03-M
Veo a algunos de mis compañeros de organigrama correr con el alma en un hilo por los pasillos de esta Dirección. Se trata de la gente cercana al Director General. Su staff. Él, con cara de uf, tengo que volver a salvar al mundo y en menos de 45 minutos, o bien, con cara de alguien que siempre está pisando caca de perro al caminar, da órdenes, regaña, mira por debajo del hombro. Sus subordinados hacen todo lo posible por demostrarle que están con él y que son eficientes. Compiten veladamente entre ellos para ocupar el puesto del preferido. No importa que su labor se limite a sacar copias o a engrapar papeles interminables. El punto es estar ahí. Quizás, el punto sea también saber quién puede correr más rápido sin resbalarse o sin tropezar con el nuevo mobiliario de esta oficina horizontal (un modelo propuesto por el new public management para dar la idea de trabajo en equipo, sin jerarquías marcadas).
Todo viene y se va en algunos minutos. Los que tarda en recorrer de su oficina al elevador rumbo a alguna reunión ultra-importante. La vida y la muerte se debaten en esos segundos (por lo menos para los que están ahí involucrados y, por qué no decirlo, para los que observamos de lejos todo el asunto). Y digo que se debaten porque pareciera que el último aliento, el impulso vital depende de si todo va en orden o si no hay ningún detalle que se pierda. Digo, preparar los asuntos y no dejar ningún cabo suelto de las múltiples responsabilidades públicas está muy bien. El tema aquí es la actitud que se adopta. Ese aire de perdonavidas que campea a esta clase de funcionarios públicos y que lo determina para cualquier actividad que emprenda. Es decir, todo puede hacerse pero, ¿para qué generar la paranoia entre el equipo de trabajo? En fin. Decía que todo dura unos segundos. Como un vendaval que aparece súbitamente y, así mismo, se desvanece. Ahora, con el Hombre fuera de este recinto, todo se relaja y vuelve a la normalidad. Ha pasado la amenaza que hacía pender sobre nuestras cabezas las peores cábalas del Año Chino del Gallo (por decir algo, claro).
Y para dejar un corolario de todo este follón, una vieja máxima de la burocracia mexicana:
En la Administración Pública no hay cosas urgentes. Hay pendejos desesperados.
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