jueves, junio 04, 2009

Resistir, ¿vale la pena?

Una cosa me da vueltas en la cabeza: la hipótesis de que mi vida social se ha venido a pique desde mi abstinencia de alcohol.

Suscribo, firmo, hago propios, exalto las virtudes y la sabiduría de dos axiomas:

Primero, que toda felicidad que no provenga del alcohol es ficticia.

Segundo, que hay que beber para hacer interesantes a las demás personas (y aquí agregaría, a uno mismo también).

En efecto, se necesita de vez en vez algo etílico para que la guía, el faro y la coordenada existencial de cada quien eche a andar. Y cuidado aquí, puritanos, prejuiciosos y oligofrénicos: con esto no estoy diciendo que sea alcohólico o algo parecido. No. No vean moros a estribor. Mi punto va hacia algo más simple y más llano: es difícil soportar la hiperrealidad de tiempo completo y horas extras sin algo generoso para beber.

Y pienso en mi caso. Desde 2007 he dejado de ingerir alcohol por razones médicas, básicamente. Desde 2007 mi relación con los colegas ha ido a peor. Vamos, que me siento raro de no poder tener ese cemento necesario en las relaciones interpersonales como lo es dicha sustancia. Me explico: mientras los demás beben y ríen, dicen tonteras y son felices, los abstemios nos quedamos varados en la línea de salida de esa experiencia vital. Allá van, exaltados y eufóricos atravesando la noche, mientras los demás sólo vemos la vida pasar en blanco y negro.

Y aquí saldrán algunos que digan: se puede ser feliz sin beber alcohol. Bueno, de acuerdo. Pero no aplica para todos.

Caso curioso, con la abstinencia he aprendido que beber no significa intoxicarse hasta caerse, hasta poner al hígado al borde del colapso procesando etanol y metanol a marchas forzadas, hasta llevar la sangre a la cornisa del shock hipoglucémico. No. Beber es un arte.

Y beber también es crucial para estar con los demás. Una copa de algo puede salvar a un hombre del abismo. Desde la plebeya cerveza en días soleados o sobre la barra de algún bar con colegas alrededor, hasta el whisky con dos icebergs, el vodka con agua tónica, la ginebra azul sola o el siempre leal y generoso vino tinto. Una copa, dos copas, tres copas, nada más. La vida sonríe.

Desde aquel 2007 he estado en algunas reuniones con colegas --cada vez menos, por cierto-- en las que, claro, aflora la bebida. Ahí he reafirmado mi jodida condición: si hay algo complicado en esta vida es soportar y comprender a un borracho. Son, por lo regular, insufribles. Creen que sus opiniones son las más certeras, que sus ideas son brillantes, que sus proyectos cambiarán el mundo, que su belleza es inigualable, que su manera de beber nadie la puede desafiar, que el planeta no sabe lo que se está perdiendo al no reconocer su valor y su trascedencia.

Por eso, colegas lectores, es mejor estar un pelín ebrio en ese tipo de reuniones que soportar beodos desde la trinchera de la sobriedad.

Y en esas estaba cuando me encontré en el consultorio de mi alergóloga el número de mayo de la revista Nexos, la competencia de mi querida Letras Libres. Su portada negra me hizo pensar en una edición dedicada a la crisis o a la influenza o a cualquiera de las desgracias que nos azotan a día de hoy. Y no. Con gran regocijo leí el título: "Vivir y beber". No me atreví a robarme el ejemplar de la mesita (a veces soy la mar de teto) y la compré en el quiosco: 60 pesos. Joder. LL cuesta 50. Maldito Aguilar Mamín.

