Oh no, not you again
Ticket Master puso a la venta los boletos para ver a los Rolling Stones precisamente cuando estaba aún en el hospital. Eso me preocupó. Por la experiencia de los conciertos anteriores sabía que no debía pasar de noviembre para adquirir las entradas. Mi trámite con Banamex, la cuenta oficial para ingresar a las preventas, estaba varado al momento del anuncio. De hecho, sigue estancado. Dudo que lo termine a pesar de que la representante tiene ya mi documentación y de que pedí la tarjeta de Pumas. Las tarjetas de crédito no son lo mío. Las detesto. Tengo una sólo porque es necesaria para comprar por Internet. Siempre he desconfiado de ellas. Además, mi ego se rinde ante una muy fuerte lógica que me ha acompañado desde que era pequeño: no gastar más de lo que tienes. Así, siempre he considerado que las tarjetas de crédito son una sutil manera de engañar a la gente por su propia voluntad. Cuando alguien me cuenta sus penas sobre la inmensa cantidad de dinero que le debe al banco por su plástico, no hace sino darme más argumentos a favor. En fin.
Decía que todo pintaba para el desastre. Sin embargo, siempre hay una salida. Como en otras ocasiones, dicha solución la personifican los colegas. Así, contactamos a Claudia que vive en Guadalajara y que tiene su tarjeta Banamex. Amablemente aceptó comprarnos los boletos el día en que se pusieron a la venta para los afortunados tarjetahabientes de ese banco propiedad del Citygroup. Desde el hospital y en las condiciones en las que estaba me preocupaba aún más el tema porque esos supuestos "privilegiados", es decir los que cargan su plástico rojo, no eran, en sí mismos, los últimos escogidos del Señor. Unos días antes ya se habían puesto a la venta las entradas para los miembros del Club de Fans de los Stones. Al menos ahí ya había una especie de filtro positivo: todos los que compraron en esas fechas sí van a disfrutar al máximo el recital. El problema es con los otros, los del poder ecónomico. El requisito de tener tarjeta Banamex significa una doble restricción del tipo monetario para acceder a los espectáculos masivos en este país. Es decir, se reducen las posibilidades para que los verdaderos conocedores o fanáticos puedan ir ante aquellos que no conocen nada de los artistas, pero que no pueden dejar de ir porque es-el-evento-del-año y porque tienen-su-tarjeta-Banamex. En fin.
El asunto terminó bien cuando Claudia me llamó para avisarme que ya los había comprado por teléfono. Dos boletos en zona roja para el concierto del 26 de febrero en el Foro Sol. Para reducir al máximo cualquier riesgo, me dijo que esperaba a Sivel un día de estos para ir a por ellos a Fábricas de Francia ("es que siento que traigo oro", fue su explicación). De esta forma, en alguna memoria electrónica de esa tienda clon de El Palacio de Hierro en la capital de Jalisco esperan nuestros pases a la gloria.
No dejo de sentir cierta culpa porque no les he dicho de esta situación a varios colegas. Por el tema de mi madre se suspendieron las pláticas para hacer la compra masiva. Espero en realidad que los hayan adquirido por su cuenta. Lo último que supe en los medios fue que, después de las preventas para fans y clientes de Banamex, aún habían algunos boletos para los demás mortales en las gradas. Curiosamente, las zonas oro y platino, con costos de más de 3 mil pesos, se habían agotado. Los discapacitados tendrán una ubicación portentosa justo a un costado de los burgueses que se apoltronarán en las primeras filas. Por un momento me dije, ojalá fuera discapacitado. Idea que inmediatamente rechacé por estúpida. Pero no dejaba de ver su lugar en el mapa del Foro. ¿Por qué no mejor planearon el concierto en el Olímpico Universitario?
