Esta mañana he asistido a la inhumación de Bernardo Quintana en la Rotonda que está en el Panteón de Dolores. He llegado tarde, pero aún he podido mirar a algunas de las celebridades que suelen darse cita en esta clase de actos. Lejos andaba el Rector y cerca Miguel España y Guillermo Vázquez. También muy cerca --quizás demasiado-- Jiménez Espriú. Recordemos que el nuevo ilustre mexicano fue uno de los fundadores y pilares de ICA, ergo, muchos de los asistentes eran ingenieros. El presidente no dio ningún discurso y el protocolo fue sumamente corto: 30 minutos exactamente. Algo muy rápido si se compara con la hora que duró la inhumación de Gómez Morin (así, sin acento, ya que la familia respeta el origen francés del apellido).
Estos días han estado algo raros. No sólo por lo que sucede en el planeta, sino por el entorno en sí mismo. Algunas veces suelo detestar a mucha gente que anda por aquí, pero luego cambio de parecer. Algunos colegas me han dicho que después de haberme casado he mejorado un poco mi mal humor. Ayer mismo, mi vecina, C., que detesta a su jefe (un guarrazo, por cierto), pero que se deja besar de manera sumamente escandalosa y pegajosa, me hizo cambiar de parecer respecto a ella en dos minutos. De acuerdo a varios chismes que corren por aquí (algo raro, ¿no?), se ha enredado con algunos tipos de su área. Esto le ha valido mantenerse en su puesto. Repito, son rumores altamente salpicados con esas dosis de mala leche que luego suelen llevar dichos comentarios. Además, su manera de vestir también ha provocado que se le considere de cascos ligeros entre las demás secretarias. Bueno, pues resulta que ayer iba todo muy normal, pero de repente escuché cómo le llamaba a su hijo, el cual, es un adolescente. Recomendaciones e instrucciones para no salir, para estudiar la "guía", para comer, así como avisos sobre dónde estaba su hermana y qué haría una vez que llegara C. a su hogar.
Uno piensa que luego de salir de la oficina viene el solaz. No descubro nada nuevo, pero C. es un ejemplo del doble rol que juegan algunas mujeres burocráticas. Por la mañana son secretarias que tienen que soportar a sus jefes, a los tipos que las piropean en el transporte público, a las intrigas de sus demás compañeras y por la tarde se transforman en verdaderos mariscales de campo en sus pisos. Lidiar con los críos, educarlos, mantenerlos a raya, plancharles la ropa, administrar los recursos, en fin, todo el catálogo de la vida cotidiana que es un pelín más complicado cuando se va por la existencia divorciado o separado. Así que, luego de escucharla en el móvil me dije, tranqui, no te calientes la cabeza y deja que la vida pase.
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