miércoles, enero 21, 2009

Dos breves dos

Uno.

Cuando escucho hablar a los padres de familia sobre sus vástagos me regresa la confianza en un futuro mejor para mi país y para la humanidad.

Hombre, es que cada vez que un papá o una mamá cuentan algo sobre su hijo o sobre su hija descubro que, en México, cada chamaco del demonio es un genio, un súper inteligentísimo, un artista, un crío índigo (o como se les diga a los que supuestamente son como súper dotados e hiperactivos), en suma, que cada mozalbete que anda brincoteando por los salones de clase de esta tierra que escribe su nombre con la equis, que algo tiene de cruz y de calvario, es un Einstein en potencia.

Todos hablan maravillas de sus mocosos: que si sacan puro 10, que si hablan 14 idiomas, que si ya dominan piano, cello, violoncello y tumba, que si además del fútbol (son goleadores natos, además) ya son expertos en esgrima y en equitación, que si son la mar de simpáticos y avezados y gallardos y buenos mozos y galanes, que si declaman, que si son campeones en oratoria, que si nadan como si fuesen los Phelps de Copilco, que si ya superaron no sé cuántos niveles del X-Box, que si tal por cual...

¡Por Dios! ¡Piedad! ¿Qué acaso no los ven con los ojos bien abiertos?

Casi todos esos que supuestamente son lo máximo son unos consentidos, unos mimados, unos sobreprotegidos y, además, unos horrorosamente mamones prepotentes del futuro inmediato.

Pero, en fin...

No hay nada peor que encontrarse con un padre de familia (o un tío o un primo o cualquier familiar, pues) fanatizado por las supuestas virtudes de los retoños y los benjamines de su estirpe.

Dios mío, no permitas que eso me pase si es que algún día me apareo con fines de reproducción de la especie.

Gracias


Dos.

Guillermo Ochoa, portero de las gallinas, me cae bien. Y no por su pertenencia a ese dizque equipo del juego del hombre. No. Me agrada su posición respecto a los naturalizados mexicanos que se han integrado con singular alegría al representativo nacional de este país.

Por favor, ¿qué acaso no lo ven claro también? Esos argentinos, brasileros y demás NO SON mexicanos por gusto, LO SON por pura ambición, por pura maña, por puro interés. ¿Acaso jugarían algún día con sus verdaderos países? ¡Jamás! ¿Entonces? ¿Por qué creerles que aman a México y a su gente y a su comida y tal, y tal, y tal?

¿Pruebas? Ahí está el nefasto de Gabriel Caballero (y también su compatriota el tal Matías Vuoso), argentino, dizque mexica, que no deja de hablar y de presumir ese acento como de barriobajero porteño. ¿Mexicano? Mis cojones.

Ahora que el Sr. Eriksson ha llamado a cuatro (¡cuatro!) no mexicanos para jugar con el jersey mexicano me pregunto, bueno, ¿y los dirigentes qué?, ¿la afición qué? Además, ni que esos cuatro extranjeros fueran la mar de buenos en el campo y marcaran diferencia, como si no hubiese mexicas originales que pudiesen dar el mismo rendimiento sobre el césped, como si entre 106 millones de compatriotas no encontráramos a once que jugasen bien (eso sonó a publicidad de la televisión).

En fin.

Decir esto no es discriminar a los naturalizados. Pero no incluir a verdaderos mexicanos en el representativo nacional del fútbol sí es hacer una diferencia entre ciudadanos de primera y de segunda.

Basta de posiciones políticamente correctas y pasteurizadas.

Ochoa, te apoyo.

Y como diría Joserra, me voy, estoy muy enojado...