miércoles, diciembre 12, 2007

Día común (doble vida)

Los taxis y sus anécdotas tampoco dan tregua en la época decembrina.

Hoy veníamos a todo vapor por Eje Central cuando un semáforo en rojo nos detuvo. El coche había quedado atravesado en el paso cebra. El conductor, en una rara maniobra cívica, retrocedió para dejar libre esa zona de la vialidad. Sin embargo, atrás de nosotros ya estaba un vendedor ambulante de tarjetas para el móvil que, de repente, comenzó a gritar de manera histérica. Su queja era que el taxista había querido lesionarlo (o algo así). Claro, esto motivó a que se hicieran de palabras. Uno decía viejo, ciego, pendejo, cuatrojos, estúpido. El otro respondía lo mismo haciendo mofa del acento ñero del vendedor con el mono amarillo y azul. Este último se plantó frente al coche con actitud amenazante. Nosotros lo veíamos con una mezcla de flojera y crispación. ¿Qué gana con hacer tanta alharaca? Entonces, el hombre Telcel comienza a llamar a alguien que estaba en la esquina. Uta, va a convocar a su banda, pensé. Pero no. Más bien fue a un policía que, con una especie de metralleta atravesada en el pecho, se acercó a ver qué ocurría. El tipo seguía gritando y quejándose. El policía se asomó por la ventanilla y el taxista le preguntó que qué ocurría, oficial. El quejoso seguía, claro, histérico. El semáforo cambió a verde y el policía sólo dijo, entre sonrisas nerviosas, que procurara no meterse en problemas. El piloto arrancó enfurecido y el otro aprovechó para terminar su perorata con viejo, pendejo, cuatrojos, viejo, viejo, viejo (al parecer, ése es el peor insulto que te pueden hacer hoy día). El taxista concluyó diciendo que, si se bajaba, iba a reventar a ese pobre pendejo.

Bueno.

Y sobre el asunto de la muerte de José Luis Calva Zepeda, conocido en los medios como El Caníbal de la Guerrero, aquí parte de su declaración cuando estuvo ingresado en el Hospital Xoco de la Ciudad de México, narrando lo que sucedió el día que lo detuvieron los policías (tomada de El Universal).

 

“El viernes tocó a la puerta (su ex novia, Alejandra Galeana Garabito). Le abro. ‘¿Estás tomando, por qué? Dijiste que le ibas a echar ganas’. Me tomé dos frascos de clonazepam con alcohol del 96. Se alteró y empezó a manotear. La empecé a apretar así. Se desguanza, sucedió lo que jamás quise que sucediera. Estaba muerta.

“Me dio miedo, la dejé en la cama y me fui a la sala, seguí tomando más alcohol hasta embrutecerme.

“Al día siguiente sigo embrutecido. Ya no entraba al cuarto. El cuerpo ya se había inflado, estaba amoratado, pensé en cómo sacarla, bajarla no, en la basura, y dije ‘voy a sacarla en partes’, literalmente la corté.

“Dije ‘qué poca madre, ¿qué estás haciendo? La pierna la metí al refrigerador para que no apestara.

“Me senté en el pasillo, con un cúter me intenté suicidar (muestra la cicatriz a nivel de la muñeca de la mano derecha). Vi que empezó a chorrear la sangre, estaba sentado sangrando, hice una carta donde le pedía perdón a mi familia, me senté y ahí me quedé.

“Se hizo costra y fui por un mezcal, cuando fue la mamá de Alejandra. Le hablé a la señora de los dulces y le pregunté cuántas veces había venido a buscarme y me dijo que ella había regresado con una patrulla. Bajé a la vinatería, compré droga.

“Pasó una patrulla de judiciales, me ven de cerca, me preguntan por Alejandra, me dieron un aventón y yo dije ‘con esto termina mi trauma, mi infierno’. Pasamos al departamento, la peste se sentía.

“Veo la ventana, pego un brinco, voy por la orilla de la ventana, me aventé de frente hacia la banqueta, me levanté y me aventó un carro”.