Febrero aún se ve lejos, pero estaremos ahí en un suspiro. Anoche escuchaba a Mariana H. en Imagen y decía, bueno, tendremos que pasar las fiestas navideñas y demás para después volver a saturarnos de excesos con los Stones en febrero. En octubre de 1994, cuando compré mi boleto para el primer concierto que Jagger, Richards, Watts, Wood y compañía dieron en México en su historia veía con desesperación el calendario esperando la llegada de enero 14 de 1995. Con la entrada bajo resguardo seguro el asunto pasó desapercibido varias semanas hasta que la publicidad empezó a calentar motores a medida que el año nuevo se acomodaba en la vida cotidiana. De hecho, algo que me ha sorprendido en esta ocasión es el bajo perfil de la propaganda dedicada a promocionar a los Stones en México para el On Stage Tour. Uno que otro sencillo del A Bigger Bang en la radio, un anuncio en la página de Ocesa, una inserción en los diarios y no más. Como si el asunto fuese prescindible. Pero no os preocupéis. Los Stones son tan grandes que no necesitan publicitarse como las banditas de mocosos seudo happypunketos que llenan y llenan las revistas y los periódicos con sus anuncios o sus escándalos detalladamente premeditados.
Ahora estamos como sedados respecto al concierto. A medida que se acerque febrero la expectación crecerá y los boletos irán convirtiéndose en valoradísimos objetos del deseo. No me preocupo por el momento. Sé que tengo el mío asegurado. No lo siento en mi mano ni lo veo enmedio de cualquiera de mis libros (el lugar de lo verdaderamente importante), pero sé que no debe pasar nada malo. Espero fervientemente que no haya sorpresas en el guión. También estamos preparados para comprar unas segundas entradas en caso de que Sir Michael Philip Jagger decida abrir una nueva fecha en la ciudad, aunque lo dudo.
FEROCES ROLLING STONES
Sir Mick Jagger es un prodigio de la naturaleza. Con 62 años, el cantante de los Rolling Stones exhibe una mente alerta, una lengua rápida y el orgullo de haber hecho un disco rotundo, ‘A bigger bang’. En vísperas del inicio de su actual gira, Jagger habló con EPS en Toronto.
DIEGO A. MANRIQUE.
EL PAIS SEMANAL - 11-09-2005
El pasado 2 de agosto, en el aeropuerto internacional de Toronto (Canadá), un avión de Air France se salió de la pista de aterrizaje por la izquierda y se incendió junto a una autopista. No hubo víctimas mortales, pero las pavorosas imágenes recorrieron el mundo. Los Rolling Stones estaban en Toronto y, cuando vieron el accidente, contuvieron la respiración: si el Airbus hubiera patinado hacia la derecha, se habría llevado por delante el hangar donde estaba montado el complejo escenario que usan en su actual gira. Días después del accidente, Mick Jagger todavía resopla cuando piensa en esa posibilidad.
“Podíamos reemplazarlo, pero nos habría obligado a suspender quizá la mitad de las fechas americanas. Lo extraordinario es que allí viajaba un periodista francés que venía a entrevistarnos. Habría resultado un gran titular: ‘Periodista musical impide gira Rolling Stones”. [Carcajada].
¿Todavía cree que los periodistas musicales odian a su grupo?
Pienso que han pasado por toda la gama de sentimientos que van desde el amor al odio. Fuimos el objetivo a batir desde los años del punk rock, ya sabes, éramos los dinosaurios. Pero los Sex Pistols se autodestruyeron enseguida y luego reaparecieron como un espectáculo de nostalgia, tocando las viejas canciones. Un poco vergonzoso, ¿verdad? Los Stones no salimos de gira si no tenemos repertorio nuevo.
Sana costumbre que en esta gira ha generado un disco poderoso, A bigger bang, sobre el que hablaremos más adelante. Estamos en un colegio de Toronto que los Stones han ocupado por entero durante tres semanas para poner a punto la gira. Son ensayos cerrados, sin espectadores; sólo tienen acceso los 13 músicos y cantantes que saldrán al escenario más los técnicos indispensables. Lo extraño es que hayan elegido Toronto, ciudad en la que los Rolling Stones sufrieron los momentos más bajos de su existencia.
A principios de 1977, la Real Policía Montada de Canadá se sacó el premio gordo, la captura soñada por las fuerzas del orden del mundo entero: pilló al guitarrista del grupo, Keith Richards, con 2 gramos de hachís, 5 gramos de cocaína y 22 gramos de heroína. Según la legislación canadiense, con tales cantidades se consideraba que el propietario tenía intención de traficar, un delito entonces castigado con una pena de entre siete años de cárcel y cadena perpetua. Preparándose para lo peor, Mick Jagger especuló con la posibilidad de que el grupo siguiera sin Keith Richards: “Le aguardaremos siete meses, pero no siete años”.
