martes, septiembre 14, 2004

Varios de los colegas de esta oficina tienen la peor pinta de loquitos.

Primero, la señora de cuerpo descomunal y nariz alargada que a todos saluda y trata como si fueran sus hijos perdidos. Es increíblemente desproporcionada su masa corporal. En verdad, cada vez que la veo me pregunto cómo puede sostenerse en pie y caminar. Pero, sobre todo, me inquieta su --al parecer-- inacabable capacidad de querer hacer amiguitos con sus vecinos oficinescos. Al principio, cuando nos recibieron en esta zona del edificio, inmediatamente llegó para tratar de hacer migas mediante plática, ofrecimiento de café gratis y, en un caso extremo, a uno de los integrantes de este colectivo burocrático le obsequió una taza. Por supuesto, los comentarios en el sentido de que se la había ligado no se hicieron esperar.

Espero que esto no cause una confusión entre el ser amable y el estar zafadito. Alguien con buen corazón y nobleza sólo te dice hola, bienvenido, o bien, te sonríe y te saluda cada mañana. Pero ella va más allá: trata de suplir su carencia de cariño y amor familiar con sus compañeros de oficina (¡vaya locura!). Además, es muy molesto el hecho de que cuando ella cree que ya ha hecho cierto clic contigo, y por lo tanto ha creado vínculos de confianza ficticios, comienza a despotricar en contra de jefes y superiores como todo buen burócrata frustrado. Es molesto porque uno ni siquiera conoce a esos jerarcas malditos y así no tiene sentido el chisme.

En fin, es una tipa alocada que, sin embargo, no creo que cause ningún peligro a futuro. En cambio, hay otros que --en verdad-- representan un potencial atentado terrorista a corto o mediano plazo.

Por ejemplo, otra tipa del área de la señora inmensa que he mencionado al principio. De lejos, su fachada es la de cualquier burócrata extraída de algún país de la antigua Europa oriental. Es seria, se viste muy discreta, no esboza ni una sonrisa a pesar de que el día sea hermoso o de que hayamos arribado a los 15 y 31 de cada mes (la fecha en que nos aparece en la pantalla líquida del ATM nuestro cheque quincenal). No. Ella llega, se sienta, comienza a hacer sus cosas, se levanta a veces a llenar su vaso con agua, otras va al salón del fotocopiado, intercambia algún comentario con su jefe inmediato o con alguna colega de su departamento, sale a comer puntualmente y, al final de la jornada, sale con dirección (creo) de su casa.

En la pasada fiesta que el Ministerio dio a sus empleados por motivo de las fiestas patrias ahí estaba estoicamente: formada con cara de molestia, pero sin mostrar signos de desesperación para recibir su ración de enchiladas y agua de jamaica. Una auténtica burócrata de Polonia o de Bulgaria. Además, en verdad posee esa facha: pequeña, blanca, con cara de ingeniera soviética recluida en algún laboratorio de Kiev con el fin de obtener la fórmula menos cara para transformar uranio en energía nuclear antes que los norteamericanos.

Pero, como decía, ella sí que es peligrosa. Ese comportamiento introvertido, ensimismado, tímido, el día menos pensado puede explotar y colapsar. Una mañana de jueves, después de haber desayunado un plato de avena y café con pan, después de haber tomado el transporte público y después de haber registrado su entrada en el reloj checador electrónico de la entrada, ingresará al gran salón gris y, de entre sus largas faldas que siempre utiliza, sacará una granada de mano que hará explotar en el preciso momento de mayor aglomeración mientras se carcajea por primera vez en toda su vida.

Estoy seguro de que eso puede suceder en el momento en que uno menos se la crea.

Recuérdalo.