jueves, mayo 11, 2006

Las batallas de una guerra sucia

Lorenzo Meyer

La de hoy ya no es la sana incertidumbre democrática, sino una donde cada vez son más notorios los elementos no democráticos, pues no se quiere vencer al oponente sino destruirlo

Posibilidad

México está en la encrucijada. Por un lado, existe la posibilidad que, por primera vez desde 1940, la izquierda moderada llegue a "Los Pinos", pero también es posible que una derecha que se hace cada vez más dura, se afiance y permanezca al frente del país. En el fluido ambiente político actual la única certidumbre es la incertidumbre y así lo indican las encuestas. Sin embargo, no se trata ya de la sana incertidumbre democrática, sino de otra donde cada vez son más importantes los elementos no democráticos, los que no buscan vencer sino destruir al oponente.

En principio, una contienda democrática es incompatible con un ambiente de "guerra total". Le es indispensable el juego limpio y la tolerancia; una donde ningún contendiente pueda ganar todo o perder todo.

En la democracia es necesaria la internalización del espíritu de moderación no sólo por razones morales sino prácticas: el ganador sólo lo es temporalmente pues, en principio, las tablas pueden voltearse y convertirse en perdedor que será medido con la vara que midió. Además, en estos sistemas, un ganador suele necesitar la colaboración del perdedor para sacar adelante la legislación que le interesa. Obviamente, si el vencido considera que su derrota se logró por vías ilegales o ilegítimas, y que el objetivo final es eliminarlo, no aceptará jugar el papel de "oposición leal" y se transformará en una oposición no vinculada al sistema por considerar que los dados están cargados.

De derecha moderada a desenfrenada

Durante su campaña electoral, cuando buscaba ser todo para todos, Vicente Fox llegó al exceso de presentarse en un momento como gente de izquierda. En realidad desde el inicio se le identificó con la derecha, pero una derecha más moderada que la del PAN tradicional. La moderación quedó demostrada cuando finalmente aceptó la presencia del subcomandante Marcos en la Ciudad de México, cuando no reprimió a los activistas de Atenco y cuando, para disgusto de muchos empresarios, no aceptó apoyar incondicionalmente a Estados Unidos en su disputa con Iraq.

Sin embargo, la moderación empezó a desaparecer cuando en el Presidente anidó la idea de hacer a su esposa candidato presidencial y sus encuestadores le informaron del aumento en las preferencias ciudadanas por el jefe de Gobierno del Distrito Federal, el perredista Andrés Manuel López Obrador (AMLO). El Presidente hizo entonces a un lado moderación y escrúpulos e inició una guerra política sucia contra el rival de su esposa que implicó, entre otras cosas, revivir lo que se suponía superado: el uso del poder presidencial en favor de un candidato y un partido. Al final, las ambiciones de continuidad de la pareja presidencial se quedaron en el camino pero la política sucia arraigó al punto que hoy domina la escena.

Las dos primeras grandes batallas

La cronología de la guerra sucia es clara. Uno de los valores centrales de AMLO es la honestidad personal -prenda rara en la política mexicana- pero es una característica que no se extiende a todos los miembros de su círculo inmediato. En esas condiciones, el objetivo de Fox y los suyos fue encontrar esos eslabones débiles en la cadena, y tuvieron éxito: se hicieron públicos unos videos que mostraban a René Bejarano, líder perredista y ex secretario de Gobierno de AMLO, recibiendo fajos de dólares y al secretario de Finanzas del gobierno capitalino, Gustavo Ponce, jugando en grande en un casino de Las Vegas. Fue así como la primera batalla de una guerra cuyo objetivo era neutralizar las ventajas que la "honestidad valiente" le daba a AMLO, la ganó el Presidente. Sin embargo, como por un lado no se pudo involucrar personalmente a AMLO en el esquema de corrupción y, por el otro, estaba el asunto de los "amigos de Fox" donde finalmente nadie pisó la cárcel, el golpe no fue contundente.