Encontrarles aquí resulta un poco extraño. Por lo menos para Keith, Toronto debe traer recuerdos muy amargos.
No. Por entonces, Keith estaba tan ido que no creo que supiera si aquello ocurría en Toronto, Montreal o en Ottawa. Sólo sabía que le habían detenido en Canadá; se quejaba de que los polis no llevaran su uniforme clásico de botas, pantalones de montar y casaca roja. [Risas].
Hay una teoría que argumenta que el resto de los Stones quería que la policía agarrara a Keith para que parara antes de sufrir una sobredosis fatal.
Eso es una visión muy retorcida. ¿En qué se basa?
Bueno, Keith era un hombre marcado: acababa de ser condenado por posesión en el Reino Unido, aunque sólo tuvo que pagar una multa. En el avión, se encerró en el lavabo durante tres horas. Su acompañante [Anita Pallenberg] fue atrapada entrando en Toronto con rastros de drogas. Y la pareja no tenía servicio de seguridad en las tres habitaciones de hotel que estaban a su nombre, una seguridad que al menos hubiera retrasado el registro.
[Jagger parece transformarse en un abogado de película]. A lo primero, debe recordarse que los yonquis hacen muchas estupideces. Son como los soldados veteranos: se resguardan en los agujeros, confiados en que nunca caen dos bombas en el mismo lugar. Segundo, los Stones no estábamos de gira, que es cuando existe una protección digamos que bastante impenetrable. Simplemente, habíamos venido aquí para grabar una cara de un doble LP en directo [Love you live] en un club de Toronto, el Mocambo.
Lo más asombroso es que Richards salió del trance con una regañina y el compromiso de dar un concierto a beneficio de los ciegos de la provincia de Ontario. Fue una muestra suprema de la potencia de fuego de sus abogados y, sospechan algunos, de su capacidad para el chantaje.
Cuando todavía no se sabía siquiera si Richards podría abandonar Canadá hasta la celebración del juicio, al circo de los Stones se unió Margaret Trudeau, la joven esposa del primer ministro, el extraordinario Pierre Trudeau. Una groupie de categoría, implicada en trances tan desagradables como cuidar de Richards, que se retorcía en su habitación, pasando el mono ante la indiferencia del resto del grupo. Imaginen la escena: la primera dama, atendiendo a un drogadicto con síndrome de abstinencia, en compañía de su guardaespaldas del servicio secreto.
¿Mantiene contacto con Margaret Trudeau?
[Tuerce el gesto]. Era una mujer que estaba pasando por un momento terrible, igual que nosotros. Como Lady Di, no estaba preparada para el papel que otros diseñaron para ella: se convirtió en la esposa de Trudeau a los 22 años. Nos ayudamos mutuamente en aquellos días. Maggie se ha vuelto a casar, dirige una ONG y da conferencias. Y siempre que habla en público le preguntan por aquel episodio.
Para el ‘establishment’ canadiense, la resolución del ‘caso Richards’ fue humillante: interpretaron que una banda de rock se había burlado de la justicia y de su primer ministro.
¿Les han perdonado?
¡Ésa es una pregunta que deberías dirigir a alguien del establishment! Canadá ha sido bueno con nosotros y hemos devuelto el favor. Hace un par de años, cuando Toronto estaba tocada por la epidemia del SARS, sin turismo y con la moral por los suelos, nos llamaron y nos prestamos a tocar. Fue en un parque y vino la mitad de la población a escucharnos. Como habrás podido comprobar, ha funcionado: está llena de turistas y ahora tienen un alcalde decente. Nos gusta Toronto. Es muy liberal y ¡muy barata!
Y es la ciudad del hombre que les organiza sus giras, Michael Cohl. ¿Qué esperan los Stones de un promotor?
