El Estado impotente
Mauricio Merino
Hace ya varios días que comenzó el debate sobre la tesis del Estado fallido. “México no es Paquistán”, dijo el presidente Calderón en Davos, Suiza, ante la comparación que surgió de Estados Unidos. De acuerdo. ¿Pero tiene México un Estado con autoridad suficiente para garantizar el derecho y la viabilidad del país?
Bastaría un pequeño recuento de las noticias publicadas en los últimos días para dudarlo con seriedad. Esta misma semana, por ejemplo, las grandes televisoras han vuelto a desafiar las reglas del juego. Inconformes con la reforma electoral de 2007, han decidido producir el mayor encono posible hacia las elecciones de 2009, manipulando los tiempos destinados a la divulgación de la propaganda del IFE y de los partidos.
Saben que cuentan con la complicidad de un amplio sector de la clase política y están aprovechando los agujeros legales que se quedaron abiertos tras la reforma, para emprender una nueva rebelión calculada. Esos símbolos implacables de los poderes fácticos mexicanos están demostrando, una vez más, su falta de respeto a las decisiones tomadas por el Legislativo, para que todo el mundo se entere.
En otro terreno, EL UNIVERSAL nos informó el lunes de que los vecinos del municipio de Villanueva, Zacatecas, exigieron la presencia del Ejército mexicano para vigilar sus calles en sustitución de la policía local, que según ellos ha sido cómplice de los secuestros que han sufrido en los últimos días. Es el mismo patrón que está minando la viabilidad política de todo el federalismo: autoridades locales que no pueden, que fracasan o se corrompen, y deben ser sustituidas por el Ejército, convertido en policía preventiva. Esa noticia, hoy, es apenas parte de nuestra rutina.
Y no es para menos, si se recuerda (como lo publicó este periódico el domingo pasado) que en lo que va del año se han registrado ya 508 ejecuciones vinculadas con el crimen organizado: más del doble que las ocurridas en el mismo periodo del año anterior.
Ni tampoco resulta extraño, en un entorno como este, que Vicente Fox convoque a los alcaldes panistas a dejar las oficinas municipales para hacer campañas políticas, siguiendo el ejemplo que él mismo dio durante seis años. Si lo hacen, los regidores que escucharon a Fox estarían vulnerando la ley y desafiando la autoridad del Estado, animados por quien fuera, precisamente, el jefe de ese Estado al que estarían burlando de manera deliberada.
Estos ejemplos nos dicen que por arriba y por abajo, por dentro y por fuera, la autoridad del Estado está en entredicho. Y conste que ninguno de ellos atañe a la crisis económica que completa el entorno en el que estamos viviendo.
Hace poco releí las dos obras centrales de Hermann Heller: Teoría del Estado y La soberanía. Decía Heller que cuando un poder fáctico derrota la autoridad del Estado, todos los demás grupos siguen la misma pauta. Y de ser así, la cooperación social se quebranta y el Estado fracasa.
Los hechos históricos que siguen a esa ruptura pueden desenvolverse de modos distintos. Pero una vez quebrada la autoridad, todo lo demás es cuestión de tiempo.
Sin embargo, Heller también advertía que el mayor riesgo es confundir al Estado con un instrumento faccioso, al servicio de alguien.
El Estado no sólo fracasa cuando deja de cumplir sus funciones fundamentales (la seguridad, la cohesión social, la garantía del derecho y la procura existencial), sino cuando deja de ser de todos. Cuando pierde su condición de organización soberana sobre todos los demás intereses; no para que uno solo decida, sino para que todos convivamos en orden.
El verdadero Estado fallido es, así, el Estado parcial e impotente. Como el que tenemos en México.
Profesor investigador del CIDE
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