Rehenes, frivolidades y mentiras
Lluís Foix
Leo la enésima pugna académica sobre la localización de los lugares homéricos. En los dos últimos siglos de excavaciones en las orillas del Mar Egeo no se ha llegado a determinar exactamente dónde estaba Troya. Hay varias hipótesis. Lo sabemos todo de la Ilíada y de la Odisea, aquellos diez años del divertido retorno de Ulises a Itaca después de haber puesto su inteligencia al servicio de la victoria aquea contra los troyanos. Tampoco conocemos donde estaba Itaca.
La última hipótesis pasaría por los efectos de un terremoto post homérico que uniría lo que era la isla de Poliki con la de Kefalonia. En ese caso Itaca estaría localizada. Pero no importa tanto. La verdad sobre Troya, Ulises, Héctor, Helena, Penélope, Aquiles y todos los personajes, paisajes, batallas, muertes y traiciones está en las dos inmortales obras de Homero.
Acababa de leer en "The Economist" una breve información sobre las nuevas pesquisas homéricas, cuando fui a ver la película 300 de Zack Snynder que se basa en el cómic de Frank Miller sobre la batalla de las Termópilas y que está teniendo un aceptable éxito en la actual cartelera.
Troya se sitúa en el tiempo a más de treinta siglos de nosotros. Las Termópilas acontecieron hace unos veinticinco siglos y marcaron una nueva línea divisoria entre Grecia y Persia, Occidente y Oriente. Lo más fiable de la batalla de las Termópilas lo encontramos en el volumen VII de la obra de Heródoto.
Mucho antes de que se estrenara la película de Snyder fue deunciada por el gobierno de Teherán como una guerra sicológica de Estados Unidos contra Irán. Desde Hollywood se interpretó también que la resistencia heroica de 300 espartanos, no todos ni los que fueran hijos únicos, al frente del rey Leónidas podían ser una metáfora de la catastrófica invasión de Iraq en nombre de la civilización occidental y en contra de la barbarie.
Me temo que ni lo uno ni lo otro. El relato épico de las dimensiones que aparecen en pantalla son digitales, desde los paisajes, las batallas, los ejércitos, las lanzas que cubren el sol, los escenarios del desfiladero de las Termópilas, incluso las figuras del rey Leónidas y el rey Jerjes parecen fabricados en un ordenador.
El rigor histórico es despreciado por el director de la película que se inspira en el célebre cómic de Frank Miller que se siguió muy por encima el relato de Heródoto. Es un film propagandístico que puede ser utilizado igualmente por los dos mundos que libran una batalla política, ideológica y económica en las tierras mesopotámicas, en Afganistán y quizás Irán.
Pero los dos argumentos tienen trampa. Los persas del Jerjes no son los iraníes del presidente Ahmadinejad que no dispone de cientos de miles de soldados sino de las posibilidad de obtener uranio enriquecido y, eventualmente, producir la bomba nuclear. Irán no llega al Mediterráneo y tendría que conquistar Siria, Iraq y Turquía para batirse con los griegos de hoy, de hecho, con la UE cuyas fronteras llegan al Mar Egeo.
Pero tampoco los occidentales son los espartanos de Leónidas. Fueron a la guerra los más preparados, los más austeros, los más patriotas para defender con sus vidas la libertad de Esparta ante el miedo y cobardía de los atenienses. Muchos occidentales desplegados en Oriente ni siquiera son nacionales de las banderas que defienden. Luchan por una causa porque no tienen nada más importante que hacer. La historia es sobre lo que ha pasado y no sobre lo que se pretende que ocurra.
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