Que sea honrado. Cohl no vende aire: ha cumplido todos los acuerdos y con cada gira nos ofrece un trato económico mejor. Tiene una devoción inexplicable por [la vocalista canadiense] Céline Dion, pero de momento se lo perdonamos.
¿También se ocupa él de los patrocinadores o solicita su opinión?
Oh, los patrocinadores siempre quieren negociar conmigo. Y me aprovecho de que se quedan mirándome con la boca abierta. [Risitas]. Los Stones hemos sido patrocinados por coches, perfumes, cervezas, telecomunicaciones, de todo. Y lo único que he aprendido es que es mejor tratar con empresas familiares. Los jefes de multinacionales viven aterrados por el miedo a perder su empleo si nosotros montamos algún escándalo.
En el tramo estadounidense de la gira, el patrocinador es Ameriquest Mortgage Company, proveedores de hipotecas. Curioso, ¿no?
Realmente no. Puedes ser un fanático del rock con melenas hasta el culo, pero también aspirarás a comprarte una casa o cambiar de piso. Es una jugada inteligente por su parte el asociarse con nosotros. De todas formas, hay mucha exageración con los patrocinios: no te pagan demasiado; de hecho, ingresas más por permitir usar una canción en un anuncio. Pero los patrocinadores sí invierten grandes cantidades en anunciar el acuerdo, digamos que ellos venden la gira.
Apabulla la logística de la gira al profano. Para los ensayos, docenas de personas han ocupado íntegramente este edificio de Toronto, ahora redecorado con cortinajes negros y repleto de cajas metálicas. El ambiente es relajado y algunos acuden al comedor para el ritual del té a las cinco; un cartel escrito a mano avisa de que “se dan masajes por un dólar, preguntar en el sótano”. Signo de los tiempos: en el actual cuartel general de los Stones no se puede fumar (la prohibición, claro, no se aplica a Keith y a sus petardos de marihuana jamaicana). Durante los primeros días, los seguidores canadienses del grupo sitiaron el colegio, aunque terminaron renunciando a su vigilia; custodiando a los Stones están malas bestias como Brian Murphy, cuya prepotencia es leyenda en los círculos de fans. Pero los fans de Toronto no se rindieron; acudieron en masa a un concierto del bluesman Hubert Sumlin en el club Silver Dollar; dado que Keith Richards participó en el último disco de Sumlin, memorable guitarrista de Muddy Waters y Howlin’ Wolf, los fans confiaban en que al menos un stone apareciera a tocar. No tuvieron suerte. [Una semana después, los Stones ofrecen un concierto en un pequeño teatro, con entradas baratas, y todos felices].
No van a ver a Hubert Sumlin, pero sí al Ultra Club, una discoteca pija. Explíquese.
Es sencillo: no puedes aparecer en un lugar donde se te espera, no habría sido justo ni para Hubert ni para su público fijo. Por el contrario, si vas a un sitio como Ultra, la gente es cool y no te molesta. Yo necesito pasarme una noche bailando sin que nadie me interrumpa para contarme lo importantes que fueron los Stones en su vida.
Los Stones dan conciertos privados para grandes empresas o millonarios. ¿Cómo se sienten en esas ocasiones?
Solíamos pedir que hubiera un taco de entradas para gente de la calle. Pero tampoco pasa nada si sólo van invitados; si alguien nos paga no sé cuántos millones de dólares para que toquemos en su fiesta de cumpleaños en Las Vegas, puedes asumir que vas a contar con un público dispuesto a divertirse.
¿Qué ha ocurrido para que, a estas alturas, les salga un disco tan feroz como ‘A bigger bang’?
Hemos evitado la dispersión y los enfrentamientos. Nadie entra a grabar con mentalidad de pasarlo mal o de tirarse un año encerrado. Lo que decidimos fue limitar el número de personas en el estudio; buena parte de A bigger bang la hicimos entre tres o cuatro músicos con el ingeniero, sin asistentes. A menos personal, menos broncas. Además, Keith y yo hicimos los deberes: canciones casi terminadas, maquetas muy aprovechables. La tecnología permite ahora fundir el proceso de composición con el de grabación. Así que es un disco de rock tradicional hecho con métodos modernos.
