así, sale con parsimonia hacia otro oficina pública a seguir con su ritual.

¡**** ******! Por fin alguien grita mi nombre. Por fin tendré el preciado documento que me ha hecho esperar aquí tres horas. Por fin podré tener la puerta abierta para decir chau a mi Mexiquito en cualquier momento. Me levanto, camino unos pasos, me paro enfrente de otra burócrata y le digo, soy yo. Me dice cheque sus datos y, si están correctos, firme de recibido. Checo mis datos --nombre, nacionalidad, fecha de expedición y vencimiento-- y todo va bien. Firmo de recibido. Acomodo el nuevo documento en el bolsillo del saco. ¿Hay alguien más satisfecho en ese momento?

Salgo del edificio, enciendo un cigarrillo y voy a por un taxi.

El Día del Pasaporte ha concluido para mí.

Llego a mi lugar de trabajo y comienzo a escribir estas líneas...

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Saludos de nueva cuenta. Pensarás que soy uno de tus únicos lectores de siempre, pero creo que es asi. Me agradó mucho este post, muy interesante y sufrido.

Por otro lado, no se si ya habrás visto en otros blogs eso del Baton Musical, como una de esas cadenitas que no nos gusta.
Pero yo aqui te paso la estafeta para un buen momento de ocio:

1-Volumen total de música en tu computadora en GB
2-El último CD que compré
3-Canción reproduciéndose en este momento
4-Cinco canciones que escucho y que significan algo para mi
5-Cinco personas a las que les paso el “Baton"

mayo 26, 2005 2:49 a.m.  

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