jueves, marzo 03, 2005

Tesis

La señorita Polevski (o como se escriba) y el señor Osorio Chong, precandidata y candidato ganador a las gubernaturas del Estado de México e Hidalgo, respectivamente, tienen problemas con sus títulos académicos. Tal problema radica en que, en algún momento, se ostentaron como licenciados y no lo eran. Algo que no es un asunto reciente. Desde siempre han existido esos casos. Recordemos, por ejemplo, al célebre Fausto Alzati que se autodenominaba doctor sin serlo. También existió --o existe-- un señalamiento contra el actual gobernador de Chiapas, Pablo Salazar, en el sentido de que nunca se tituló. De hecho, hasta la cargadora Soraya, primera mujer mexicana en ganar una medalla de oro olímpico y todo, también tuvo sus broncas por decir que era estudiante de la Universidad Nacional sin haber pisado la Facultad de Ingeniería alguna vez.

Menudo lío. No me deja de llamar la atención.

Hoy día ser "lic." es algo como muy, muy obvio. No lo digo en el sentido de la clásica frasesita de "en México todos son licenciados y señoritas". No. Lo pongo así porque creo que haber obtenido el grado de la licenciatura es lo más mínimo y básico que se puede tener. En términos claros: ser licenciado sólo es cumplir con lo más elemental. Algo que no debe impresionar a nadie. Es como sacar S o 6 en las notas.

Antes --quizás-- era lo más notable que algún miembro de la familia podía lograr. El motivo suficiente para despacharse a los cerditos en engorda, cerrar la calle y armar la comilona con familiares y amigos mientras el padre de familia lloraba al dar un sentido discurso por el vástago que había traspado la barrera del tercero de secundaria característico de la prole en cuestión. Ser licenciado significó por muchos años un pasaporte directo al apantallamiento de rurales y al ligue de innumerables señoritas cuya capacidad de asombro aún era virgen.

Pero hoy, en estos tiempos, ¿quién se sorprende de que le digan hey, tú, soy licenciado? No importa que tal grado sea en contaduría pública, piano o filosofía. El término "licenciado" ha depreciado a tal nivel su valor que ser eso y ser nada es casi la misma cosa (sólo que en las tarjetas de presentación es mejor tener el prefijo Lic. que no tener nada). Para decirlo de nuevo en términos de palitos y bolitas: hasta Vicente Fox es licenciado.

A lo largo de mi estancia dentro de la administración pública he escuchado a muchos flojonazos que, al no haberse titulado, argumentan barrabasadas para justificar su tortuguismo del tipo, mmmm, bueno, lo que importa es lo que sé, no me interesa el título, con la experiencia que tengo le doy la vuelta a 100 tituladillos, sé mucho más de lo que te pueden enseñar en la escuela. Yo, simple mortal recién casado, al oír tales imbecilidades, lo que he hecho ha sido tomármelo con calma y preguntarme en silencio, bueno, y si son tan buenos y brillantes, ¿por qué diablos se les complica tanto redactar un documento de alrededor de 150 cuartillas en el que comprueben o nieguen algo basado en la investigación y la reflexión? Digo, si en verdad "la vida" les ha dado experiencia, sapiencia y agallas, pues lo mínimo que deberían hacer es ponerlo sobre papel (o en el monitor). Con su probada capacidad dudo mucho que tal acción represente ni siquiera el esfuerzo de mover un cabello de su lugar.

Dirán ustedes, hey, mucha gente no tiene el tiempo ni los recursos suficientes para redactar su disertación final. O mejor, se han llenado de otros compromisos que les ha impedido sentarse a escribir (sobre todo los hijos, las demandas de pensión o la búsqueda de empleo, es más, hasta el propio empleo). De acuerdo. Pero aún así los refutaría afirmando que quien quiere hacer una tesis la hace y punto. Nada de pretextos, nada de salidas por la tangente. Es decir, podrán tardarse mucho más tiempo quienes sólo pueden dedicar unas horas a investigar, a pensar. Podrán vérselas negras los que no poseen un ordenador o ni siquiera hojas para mandar a imprimir los borradores. En fin, mil y un pretextos. Pero eso no significa que, si se dedican a ello, la terminen algún día. Lejano, sí, pero un día real y concreto a fin de cuentas, con sus 24 horas y su sol y su oscuridad.

No desprecio el punto de la experiencia y el colmillo (por llamarle de alguna manera) que se adquiere en el mundo real. Existe un momento en el que debes dejar definitivamente la escuela para no convertirse en un forever student. Como dicen que dijo Manuel Bartlett alguna vez: el que sabe lo hace y el que no lo enseña. Pero tampoco resto méritos al hecho de pasar por las aulas y generar un documento final en el que se demuestren las habilidades y capacidades de los estudiantes. Tal y como dijera San Max Weber, el hecho de ir a la universidad quizás no podrá ser de gran utilidad para el hombre de acción (el político, pues), pero le ayudará a tomar decisiones con un poco más de información.

Por ello, al inicio de mi tesis de licenciatura, la cual redacté hace ya tres años (a pesar de haber egresado de la escuela en 1998, tengo que reconocerlo), puse en letras grandes una frase de la Universidad Nacional que me sirvió de faro, guía y coordenada durante todo el proceso de elaboración:

LO VALIOSO DE LA TESIS ES QUE OBLIGA AL INDIVIDUO A ENFRENTARSE A UN OBSTÁCULO QUE SÓLO CON CREATIVIDAD Y DISCIPLINA, CAPACIDAD DE INTERPRETACIÓN Y SÍNTESIS, COHERENCIA MENTAL, HABILIDAD DE REDACCIÓN Y FIRMEZA DE CARÁCTER PUEDE SER SALVADO.

No sé quiénes hayan sido los autores de dicha frase, pero es utilísima.

Tanto que, ahora que no puedo avanzar en la de maestría, volveré a ponerla en la primera hoja para que poco a poco vaya empujando hacia adelante tal trabajo.

El tiempo apremia.