La siguiente pregunta resulta estúpida, pero inevitable: ¿ésta es la última, la penúltima gira u otra más? Apenas ha pasado año y medio desde el cierre de la anterior, es como si quisieran aprovechar las energías crepusculares…
No perdemos de vista el factor diversión, aunque luego resulte que todo se pone cuesta arriba y disfrutes poco. Más o menos, siempre hemos actuado cuando nos apetecía, con nuestro compromiso de reaparecer con canciones nuevas. Y la complejidad de poner este show en la carretera nos ralentiza, no podemos hacer como Bob Dylan, que sale con cuatro músicos y ya está. Seguiremos haciéndolo mientras estemos a gusto en el escenario. De todas formas, nadie le pregunta a B. B. King cuándo parará. Y ha cumplido 83 años.
Ya, pero King no tiene que correr de un extremo a otro del escenario…
B. B. no actúa en estadios, donde hay que dar espectáculo a 70.000 personas. Con el debido respeto, él juega en otra liga.
Una vez que la gira comienza y se comprueba que la maquinaria funciona, ¿hay algo que diferencie una actuación de otra? Quiero decir: ¿hay margen para la emoción del momento?
[Medita antes de responder]. Desde luego, no todos los públicos son iguales. Intentamos evitar el automatismo. Personalmente, yo extraigo gran placer de actuar en países que nunca hemos pisado. Espero, por ejemplo, que finalmente podamos tocar en China.
He encontrado un documento curioso de 1979, cuando intentaron por primera vez girar por China. Es una propuesta oficial a la Embajada de la República Popular en Washington en la que los Stones se presentan como campeones de las masas proletarias, azote de la clase alta y no sé cuántas mentiras más…
[Sonrisa mefistofélica]. Se lo encargamos a un periodista y cargó las tintas. ¡Pero era muy convincente! Lo que ocurrió es que me reuní con el embajador y no pude aguantar su hipocresía: un régimen que mató a 70 millones de sus ciudadanos por decisiones disparatadas de Mao y que me ponía objeciones a letras que tratan de sexo… ¡Por favor! Y todavía no sabía los resultados de las barbaridades que Mao puso en marcha, como el Gran Salto Adelante. ¿Has leído su última biografía? Es ésta; todos deberían conocerla.
Aparte del grueso tomo (Mao: the unknown story, de Jung Chang y Jon Halliday), sobre la mesa está su ordenador portátil, el último número de Vanity Fair y folios garabateados con cifras y notas crípticas. La conversación se desarrolla en una luminosa aula de Toronto reconvertida en camerino del cantante, con un microclima y una humedad perfectamente modulados. El bar de Mick consiste en una amplia selección de zumos y aguas minerales. El entrevistador está a punto de revertir al (reprimido) papel de fan maravillado y pedirle, por ejemplo, que autografíe la botella de Perrier que acaba de vaciar, como reliquia del encuentro.
Por España circula una exposición llamada ‘The Rolling Stones. 40 años’, con objetos de la colección de Jordi Tardà.
¿Quién? [Se le explica: un fan fatal de los Rolling Stones]. ¿Qué tipo de objetos?
Cosas suyas, una tarjeta de crédito caducada. O una lata de cerveza que supuestamente tocó sus labios…
[Risas]. No es ésa la inmortalidad que uno desearía. ¿De verdad que la gente paga dinero por ver en una vitrina una cerveza que yo bebí?
Bueno, era una exposición de entrada gratuita, en un centro cultural…
[Sarcasmo]. ¿Eso se considera cultura en España?
A lo que iba es que, ahora, todo es susceptible de reciclaje, de aprovechamiento. Se va a estrenar en noviembre ‘Stoned’, una película sobre Brian Jones [fundador de los Stones, que falleció cuatro semanas después de ser expulsado del grupo]. ¿Irá a verla?
La tengo aquí, me mandaron un DVD, pero todavía no he tenido tiempo para visionarlo. [Se encoge de hombros]. Si nos negábamos a dar nuestra aprobación, habrían dicho que pretendíamos tapar algo. Supongo que sigue la teoría alternativa de que no se ahogó en un accidente en su piscina; es más excitante creer que le mató uno de los albañiles que trabajaban en su casa. Con la lectura moralizante: la clase trabajadora se venga de un hippy rico. Eso les encanta en Inglaterra.
