México cantinflea
Lluís Foix
La Vanguardia
Augusto Assia era un gallego fascinado por Inglaterra. Felipe Fernández Armesto, ese era su nombre, se divertía contando sus vivencias en el Londres de la guerra, las costumbres de las gentes del campo, los laberintos misteriosos de sus relaciones sociales.
Paseábamos un día por Fleet Street en uno de sus frecuentes viajes a la isla. Acababa de celebrarse una elección parcial y un diputado conservador ganó por una mayoría inesperadamente abultada. Yo escribí la crónica diciendo que el diputado en cuestión había arrasado en las urnas de no sé que distrito.
En democracia no se arrasa nunca, me matizó Assia. Se gana o se pierde. Aunque sólo sea por un voto. De hecho el primer ministro Callaghan perdió una moción de censura por un solo voto en 1979, se precipitaron las elecciones generales y llegó la señora Thatcher para quedarse por mucho tiempo.
He recordado esta conversación con Fernández Armesto, cubierto con sombrero y vistiendo lanas inglesas de calidad, al contemplar el espectáculo que se está produciendo en un país tan importante como México.
Si mis lectores mexicanos me lo permiten, me consta que son muchos, les diré que México cantinflea un poco. Mario Moreno Reyes, 'Cantinflas', fue un célebre comediante mexicano que destacó en el cine, en el teatro y también en su compromiso social participando en actividades sindicales.
Fue tal la penetración de sus parodias y de su sentido del humor en el mundo de habla hispánica que la Real Academia de la Lengua ha admitido el verbo cantinflear, entendido como alguien que habla y actúa de forma disparatada e incongruente sin decir nada.
Se me ocurrió que México cantinfleaba al ver cómo Andrés Manuel López Obrador, derrotado oficialmente en las urnas, se proclamaba presidente del país en una ceremonia aplaudida y contemplada por más de cien mil personas en el célebre Zócalo de la capital azteca.
Millones de mexicanos están al lado de López Obrador, que pretende formar un gobierno paralelo al considerarse víctima de un fraude electoral en los comicios de julio. Fue derrotado por Felipe Calderón del partido de Acción Nacional por un porcentaje que no llegaba a un punto.
La ceremonia inaugural del nuevo presidente tendrá lugar el primero de diciembre. Pero López Obrador se le ha adelantado jurando "proteger los derechos de los mexicanos y defender la soberanía y el patrimonio de México asegurando la felicidad y el bienestar del pueblo".
La situación es insólita y esperpéntica. México se dispone a tener un presidente oficial y otro que actuará en paralelo. López Obrador ha roto las reglas del juego. No estoy en condiciones de verificar la limpieza del recuento.
Pero si los tribunales han determinado que el nuevo presidente es Felipe Calderón, no entiendo cómo se puede proclamar un presidente alternativo por el simple hecho de que ha habido un pucherazo no probado en los escrutinios.
Al Gore perdió las elecciones de 2000 ante Bush después de un recuento que se prolongó más de un mes en el estado de Florida bajo la sombra de la falta de transparencia en el estado del que era gobernador el hermano del actual presidente. Y se dedicó a investigar las consecuencias del cambio climático y hoy es un personaje respetado en todo el mundo.
En un escenario más próximo, el de Catalunya, Artur Mas ha ganado las elecciones. Pero no cuenta con una mayoría suficiente para gobernar. Pasará a la oposición y no incitará a la insumisión civil de sus votantes.
La democracia tiene sus reglas. Y tanto los que pierden como los que ganan las tienen que aceptar. No se puede cantinflear en una cuestión de esta envergadura. México es un país demasiado importante en América para estas bromas.
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