jueves, octubre 02, 2003

Pocas palabras o términos generan tal consenso como BURÓCRATA. Es decir, puedes preguntarle a la gente ¿qué piensa usted cuando escucha el concepto "democracia"?, y todos responderán de manera diferente: el gobierno de todos, la tiranía de la mayoría, lo contrario a oligarquía, etc. Pero, cuando se trata de saber la opinión de los demás sobre BUROCRACIA, todos coinciden en que se trata de seres:

- Abúlicos
- Conformistas
- Retrógradas
- Mal vestidos
- Flojos
- Intratables
- Soberbios
- Simples
- Ineficientes
- Inertes
- Incólumes

Y así un sin fín de adjetivos que dan santo y seña de todas las características negativas de los que hoy nos autodenominamos "servidores públicos".

Pero, cuidado: repito, el término "burócrata" no sólo es exclusivo de los empleados de las oficinas públicas (pueden leer mi antiguo post sobre la definición de Max Weber Chatanuga).

En fin.

En el posgrado escribí un ensayo --más bien, un reporte de lectura-- sobre uno de los autores que mejor han definido el problema de la burocracia, su contraposición a la empresa privada y la perspectiva de cambio en la organización estatal: Ludwig von Mises.

Antes de transcribirlo, adelanto una de sus conclusiones más contundentes:

El problema del sector público es que lo componen burócratas que se rigen por normas y procedimientos, en contraste con la empresa privada donde el objetivo rector es la obtención de ganancias. Sin embargo, pongan ustedes al empresario más exitoso, al más capaz, al más agresivo en los negocios en la administración pública, ¿y qué tendremos?, pues un nuevo burócrata al cabo de algunos meses de trabajo. ¿Por qué? Porque el sector público crea valor de una manera diferente al de la empresa capitalista.

Aquí va, pues...

Ludwing von Mises, Burocracia, Madrid, Unión Editorial, 1976, pp. 1-81.

La obra de Ludwing von Mises explora las diferencias entre los sistemas de producción capitalista y socialista a través de sus respectivas burocracias, señalando que las particularidades más notables de ambas son, en el primer caso, un espíritu empresarial enfocado a la obtención de ganancias por medio del mejor desempeño humano y, en el segundo, una gestión planificada que no puede ser cuantificada ni controlada y que genera apatía y bajos rendimientos.

El autor inicia definiendo al capitalismo como un sistema caracterizado por la libertad y la iniciativa privada cuya organización se basa en el beneficio, y al socialismo como un aparato de compulsión y coerción sustentado en una organización burocrática. Sin embargo, en ambos sistemas existe un rechazo sistemático hacia el término “burocracia”, despectivo y deshonroso, por lo que buscan erradicarlo a través de estrategias divergentes.

El fenómeno de la burocratización aparece en el socialismo por las políticas progresistas que buscan inferir en todas las actividades humanas lo que crea nuevos cargos y secciones administrativas ocupadas por un mayor número de burócratas. Por su parte, en el capitalismo surge por el crecimiento y expansión de las empresas privadas.

Para von Mises, la burocracia –en sí misma—no es el problema. El punto radica en el papel que juegan en ambos sistemas, ya que mientras en los estados se reconoce cierta utilidad dentro de una soberanía extendida sobre una amplia zona con el fin de crear cohesión social, se critica su intromisión en todas las actividades de la vida que inhiben el liderazgo creador, el dinamismo y el progresismo de la empresa capitalista.

Por lo tanto, el dilema planteado por el autor radica en escoger entre la gestión empresarial o la gestión burocrática.

La organización laboral en la empresa capitalista se apoya en las características propias de este sistema económico. Los cálculos de pérdidas y ganancias –exclusivos del capitalismo—basados en la teneduría de libros y la contabilidad indican el estado de los diferentes componentes de la producción. Esto permite al empresario, al momento de delegar autoridad, tener confianza en la dirección de su taller o fábrica porque todos sus subordinados conocen el objetivo a alcanzar: el máximo beneficio posible.

Bajo este esquema se genera un círculo virtuoso que se extiende a todos los niveles de la empresa –desde el director general hasta los aprendices y el personal de limpieza, por ejemplo—en el que el ingreso y la permanencia laboral de los involucrados en la producción se guíe por el mejor desempeño, siempre bajo la calificación del “juez implacable” del sistema de pérdidas y ganancias. En los negocios sólo cuenta el éxito, sentencia von Mises.