En verdad, creo que el odio a los Rolling Stones y sus amigos era entonces un sentimiento interclasista. En esos documentos de Scotland Yard que ahora se han hecho públicos les definen como “los desechos de la sociedad”…
Exactamente dicen dregs: los posos, las heces que quedan en el fondo del vaso o la botella de vino. Se lo tomaron muy a pecho. Yo denuncié que el policía que me detuvo era un corrupto, que te colocaba una papelina de heroína en un registro y luego negociaba contigo para que desapareciera la evidencia que había plantado. Le exoneraron, pero luego le apartaron discretamente de su cargo. Todo muy inglés.
Lo de “heces” se lo aplican incluso a defensores suyos como Michael Havers [abogado, luego fiscal general con los conservadores] y a Tom Driberg [diputado laborista]. Driberg no era un cualquiera: presidió la Ejecutiva de los laboristas e intentó convencerle para que se presentara como candidato por su partido…
La realidad es que estaba atraído por mí. Sexualmente, quiero decir. No escondía su homosexualidad: él y sus colegas se reunían en un local llamado The Gay Hussar. [Risas]. Tom, bendito sea, se comprometió con mi caso, hasta preguntó en el Parlamento por las humillaciones que me hizo pasar la policía. Y firmó aquel anuncio en The Times pidiendo la legalización del cannabis. Pocos políticos actuales se atreverían a tanto.
¿Realmente acarició la idea de entrar en política?
Sí, durante diez minutos. [Carcajada]. En los años sesenta, más que una brecha entre izquierdas y derechas, el enfrentamiento era entre jóvenes y mayores. Y parecía lógico que los jóvenes estuviéramos representados en el Parlamento. Pero que fuera yo el elegido… un disparate. Debo admitir que la propuesta me masajeó el ego.
Ahora mismo ¿aceptaría algún tipo de puesto gubernamental?
Hmmm…. Podría considerarlo. No como el ministro ese brasileño [Gilberto Gil], más bien como asesor. Pero con algún poder ejecutivo para aplicar decisiones. Mi amigo David Puttnam [productor cinematográfico] estuvo en uno de esos puestos y salió muy frustrado.
No quiero ni pensar lo que diría Richards de verle en el Gobierno: ya le despellejó cuando se convirtió en sir Mick Jagger.
Hablaban los celos por su boca. Keith esperaba que también le ofrecieran ese honor, aunque sólo fuera por rechazarlo. Keith es más inglés que yo, pero no está hecho para la vida social.
Cierto. Despojado de su mitificación (¡y de su obra!), Keith Richards quizá no sea más que un garrulo británico, una especie muy común en las costas españolas: tipos adictos a la penosa comida popular inglesa, felices de haber sabido jugar bien sus cartas y poder burlarse de las convenciones sociales. Por el contrario, Mick Jagger contiene una multiplicidad de personajes. Igual que utiliza diferentes acentos para cantar, puede desdoblarse en rockero arrogante, en aristócrata refinado, en hombre de negocios, en analista político…
¿Siguió las transmisiones del ‘Live 8’? ¿Bob Geldof no invitó a los Stones?
Sí, quería que hiciéramos algo especial [imita a Geldof]: “Mick, va a venir el jodido McCartney; necesito a los jodidos Rolling Stones para que haya un jodido contraste”. Pero era imposible, no estábamos a punto y no puedes quedar mal ante una audiencia mundial. Si recuerdas, hace veinte años, en Live Aid, Keith y Ronnie [Wood, segundo guitarrista de los Stones] salieron con Dylan e hicieron el ridículo: Dylan no quiso ensayar, no se oían bien, fue una vergüenza. Pero tengo una enorme admiración por Geldof y Bono, fue muy inteligente el pasar de los conciertos caritativos a las acciones de presión sobre los líderes del G-8.
Desdichadamente, los atentados de Londres determinaron que el foco de la reunión del G-8 pasara al terrorismo.