Tras lo que debió de haber requerido un esfuerzo de planeación, el Presidente y sus apoyos decidieron hacer algo radical: impedir que AMLO llegara a las urnas. Para ello se decidió usar un instrumento legal que sólo existe en un par de países: la fracción II del artículo 38 constitucional que retira los derechos políticos a toda persona sujeta a proceso. Tomada la decisión sólo faltaba encontrar el punto vulnerable, y en una burocracia tan grande como la del Distrito Federal no fue difícil: el supuesto desacato a un amparo. Los tribunales tienen miles de casos y se eligió uno que tenía que ver con no parar a tiempo la construcción de una calle para comunicar a un hospital. Para llegar a ese acuerdo, el 6 de abril del 2004 se reunieron a desayunar en "Los Pinos" con la cabeza de la Suprema Corte -un poder supuestamente independiente pero finalmente muy colaboracionista- el Presidente, su secretario de Gobernación y su procurador. Se decidió que por el asunto de la calle era posible desaforar y procesar a AMLO y dejar al PRD sin su carta fuerte para el 2 de julio del 2006. Se planeó con cuidado el calendario y la alianza con el PRI para que la mayoría del Congreso apoyara el desafuero. El plan funcionó pero algo salió mal: una gigantesca movilización ciudadana en contra de una "legalidad" ilegítima obligó al Presidente a dar marcha atrás.

Si la primera batalla de la guerra sucia la perdió AMLO, la segunda la perdió el Presidente y la guerra continuó.

La definitiva

El tiempo hace inevitable que la tercera batalla sea la última y definitiva. Y la decisión de los involucrados fue engendrar un ambiente electoral de miedo similar a ese que en 1994 le dio tan buen resultado a Carlos Salinas para dejar a Ernesto Zedillo en la silla presidencial.

La actual ofensiva del miedo se ha centrado en crear, por la vía de un bombardeo de saturación de truculentos spots de televisión, la idea de AMLO como un peligro para México. Según la propaganda panista, sincronizada con el discurso diario y obsesivo del Presidente, en la elección por venir no está en juego la simple alternancia en el ejercicio del Poder Ejecutivo sino el destino mismo de la patria. Así, en contra de las cifras disponibles del propio gobierno federal, los mensajes advierten que AMLO endeudó como nadie a la Ciudad de México. Sin ofrecer una sola prueba, sugieren algo que raya en traición a la patria: AMLO está apoyado por "células bolivarianas" enviadas por el presidente de Venezuela a México. En un acto tan oportunista como falto de ética, el candidato panista decidió ligar a AMLO con los violentos sucesos recientes de Atenco y reafirmar la idea del peligro. El discurso de la derecha convoca a los fantasmas del pasado anticomunista para despertar miedo e histeria.

La campaña sucia de televisión requiere dinero y al candidato panista no le falta. También requiere de la cooperación de las dos grandes cadenas televisivas. El apoyo abierto del PAN a la llamada "Ley Televisa" (apoyada también por el PRI y, al inicio, por la estupidez de los diputados perredistas), que tuvo el visto bueno del Presidente, explica la buena voluntad de los consorcios televisivos, ambos con una larga historia de alianza con el poder. La campaña del miedo también ha requerido de un Instituto Federal Electoral que, en nombre de la libertad de expresión, mantuvo la luz verde para difundir propaganda sin sustento en la realidad y contraria a la atmósfera de civilidad y moderación que se necesita.

A George W. Bush le dio resultado la guerra sucia contra su adversario, John Kerry, y todo indica que también se lo está dando al PAN.

La tercera batalla también requiere usar el gasto social -Oportunidades, FISM, etcétera- para manipular el voto de los pobres, como antes lo hizo el PRI y lo criticó Fox en su momento. Un estudio auspiciado por el Consejo Consultivo de Desarrollo Social de Sedesol y difundido por Fundar, advierte que de no tomarse medidas urgentes es posible manipular el voto de 2 a 4 millones de pobres, justo el porcentaje que podría representar la victoria sobre AMLO. En este contexto, la visita de la responsable de Sedesol al domicilio del candidato del PAN el 3 de mayo, aumenta las sospechas.

Responder

Se acaba el tiempo. AMLO y el PRD deben tomar la ofensiva. Maquiavelo les aconsejaría usar las mismas armas que el PAN, pero si AMLO decide no hacerlo porque eso desvirtuaría el proyecto de la izquierda sí debería neutralizar los argumentos del miedo no sólo con datos y cifras, sino como lo hicieron en 1988 los chilenos demócratas que le ganaron a un Pinochet que también montó una campaña de miedo: con una campaña muy imaginativa donde usaron lo que le es consustancial a la izquierda: la esperanza y la justicia.