Bueno. Pero el punto es que el número me ha dado bastantes satisfacciones. La he disfrutado muchísimo, pero también he sufrido: cada texto de Fadanelli, de Pérez Gay, de de Mauleón me ha puesto la garganta y la boca seca, árida, desértica, lista para recibir la primera gota de alcohol que haga reverdecer mi estado de ánimo gris y amargo. Cada línea me lleva a comparar mi propia experiencia con lo escrito: ¿qué es una resaca?, ¿cómo se combate mejor?, ¿cuál es la mejor variante de alcohol para cada etapa de la vida?, ¿con qué se inició cada quien en el finísimo arte de embriagarse?, ¿qué lugares se frecuenta para renovar el culto a la alegría que nos otorga la vid, el trigo, el centeno, la cebada, la malta, el maguey?

Aaaaaaahh.

Sentado en Starbucks, con mi Latte elaborado con leche de soya (ahora hasta los lácteos de la vaca me hacen daño), pienso en mi primera borrachera, aquella celebrada en un hotel de San Martín Texmelucan, Pue., a los 13 años, con el Jorge, durante un viaje de mi secundaria a uno de esos concursos estatales que se montaban año con año. Recuerdo mi primera resaca (aquella misma ocasión), buscando desesperadamente una cura para esa novísima sensación de incomodidad y humildad cayendo sobre mí. Añoro esas larguísimas y deliciosas tardes-noches en Colorines, bar de todas mis confianzas, donde cada sábado era 24 de diciembre junto con los colegas del círculo rojo. Saboreo mentalmente ese paquete de seis cervezas Modelo Especial que me bebí junto a Said y Bernardo en las inmediaciones del Estadio Olímpico Universitario después de un partido de Pumas con escenografía de calor subsahariano. Siento la satisfacción de aquel vino tinto que probé una vez obtenido el posgrado. Creo ver en mi nevera esa botella azul de Ginebra que solía evaporarse sin saber por qué, o bien, aquella botella de Glenlivet en la repisa de mi piso lista para aliviar cualquier pena, cualquier sinsabor, cualquier duda que la hiperrealidad cotidiana me diera.

"Usted está condenado a llevar una vida sana", me dijo mi gastroenterólogo, una especie de Dr. House con campamento de combate ubicado en Miramontes, después de consultarle mi futuro vital. "Uy, usted nada más debe beber algo cada Navidad", me espetó un médico familiar de la Clínica Narvarte del ISSSTE cuando leyó mi expediente después de solicitarle una licencia laboral.

La hiperrealidad real, sin duda.

Pero la pregunta es, resistir, ¿vale la pena?

Mi carácter se ha agriado, mi convivencia social ha ido a niveles de decrecimiento, mi manera de entender a los demás se ha hecho más cuadriculada. No digo que todo esto se deba a la ausencia del alcohol por completo, pero en mucho ha colaborado. No hay nada más difícil que cambiar los hábitos. Para entender y querer y sentir a alguien suele hacerse necesaria la presencia de un tercero en discordia: un vaso con alcohol enfrente.

Mi fuerza de voluntad se impone. Ni siquiera con La Sexta de Pumas he cogido la botella. No. Invierto mi tiempo y mi esfuerzo en el largo plazo: quiero beber, sí, pero primero tengo que asegurar que mi organismo pueda hacerlo. Paciencia.

Mi madre jamás bebió nada durante su vida entera. Su padre falleció por esa razón. Uno de sus hermanos cayó en el abismo por la misma causa. La amenaza de repetir esa historia en mí siempre rondó nuestro hogar.

Pero ahora recuerdo algo que me dijo antes de morir: la moderación.

Mi madre. Por eso la extraño.



Para terminar esta publicación que he escrito como si estuviese beodo, es decir con el corazón casi en la mano, reproduzco algunas de las frases más ingeniosas e inteligentes que he leído sobre la ingesta de alcohol y que han ilustrado el número al que hago referencia líneas arriba.

A ti lector, que aún puedes beber alcohol, mi abrazo de colega.

Salud.