Sin embargo, se reconoce que ciertas áreas no pueden ser calificadas por el sistema de pérdidas y ganancias. En ese caso se aplica la discrecionalidad de los jefes para juzgar a su personal. Esta evaluación no se realiza de manera arbitraria contra el personal por antipatías o prejuicios, ya que en caso de suceder los principales afectados serán los propios directivos.

El autor recalca que en el socialismo las cosas son totalmente diferentes: al no existir mercados ni precios se imposibilita el cálculo económico que ajuste la producción a las demandas. Asimismo, no es cuantificable el modelo por pérdidas y ganancias, por éxitos o fracasos, por lo que “se permanece en la oscuridad”.

Cuando los jerarcas delegan autoridad a los gobernadores dentro de los modelos despóticos se limita la discrecionalidad de los segundos por medio de leyes y normas debido a su irresistible tendencia a ejercer el poder de la misma forma que sus superiores. El resultado de esto es que los delegados del poder y la administración se preocupan más por adaptarse y cumplir dichos reglamentos que por encontrar la solución más adecuada para los problemas (el “beneficio” en la empresa capitalista) transformándose en burócratas, es decir en administradores cuya primera virtud es cumplir con lo establecido.

Posteriormente, el autor critica el welfare state predominante en la época en la que el libro fue escrito, tachándolo de una tiranía de sus gobernantes al consistir en la creencia de que los gobernantes pueden hacer cualquier cosa que crean conveniente para la república. En opinión de von Mises esto no corresponde al personal administrativo ni a los jueces en un sistema democrático, sino al soberano (el pueblo) a través de sus representantes (el parlamento) bajo los pilares de la primacía de la ley y el presupuesto.
Esta convivencia entre un gobierno democrático y la burocracia es explicada por von Mises en el sentido de que la segunda, en sí misma, no puede calificarse como buena o mala, simplemente es “un método de gestión que puede aplicarse a diferentes esferas de la actividad humana”.

El aspecto negativo consiste en “la expansión de la esfera a la que se aplica la gestión burocrática” que restringe la libertad del ciudadano y trata de sustituir la iniciativa privada por el control del gobierno, es decir pasar de la organización basada en el beneficio por la organización burocrática de seguimiento de normas y procedimientos.

Al entender la ley como el instrumento para limitar el poder de los tribunales y las autoridades frente a la ciudadanía y no como las medidas encaminadas a ejecutar la voluntad de la autoridad suprema, la gestión burocrática se conforma con cumplir las reglas y disminuir la discrecionalidad (o iniciativa) de sus empleados. Demasiados ordenamientos crean confusión en la burocracia, en contraste con la claridad con la que los miembros de la iniciativa privada ubican el objetivo final (hacer provechosas sus operaciones).

De esta forma, el autor enlista tres características de la administración pública:

a) Sus objetivos no se pueden medir en términos monetarios ni controlar por métodos contables

b) No hay conexión entre ingresos y gastos

c) No hay precio de mercado para los aciertos

Por lo tanto, la gestión burocrática es igual al método aplicable a la conducción de asuntos administrativos y cuyo resultado no se refleja como valor contable del mercado.

La parte final de la lectura es una reflexión a propósito de las deficiencias de la burocracia. La población –de acuerdo con von Mises—se pregunta por qué no se aplican las estrategias seguidas en la iniciativa privada para mejorar el desempeño de la burocracia gubernamental. La respuesta del autor es contundente: no tiene sentido. Los empresarios metidos al gobierno terminarán convertidos en burócratas que deberán cumplir con las normas como aquéllos a los que criticaron.

Y esto se debe a la ausencia de un método de cálculo en la gestión burocrática planificada.

Sin embargo, para von Mises no tiene sentido porque reconoce que la administración pública y el gobierno crean valor de una manera diferente al monetario. Las reformas propuestas no podrían transformar un servicio en una empresa privada ya que un gobierno no es una compañía que busque beneficios y su gestión no se puede controlar por el sistema de pérdidas y ganancias.

Siendo éste el campo de acción general, la definición de sus trabajadores es la de burócratas, acarreando la pérdida de la competencia y la innovación al dar prioridad al cumplimiento de normas y procedimientos jerárquicos, en concentrarse en seguir las formalidades más que en hacer su trabajo de la mejor manera posible.

Lo anterior, en su conjunto, “mata la ambición, destruye la iniciativa y el incentivo de hacer más del mínimo exigido”.

posteado por mbg

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

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