jueves, marzo 16, 2006

El botellón

Se ha anunciado para este sábado 18 de marzo el macrobotellón en varias ciudades españolas. Una versión expandida del botellón, la bastante interesante idea que los jóvenes de ese país han tenido para socializar y gastar menos durante sus días de descanso: reunirse en las plazas públicas de sus comunidades, comprar varias botellas de alcohol y refrescos, y beberlas hasta la madrugada rodeados de sus pares.

Este uso y costumbre ibérico ya lleva varios años rondando. Cada fin de semana los españoles de entre 15 y 30 años le han rendido culto al botellón por varias razones: a) es más barato para consumir alcohol, b) controlan la calidad de lo que se beben, c) socializan y crean un sentido gregario con los miembros de su generación y d) al parecer, ninguna autoridad se los prohíbe. Así, ya no gastan tanto en irse de bares ni tampoco están expuestos a que les metan la versión gachupina del Ron Potosí cuando piden un Havana Club Siete Años.

Claro, esta práctica también ha dado como resultado sendos manchones de vómito por las calles y las plazas, un fétido olor a orines cuando aparece el sol, así como una que otra pelea callejera por el motivo que se pueda imaginar (desde ver el trasero de la novia de algún tipo, la relajación del Policía de la Verdad Interno de cada individuo que permite realizar actos impensables en estado de sobriedad, hasta por la clásica transformación en duende que provoca el alcohol en alguna de sus fases de consumo generalizado).

En México no tenemos botellón. De hecho, si algo hay al momento de beber es el temor extendido de que, cuando estás en el mejor momento con los colegas, pase alguna patrulla y te lleve a la delegación o a la alcaldía más cercana por las llamadas "faltas administrativas". De esta forma, el sano ejercicio de intoxicarse con etil se suele limitar a los bares y a los domicilios particulares. Algo que --sin duda-- merma la economía y limita la capacidad de extender los lazos fraternos entre los miembros de un mismo grupo de edad.

Cuando vivía en mi pueblo poblano realizábamos una especie de botellón serrano. Los fines de semana comprábamos alguna botella de algo (nótese que he dicho una botella, no varias, debido a nuestra condición de estudiantes con más necesidades que privilegios) y nos apoltronábamos en la plaza mayor de la localidad con el fin de consumirla. En otras ocasiones eran las escalinatas de la Casa de la Cultura o cualquier esquina céntrica que garantizara cierta privacidad. Sin embargo, los municipales se fueron poniendo más y más duros con todo aquel que osara hacer lo anterior, por lo que tuvimos que irnos refugiando en los bares (además de que ya muchos estábamos laborando, por lo que ya no era tan necesario aventurarse en las calles). De igual forma, la presencia de algunas bandas guerreras de intrépidos punks con ánimos bélicos también nos fue mermando nuestra inclinación al Botellón Región Cuatro.

A lo largo del tiempo he escuchado a muchas personas decir que los mexicas no sabemos beber. Es decir, que luego de varios tragos empezamos a escandalizar, a querer madrear al de junto y a ponernos a llorar sobre nuestro propio bolo alimenticio regado por el suelo mientras encargamos un grupo norteño con el fin de llegar hasta el balcón de la perra que nos ha dejado. Esto puede ser cierto. De hecho, escribo esto y pienso en la rola "No sabes chupar" de Vago, en especial en esa estrofa definitiva en el descubrimiento del genoma del mexicano promedio:

"..te guacareaste todo y te pusiste a llorar / te querías pelear, pateaste la grabadora / le pegaste a tu vieja y le mentaste la madre / y a toda la banda la mandaste a la guerra...".

En contraste, esos mismos suelen afirmar que los europeos --lo que incluye a los baturros-- sí saben chupar, es decir que se pueden empinar no sé cuántas botellas o calimochos, pero que lo hacen "sin hacerla de pedo". Bueno, lo que la experiencia me dice es que, en efecto, entre nosotros los mesoamericanos el alcohol sí es un factor altamente explosivo cuando se engulle de manera masiva. Para muestra nada más tenemos que pensar en lo que sucede en celebraciones familiares del tipo de quince años, bodas y bautizos, o bien, lo que pasa en concentraciones aún más grandes como las ferias de pueblos como Aguascalientes y Texcoco. Pero, de eso a que los españoles sean más resistentes, lo dudo. Probablemente sí adopten el alcohol como algo no bélico, pero ni modo que sean de otro planeta y el factor etílico no se les incruste en la sangre y luego en la cabeza si se meten dos botellas de JB. En fin.

Para finalizar, diría que no sería una mala idea que tuviéramos una especie de botellón en algunas ciudades mexicanas. Es decir, no al estilo de Guanajuato como cuando es tiempo del Cervantino, en el que todo mundo anda como escandalizando porque se siente tocados por el arte y la cultura, sino algo más gregario e íntimo al mismo tiempo en las plazas mayores de los pueblos.

Cualquiera que haya participado en alguna de estas experiencias masivas sabrá que, de una u otra forma, gran parte de nuestra socialización y sentido de la comunidad, han provenido de la ingesta de alcohol rodeado de colegas.

Además, ya todos sabemos que cualquier felicidad que no provenga del alcohol es ficticia.




Como corolario, el éxito del momento: el Dj Pechocho en el Hit Parade.