Sí, quedó claro que los militantes islámicos no consideran el destino de sus “hermanos africanos” como una gran prioridad. Las bombas de Londres no me sorprendieron: lo había hablado con mis hijos, establecimos incluso planes de emergencia para una situación como ésa. De hecho, en el nuevo disco hay alguna letra que ahora parece profética. Pero es que se veía que iba a ocurrir algo: policías, helicópteros, tanquetas… un Londres ocupado, como Belfast en los peores tiempos.
En los días previos a la invasión de Irak, usted –a diferencia de otras figuras del rock– no se significó en contra.
Soy ya mayor para ir a manifestaciones, lo hice en los sesenta y los setenta. Me sentía ambivalente: acabar con Sadam Husein era un regalo para la humanidad y pensaba que había un plan coherente para poner en pie Irak. Ahora conocemos el memorándum de Downing Street [el resumen de una reunión del Gobierno británico del 23 de julio de 2002], y me indigna que Blair ya supiera que lo de las armas de destrucción masiva era simplemente una excusa y que no había nada previsto para el día después.
Bien, ¿cuáles hubieran sido sus recomendaciones?
Sólo tenían que recordar lo que ocurrió en Yugoslavia tras la muerte de Tito, las fuerzas centrífugas que surgen tras la desaparición de un líder fuerte. En Irak tienes por lo menos tres grupos irreconciliables: los chiítas, los sunitas y los kurdos. O estableces un sistema confederal muy meditado o aquello se rompe. Sólo ahora los estadounidenses están descubriendo la realidad de Irak. Además, los iraníes ya se han infiltrado en todos los niveles del nuevo Estado iraquí, a la vez que mandan armas y bombas a la resistencia. La coalición se enfrenta ahora a una guerra de desgaste para defender un régimen que no parece muy preocupado por los derechos de las mujeres y las minorías. A no ser que se tomen medidas inteligentes, parte de Irak terminará convertida en una república islámica, un títere de Teherán. [Pausa teatral]. Sospecho que los Stones nunca llegaremos a actuar en Bagdad.
En su nuevo disco hay un ‘blues’ hiriente llamado ‘Sweet neo con’, la primera canción de un grupo o solista de la primera división que ataca directamente al clan que ahora manda en Washington. Dado que usted se considera un conservador, habrá quien piense que se trata de una jugada publicitaria…
Primero, soy conservador con ce minúscula; no tengo nada que ver con el Partido Conservador de mi país, que me parece bastante estúpido. Es posible ser conservador en cuestiones fiscales y tolerante en asuntos morales o de libertad de expresión. Detesto especialmente la sumisión de la política a la religión, con esos fundamentalistas cristianos que están dispuestos a lo que sea con tal de frenar el islam. Me asusta que se haya vuelto a utilizar esa palabra española: Reconquista.
Cuando alguien lanza críticas ásperas a Bush, y más si es extranjero, [la cadena televisiva] Fox y las radios de ultraderecha le trituran. En serio, ¿no tiene miedo de la respuesta?
¡Espero que vean el humor en Sweet neo con! Pero estoy preparado. Siempre digo a Keith que no deberíamos acostumbrarnos a que nos traten como monarcas en visita de Estado. En la pasada gira, cruzando de Canadá a Estados Unidos, nos pararon y nos desmontaron todo, todo. ¡Hasta nos sacaron perros! Hace unos años, entrando en Japón para promocionar Freejack [película de 1992 en la que Jagger encarna a un cazador de recompensas del futuro], me retuvieron y me pasé un día explicando punto por punto mi historial delictivo. Fue interesante, había juicios y arrestos que ya había olvidado. [Risas].
¿Cómo va su productora de cine?
Ahí sigue, intento rentabilizarla produciendo programas de televisión entre película y película. Es muy duro hacer cine desde Inglaterra. Intentas entrar en el circuito de distribución de Hollywood y se empeñan en cambiarte el guión: “Necesitamos que el protagonista y su interés amoroso sean americanos; sería preferible que transcurriera en Baltimore”. Y tú respondes: “Mira, esto ocurrió en la campiña inglesa, y los descifradores de claves eran ingleses”. [Se refiere a Enigma, su versión de una novela de Robert Harris].
