domingo, octubre 14, 2007

La Contra / Jordi Soler

Jordi Soler · Escritor, hijo de exiliados catalanes que vivieron en la selva mexicana
"En aquella selva se hablaba un catalán mestizo"
IMA SANCHÍS

Tengo 43 años. Nací en La Portuguesa, una república de catalanes en medio de la selva, en Veracruz, México. Viví en Toronto, Dublín y ahora vivo en Barcelona. Estoy casado y tengo dos hijos de siete y tres años. Soy pagano de izquierdas. Creo en las personas que tengo cerca.

¿Nació usted en la selva?

Sí, en una plantación de café catalana en medio de la selva. Mi abuelo y sus colegas, todos ellos exiliados republicanos, la crearon. En 15 años consiguieron más terrenos y dinero que todos los que los rodeaban.

¿Conflictos?

Nosotros éramos los hijos de Hernán Cortés, en cuanto traspasábamos los límites de la plantación nos convertíamos en los invasores, teníamos que defendernos de los galos que nos acosaban. Viví mi infancia con temor. El día de la Independencia de México no podíamos salir de casa porque la tradición era moler a palos a los gachupines, léase, españoles, reléase, catalanes.

¿Y en la selva quién los vacunaba?

Yo nunca fui a un médico normal hasta los doce años, cuando nos fuimos a Ciudad de México. Siempre nos sometimos a la curación de una chamana que vivía en la plantación, a sus emplastes, pócimas y ceremonias.

¿Qué tipo de gente trabajaba allí?

Indígenas y una tribu de negros descendientes de africanos. Tanto los ñanga como nosotros éramos repudiados por los dueños de la tierra, que sabían que nosotros éramos invasores efímeros. Eso nos convirtió en amigos. Los negros y los blancos éramos muy solidarios. Pero los trabajos de los ñanga eran siempre alternativos y fallidos. Se ofrecían para salvar una cosecha y hacían danzas con tesón, pero con poco éxito.

¿No eran los señoritos?

Por más que mi abuelo llevara allí 40 años, ellos llevaban 300. Sabían que nuestra tribu desaparecería y, efectivamente, 60 años después la selva ha acabado con todo. Se contaban cuentos de gente que se echaba a dormir la siesta y al cabo de dos horas desaparecía comido por la maleza, y no iban desencaminados; cada día debíamos podar el camino hacia la plantación para que no desapareciera.

¿Cuántas familias eran ustedes?

Cinco familias catalanas, las comidas eran de 35 personas, más la gente que trabajaba allí, que también era como de la familia.

Arcadi, su abuelo, llegó a hacerle vudú a Franco.

Cuando aquellos exiliados se dieron cuenta de que Franco no moriría nunca, aceptaron la oferta del patriarca de los ñangas, que, conmovidos por la historia de aquella tribu blanca, organizaron una ceremonia muy seria en la que se le clavaron alfileres al vudú de Franco durante muchos meses.

¿Un muñeco con la cara de Franco?

Sí, que mi abuelo guardaba en una gaveta con un alfiler clavado en el corazón y otro en la cabeza. Pero al final de sus días lo negaba.

¿Usted se sentía mexicano o catalán?

En la plantación se hablaba catalán, un catalán muy mestizo, eso nos alejaba de los mexicanos. Y como tampoco nos podíamos sentir españoles porque habíamos perdido la guerra, nuestras señas de identidad eran el Barça y las canciones de Serrat. Vivíamos imaginando las jugadas de Cruyff.

¿Y cómo se crece en la selva?

Teníamos el vientre hinchado y todos los parásitos del trópico: cuando íbamos al baño siempre salía algo. Y por el porche cruzaban serpientes y hasta elefantes. Pero ésa era la vida normal, el contraste era el empeño de mis abuelos y mis padres por que lleváramos una vida como en la calle Muntaner. Nos vestían con los trajecitos de tergal que enviaban familiares. Aquel empeño por no entregarnos a la selva era ridículo.

¿Qué, de todo lo vivido, le marcó más?

La hermana de mi madre fue la primera niña de toda aquella tribu, y vieron en ella la esperanza de una nueva vida al otro lado del océano. Pero a sus tres años una meningitis y un diagnóstico difuso convirtió a Marianne en una loca. Y a mí me parece una metáfora del futuro de aquellos exiliados.

¿Marianne era el presagio?

Lo cuenta mi abuela. En esta selva había unos vampiros enormes que se pegaban al cuello de las vacas y les chupaban la sangre, y no era raro que mordieran a alguna persona. Mi abuela entró una noche en el cuarto de Marianne y vio un vampiro posado sobre su carita. Siempre pensó que le había hecho algo.

Igual le transmitió la enfermedad...

Los médicos dijeron que no. Marianne se convirtió en una mujer guapa y de una fuerza extraordinaria que se comportaba como una niña. Cuando nacimos mi hermano y yo se lo tomó fatal.

¿Cuáles son sus recuerdos?

De pánico. Marianne nos pegaba, mi madre venía corriendo. Entonces Marianne golpeaba a mi madre hasta dejarla tirada en el suelo llena de sangre. Se necesitaban un par de hombres para sujetarla e inyectarle algo que la sumía en un limbo químico. Con frecuencia sueño que escapo de ella.

¿Era necesario atarla a la pared con una cadena y una argolla?

Aquella tribu de catalanes prósperos era continuamente extorsionada por el alcalde de Galatea bajo amenaza de expulsión. Venía a comer y le gustaban mucho las mujeres de La Portuguesa. Un día Marianne salió corriendo desnuda y el alcalde dijo: "Y la próxima vez quiero que me atienda ella".

¿Cómo acabó Marianne?

El indio Sacrosanto la cuidaba y su final es una metáfora de esa esencia irreconciliable entre el mundo prehispánico y el hispánico.