Del origen de la amistad
Es bastante recordada la anécdota de que Mick Jagger y Keith Richards se conocieron y atrajeron mutuamente por unos acetatos, es decir por unos viejos discos de blues norteamericano. El primero llevaba una buena cantidad de producciones de Chess Records bajo el brazo mientras paseaba por las calles de Londres, las cuales llamaron inmediatamente la atención de Lord Richards, quien también era fanático de la música que producían los afroamericanos lumpen de este continente. Esa complicidad surgió por 1962 y desde ahí hasta la fecha con los impresionantes y magníficos resultados que ya conocemos.
Bueno, pues guardando las distancias correspondientes, mi amistad con el buen Pancho Gómez ha tenido un inicio que guarda algunos tintes de aquella vieja epopeya mítica de la historia de la música contemporánea.
A finales de la década de 1980 ambos vivíamos en el pueblo, ambos éramos desconocidos y ambos habíamos visto en la tienda de discos del Centro un álbum de los Rolling Stones que se convirtió en nuestro objetivo, faro, guía y coordenada existencial. Se trataba de Steel Wheels, producción de 1989 de la banda de rock más grande que alguna vez haya pisado este planeta, el cual tenía en la portada las famosas ruedas de acero en negro y gris.
Yo había estado rondando de manera insistente la discoteca con la finalidad de asegurarme que siguiera ahí el objeto de mi deseo mientras reunía la cantidad de dinero necesaria para llevarlo a casa (algo así como 14 mil pesos de aquella época). Un día lo logré y fui directo a la tienda, lo busqué, lo encontré –con ciertas dificultades—y lo compré. Entonces, experimenté por primera vez esa felicidad y éxtasis que siempre tengo cuando adquiero algo nuevo de los Stones. Después compré ahí mismo el Flashpoint (la recopilación de los conciertos que dieron entre 1989 y 1990 por la gira de Steel Wheels).
El punto radica en que a Pancho no lo conocía y, cuando lo hice fue, primero, porque traía el disco rojo de El Tri bajo el brazo (Simplemente) y eso como que nos generó cierto interés mutuo una tarde después de haber jugado volibol en la cancha del Sindicato Petrolero. Después –y aquí viene lo bueno—porque durante una ingesta de alcohol (ya éramos conocidos) me confesó que “alguien” le había arrebatado el disco de los Stones de la discoteca Castillo. Es decir, él también había visto el álbum, lo había estado merodeando y, justo un día antes de que yo fuera a comprarlo, lo había “escondido” entre otros discos para asegurarse de que nadie se lo llevara ante la inminencia de su compra.
Esa historia es cierta porque, cuando fui a por el álbum, me costó cierto trabajo encontrarlo, ya que no estaba en su lugar tradicional. Entonces, adivinen quién había sido ese “alguien” que le había arrebatado el disco al Pancho unas horas antes de que arribara al local.
Desde entonces nos convertimos en colegas, lo cual se fue haciendo más sólido por la intervención de esos factores críticos de éxito en las relaciones sociales como lo son el alcohol, el fútbol, los proyectos y los años.
Ahora él vive con su mujer en el pueblo y yo con la mía en la ciudad, pero ambos seguimos siendo fanáticos de los Stones e hinchas de Pumas (y colegas, claro). De hecho, fuimos juntos al concierto de 1998 en el Foro Sol por la gira Bridges to Babylon, aunque ocupamos lugares separados (por cuestiones que en alguna otra publicación confesaré).
1 Comments:
En la misma tienda de discos ví durante años el disco doble del concierto de Sabina y Viceversa de 1986, hasta que junté la plata para comprarlo pasaba al menos cada mes para ver que siguiera ahí. La caja ya estaba abierta puesto que en algunas ocasiones servía de fondo musical de la tienda.
Si alguien más en Huauchi en ese entonces compartiera mis gustos musicales tendría más amigos.
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