Estuve borracho muchos años y luego morí.
Francis Scott Fitzgerald

Intoxicación: s. Estado espiritual que precede inmediatamente a la mañana siguiente.
Ambrose Bierce

Cuando actúo borracho todo va bien; alguien actúa por mí, mientras alguien en mí está borracho.
Reinhardt Scherp

La sobriedad menosprecia, discrimina, y dice no; la ebriedad expande, une y dice sí. No por mera perversión los hombres andan siempre en pos de ella.
William James

El problema con el alcohol es que todos andan como tres tragos atrás.
Humphrey Bogart

Los únicos hombres en los que deveras puedes confiar vienen embotellados: Jim Beam, Jack Daniels, Johnnie Walker, José Cuervo. El resto se puede ir al infierno.
Jeri Cain Rossi

Una bebida siempre es menos larga que una historia.
Evan Esar

Envidio a la gente que bebe: al menos ellos tienen a quién echarle la culpa de todo.
Oscar Levant

Tengo por regla nunca beber en pleno día y nunca rehusar un trago al anochecer.
H.L. Mencken

Beber es un ejercicio estricto de pragmatismo espiritual. Nunca se le ocurriría a un bebedor beber para el mañana.
Louis Doucet

La única cosa que un organismo limitado puede hacer es beber.
John Dos Passos

Si la muerte se esconde en cada copa, que muera entonces.
James Russell Lowell

Si aún te queda aliento no lo desperdicies. No se puede beber después de muerto.
John Fletcher

El hombre no desea nada, más que un pequeño trago. Pero ese poco lo quiere fuerte.
Oliver W. Holmes

¿Qué es el beber? Una mera pausa del pensamiento.
Lord Byron

El hombre que bebe es alguien que quiere olvidar que ya no es joven ni ingenuo.
Tennessee Williams

Ningún animal inventó nada tan malo como la borrachera, ni tan bueno como beber.
G.K. Chesterton

Con el vino viene la verdad.
Proverbio latino

PRONTO, ACERCADME UNA COPA DE VINO, PARA QUE PUEDA REFRESCARME EL INGENIO Y DECIR ALGO INTELIGENTE.
Aristófanes

Un vaso de buen vino es una graciosa criatura que reconcilia a un pobre mortal consigo mismo, y eso es algo que muy pocas cosas pueden lograr.
Walter Scott

El vino es un dios cuyos favores no debemos restringir.
Michel de Montaigne

Las musas huelen a vino.
Horacio

Daría toda mi fama por un tarro de cerveza y un poco de tranquilidad.
William Shakespeare

Ginebra con jugo de naranja es la mejor cura para el alcoholismo.
Malcolm Lowry

La realidad es una ilusión temporal que surge por la ausencia de alcohol.
Gary Ross

La embriaguez no crea vicios, sólo los pone en evidencia.
Séneca

Un buen rompecabezas: cruzar Dublín sin topar con un bar.
James Joyce

Algunos hombres se tiran a la bebida, pero la mayoría camina hasta el bar.
Evan Esar

En mis días de bebedor, apenas me levantaba, me ponía a temblar y a sacudirme durante horas y horas. Ése ha sido el único ejercicio que he hecho en mi vida.
W.C. Fields

Me gustaría ser todo de vino y beberme yo mismo.
Federico García Lorca

Una ley que hace que la ebriedad se oculte tras las puertas y en lugares oscuros, no la cura ni la disminuye.
Mark Twain

¿Cómo volver atrás y buscar ahora, husmear entre los vidrios rotos, bajo los eternos bares, entre los océanos?
Malcolm Lowry

2 Comments:

Anonymous Su lectora said...

Y cuando ese momento llegue y el hígado se apiade de nosotros, lo estaremos esperando con un buen vaso jaibolero, un lindo caballito o una cristalina copa. Usted decide...

junio 05, 2009 10:00 a.m.  
Blogger Los Burócratas del Ritmo said...

¡Ya me urge! Aunque sea beber del gel antiséptico que dan para desinfectar..., pero que sea en compañía de buenos colegas como ustedes.

Abrazo,

Manolo.

junio 05, 2009 2:37 p.m.  

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2 comentarios

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