Sí, ya leí sobre esas presiones en ‘Saga’ [publicación para la Tercera Edad en cuya portada salió Mick en 2001]. Cuando accedió a dejarse entrevistar por esa revista, ¿pretendía mandar un mensaje contra el ‘edadismo’?
Yo dije algunas tonterías sobre el paso del tiempo, sobre la edad para cantar Satisfaction y cosas así. Creo que hay que desdramatizar el envejecer, ése es un trauma que no pueden entender en el Tercer Mundo, ¿verdad? [Se muestra repentinamente impaciente]… Bueno, ya está bien, ya tienes bastante material para tu periódico.
Lo siento, pero todavía me quedan algunas preguntas. Me gustaría que hablemos de mujeres. Vista su experiencia, ¿tiene sentido el matrimonio en el siglo XXI?
¡Ja, no querrás que empiece con ese asunto! Ya he tenido demasiados choques con las feministas y últimamente estamos en paz. Lo que sí creo es que deberíamos tener más opciones, diferentes fórmulas matrimoniales y patrimoniales. En muchos casos, la pareja monogámica para toda la vida no funciona. Y eso es todo lo que voy a decir.
El elixir del rock
Cumpliendo con su compromiso, los Stones inician su gira con nuevas canciones. La novedad es que A bigger bang parece un disco de sus mejores tiempos. Según Don Was, el productor que usan últimamente los Rolling Stones, sir Michael Philip Jagger se transforma incluso físicamente cuando adopta el papel de Mick Jagger, cantante de rock: “Ha aprendido a disimular su enorme carisma en la vida diaria, a la hora de ir de compras o a ver una película. Cuando llega al estudio le toma un tiempo meterse en el personaje. Ante el micro se queda en camiseta. Entonces cambia toda su musculatura, hasta sus labios se hacen más grandes. De repente tiene 40 años menos. Es algo tan intenso que yo me quedaba contemplándole como si fuera un turista boquiabierto; ahora me siento tan incómodo que evito mirar”.
Puede que sea el poder del rock, que esa música realmente funcione como una poción antienvejecimiento. Eso explicaría que los Stones, sexagenarios, publiquen algo tan vibrante como A bigger bang. Además, un disco generoso: contiene 16 canciones (y grabaron más, aunque se hayan quedado en el armario), como si hubieran querido demostrar que sí, que todavía tienen lo que hay que tener. Seis de esos temas fueron resueltos esencialmente por Mick, Keith Richards y Charlie Watts, los tres supervivientes de la formación original; Jagger también tocó guitarra, bajo, teclados, percusión y armónica. En los otros diez sí está presente el cuarto miembro oficial, Ronnie Wood. Musicalmente, abunda el blues, pero también hay ritmos funky o esas melodías aptas para que las multitudes agiten mecheros –o teléfonos móviles.
A bigger bang parece la respuesta a las plegarias de los fans: Rolling Stones en estado puro. No hay ni metales ni coros femeninos; tampoco se aprecian las concesiones a la modernidad que Mick utilizaba como guiños a los oyentes. Richards canta dos piezas arquetípicas, pero A bigger bang contiene esencialmente, como siempre, los mensajes de Jagger para el mundo en general o para algunos seres humanos en particular. Está Oh no! Not you again, con un estribillo venenoso: “Oh no, eres tú de nuevo, jodiendo mi vida. / Ya fue malo la primera vez; / debería seguir mis propios consejos”. Inevitable leerlo como una respuesta a su ex esposa, Jerry Hall, que presume –¡en un reality show!– de su capacidad para atraer hombres jóvenes.
De todos modos, Jagger es demasiado resbaladizo para atribuirle implicación emocional en todo lo que canta; le encanta jugar con nuestras expectativas. Ahí está Sweet neo con, donde echa bilis contra los actuales dueños de Washington: la letra es lo bastante ambigua para que se pueda aplicar tanto a Condoleezza Rice como a Dick Cheney o incluso a George W. Bush; resulta interesante que haya decidido no tocarla en el inicio de la presente gira. El viejo truco de nadar y guardar la ropa: Jagger no se priva de expresar sus antipatías, pero prefiere evitar que le caigan demasiados rayos de odio.
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