miércoles, octubre 17, 2007

No leeré a Doris Lessing

Rafael Pérez Gay

 

Voy a tratar de explicar por qué no leeré a la flamante premio Nobel. En otras páginas he escrito que los excesos del mercado han vuelto imposible la restauración del gusto cultural, pero no sólo la oferta y la demanda han derruido el canon; el más importante galardón de las letras en el mundo se desprende de una cultura sobornada por las consideraciones políticas. El Premio Nobel de Literatura atrae la atención del planeta como un relámpago en la oscuridad, así se ha iluminado el nombre de Doris Lessing en una nómina de finalistas de la cual formaban parte Philip Roth, Don Delillo, Claudio Magris y Mario Vargas Llosa. Ciertamente la grandeza literaria no puede medirse con instrumentos de precisión, pero hay señales claras de que el canon se ha deteriorado y de que el Comité de la Academia Sueca ha convertido el sentido de las proporciones en un gran puchero.

“Todos los premios son falibles”, escribió George Steiner. “Una y otra vez, la inmortalidad le es concedida a los excluidos. La fundación Guggenheim le negó una beca a Schoenberg cuando se encontraba en el punto más alto de su genio; el alma sencilla que le negó empleo a Einstein en la Academia Suiza murió pacíficamente no hace mucho (…) El problema es, por supuesto, que el registro de premios que la Academia Sueca ha otorgado en literatura ha sido caprichoso y, en demasiados casos, insultante a la inteligencia crítica” (Confabulario, 13/X/2007). Steiner ha respondido a la pregunta que todos los lectores nos hacemos cada vez que se acerca la entrega del Nobel: ¿se puede tomar en serio a una institución que se ha equivocado muchas más veces de las que ha acertado?

Pese a sus pifias, todos los años, en octubre, el Nobel de Literatura constituye el momento culminante de las letras en el mundo. Hagamos dos breves listas al azar. Nombro de memoria primero a quienes no recibieron el premio: Proust, Joyce, Kafka, Lawrence, Broch, Pound, Rilke, Pessoa, Borges, Philip Roth. Del otro lado y buscando en las listas transcribo los nombres de quienes sí lo recibieron: Rudolf Eucken (1908), Henrik Pontopiddan (1917), Grazia Deledda (1926), Kart Gjellerup (1918), Knuy Mason (1920), Elfriede Jelineck (2005), Doris Lessing (2007).

La falibilidad del premio que el Comité de la Academia Sueca le ha concedido a Doris Lessing es muy alta, se desprende de algunas de sus cualidades públicas y de no pocas de sus convicciones ideológicas: activista decidida contra el racismo, militante comunista, pionera del feminismo, luchadora social. Todos estos esfuerzos de acción política pueden ser admirables para mujeres y hombres, no sé si para los lectores. Por lo que se refiere a su literatura, ha sido fiel a los territorios en torno de los cuales ha ordenado su prolífica obra: los conflictos políticos, la sicología de la mujer y el enfrentamiento entre la juventud y la vejez. Para ejercer estos temas Lessing recurrió a la experimentación vanguardista, a la ciencia ficción, al diario personal, a la autobiografía sicológica, al teatro. De eso se trata el largo ciclo narrativo que inicia en Canta la hierba (1950), Hijos de la violencia (cuatro novelas, 1965-1966), Un hombre y dos mujeres, En busca del inglés (1967), La buena terrorista (1985) y El sueño más dulce (2001). El cuaderno dorado (1962), celebrado por la crítica como un libro único y extraordinario, cambió la figura de Lessing en la literatura internacional.

Perder el Nobel se ha convertido en una forma de ganarlo. Es probable que, en el futuro, a los escritores extraordinarios de grandes ligas les convenga más formar parte del club de los excluidos. Alguna nueva negativa quizá refrescaría al Nobel de Literatura. Tolstoi fue el primer escritor que rechazó el premio, luego rehusó Sartre en 1964. A principios de los 80, Fernando Savater visitaba a Cioran en su departamento de la Rue de L’Odeon. En ese tiempo, una hermosa mujer sueca se había acercado a Cioran diciéndole que quería escribir sobre su obra. A Cioran le encantó la rubia y aceptó su compañía; la llevó a pasear por sus lugares predilectos, le enseñó las librerías de viejo en las que compraba ediciones raras, en fin, le mostró una parte de su vida. Esa relación terminaría en un escándalo. La mujer hermosa no era una lectora entusiasta sino, en realidad, una delegada de la Academia Sueca enviada para sondear si Cioran aceptaría el Premio Nobel. Cioran montó en cólera, la corrió con cajas destempladas y, desde luego, se negó a recibir al premio. Fue así como Elias Canetti ganó el Nobel.

No sé si he explicado por qué no leeré a Doris Lessing. No pongo en duda que su obra pueda guardar la sorpresa de un libro extraordinario. Quizás empobreceré mi espíritu alejándome de esas páginas, pero a mí las lecciones sociales en literatura me matan de tedio.