Lecciones de Oaxaca
En los últimos días mucho se ha escrito respecto al caso de Oaxaca. Los analistas han presentado sus argumentos para identificar cómo, cuándo y por qué una exigencia estrictamente magisterial se ha convertido en un movimiento social que amenaza con desbordar su lugar de origen. De igual forma, han expuesto los probables escenarios bajo los cuales el conflicto se resolverá o, al menos, amainará en intensidad en los próximos días y meses. En cualquier caso, el tema nos arroja ya algunas lecciones a considerar.
Una de las más importantes es el hecho de que los problemas sociales no se resuelven por sí mismos. Esta es una verdad de Perogrullo, claro, pero es conveniente repetirla ante la actitud asumida por las autoridades involucradas, en especial las federales. Bajo un concepto mal entendido de federalismo, la estrategia asumida por los funcionarios encargados de conducir la política interior del país fue la de dejar pasar los días con la esperanza de que, poco a poco, las cosas se fueran calmando y las aguas volvieran a su nivel por inercia.
Por supuesto, no sucedió ni una cosa ni la otra. Al contrario, la escalada del conflicto ha sido lineal hasta el punto en el que el propio Vicente Fox ha reconocido que el asunto “está duro” y que lo heredará al próximo presidente. Algo totalmente opuesto a sus anteriores declaraciones en el sentido de que Oaxaca se había resuelto de la misma manera que Atenco y Chiapas. Esto causó no sólo sorpresa sino desprecio por parte de la población en general. ¿Están resueltos Chiapas y Atenco efectivamente? Y en el remoto caso de que así fuera, ¿se solucionaron por el “diálogo” encabezado por la administración actual?
Otra lección consiste en cuestionar la creencia de que la democracia ha sentado sus reales de manera sólida en el país. Quizás a nivel federal exista alguna percepción más tangible respecto a este sistema político, a las raíces que ha echado en nuestro contexto y a los beneficios que son atribuibles al mismo. Sin embargo, en algunas regiones lo que tenemos es exactamente lo opuesto. Tanto en los estados como en los municipios permanecen prácticas de cacicazgos, tan añejas como nuestra propia historia, que poco a nada tienen que ver con ese ideal que se inauguró en el año 2000 y que tantas expectativas ha generado a partir de entonces.
El punto preocupante es que esta peculiar cultura política antidemocrática no es exclusiva de la clase política de estas zonas. No. La propia sociedad civil reproduce las formas a las cuales dice combatir. Los esquemas utilizados por los grupos opositores para organizarse y tomar decisiones no distan mucho de esas figuras autoritarias y verticales que enfrentan. Al calor de la batalla las opiniones moderadas no tienen lugar, por lo que sólo las posiciones radicales son las que satisfacen los ánimos de la masa.
Si hacemos caso a esa máxima que afirma que la democracia se nutre de demócratas y que la mejor escuela de demócratas es la propia democracia, el caso de Oaxaca nos demuestra que hay un México real en el que estas ideas no trascienden aún la categoría de exóticas y utópicas.
Esto nos conduce a una tercera reflexión: ante la disyuntiva de arraigar la democracia o de resolver los rezagos ancestrales que han dado lugar a la inconformidad social, ¿qué es más importante?, ¿el progreso económico o las reformas políticas?
Lo anterior sale a colación frente al dilema de hacer de Oaxaca –uno de los tres estados más pobres del país—una entidad próspera y justa, o bien, de promover nuevos arreglos políticos internos que den cauces renovados a la inconformidad.
En nuestro vecino del sur se han juntado el hambre con la necesidad. Una población pobre, una clase política autoritaria y viejas prácticas violentas en ambas. El punto es que ellos no son los únicos que reúnen estos ingredientes necesarios para generar un cóctel social explosivo. De hecho, una de las preocupaciones más fuertes respecto al conflicto (la destitución de Ruiz como un ejemplo y aliciente para otras latitudes) da fe de la existencia de otras sociedades que podrían responder de la misma manera que Oaxaca en el corto plazo.
Por último, una reflexión respecto al ejercicio de la política. Es decepcionante escuchar expresiones como las realizadas por Fox en el sentido de que su gobierno “ya cerró la cortina” y de que lo que más desea es irse al rancho a “abrazar al Vicente III”. Si el líder de la administración pública federal da ese mensaje, ¿qué podemos esperar de su desempeño?
La aventura emprendida desde diciembre de 2000 a la fecha ha sido al mismo tiempo una esperanza y una aberración.
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