lunes, octubre 10, 2005

October

Con motivo de las lluvias de los últimos días escribí algo relacionado en el periódico local en el que colaboro. Aquí lo comparto con ustedes.

Octubre

Dice la canción que la luna de octubre es la más hermosa. Es probable. Pero para la región este mes no es sinónimo de astros luminosos, sino de lluvias constantes y peligrosas. Hace unos días recordamos el sexto aniversario de una de las mayores tragedias naturales que se hayan registrado en la zona. Las precipitaciones pluviales de 1999 dieron como resultado deslaves, inundaciones, pérdida de bienes inmuebles y decesos que aún permanecen intactos en la memoria. Pero también significaron muestras puntuales de negligencia, oportunismo político y desorganización.


Como parece ser una costumbre arraigada, la naturaleza se ha encargado de ser particularmente agresiva con los más pobres. Cada año las notas informativas sobre desastres naturales tienen como implicados a los estados de Chiapas, Oaxaca, Guerrero Veracruz y Puebla. Los más atrasados y desiguales del país. De hecho, en el reciente episodio del huracán Katrina en Estados Unidos, la nación más rica y poderosa de la actualidad, se ha repetido la historia al haber golpeado con mayor rigor a la población negra y latina de Louisiana. Las palabras de Joaquín López Dóriga en el noticiario nocturno al momento de dar a conocer la noticia ayudan a confirmar esta hipótesis: “no es Haití, es Nueva Orleáns”.

La relación pobreza-desastres posee varios factores que la alimentan más allá de lo impredecible del medio ambiente. Por un lado, la necesidad. Algunos requieren casas y terrenos y otros los ofertan a bajo costo. Algo que no puede despreciarse en vista de las difíciles condiciones para adquirir vivienda hoy en día. El punto radica en que las zonas que se promueven no suelen poseer las condiciones mínimas de seguridad al encontrarse en barrancos o riberas de afluentes. Mientras el clima permanece estable a nadie incomodan las chozas de madera y lámina montadas sobre los cerros. Forman parte de la escenografía típica del subdesarrollo, la misma a la que estamos tan acostumbrados. Cuando comienzan a aparecer las consecuencias de las lluvias todos se cuestionan qué hacían esas personas viviendo ahí.

Por otro lado, la irresponsabilidad. Desde hace algún tiempo hemos estado escuchando puntualmente las advertencias sobre los efectos que tendrá en el planeta el mal uso que hemos hecho del mismo. Términos como “calentamiento global”, “efecto Mariposa”, “El Niño”, entre otros, han comenzado a formar parte de las pláticas formales de la gente. Todos sabemos que algo va mal, pero aún creemos que no nos va a pasar a nosotros. José Sarukhán, ex rector de la Universidad Nacional, afirmó durante una conferencia realizada en 2001 que somos la última generación que sabe que una modificación climática está por suceder y, sobre todo, que podemos hacer algo al respecto. En su opinión, más adelante será irreversible.

Como suele suceder, estos datos sólo han provocado alguna reflexión superficial o una afligida promesa de acción en el futuro. En contraste, las cosas permanecen intactas en su esencia. La deforestación continúa campeando las zonas boscosas y los estudios de impacto ambiental siguen siendo algo decorativo y prescindible en la planeación urbana, por mencionar sólo algunos aspectos. La realidad inmediata es la única que parece no menospreciar los avisos de los especialistas al dar ejemplos cada vez más contundentes de que los pronósticos no están errados del todo.

Finalmente, la negligencia. Los reportes que se han estado presentado en la televisión referentes a los efectos de Stan en el sureste mexicano conducen a una peculiar observación. Muchas de las personas entrevistadas en refugios o captadas durante los desplazamientos en busca de salvar la vida portan las clásicas camisetas blancas que dicen Vota por X o Vota por Y. No hay distinción de colores. Pueden encontrarse verdes, blancos, rojos, amarillos y azules por igual. Población vulnerable que sólo interesa en periodos electorales. Los olvidados cuyo único valor es que poseen una credencial para votar con fotografía que pueden ocupar cada tres o seis años.

Al mencionar esto no me refiero a la inactividad del gobierno durante las tragedias. La aplicación de estrategias como el Plan DN-III por parte del Ejército Mexicano ha mostrado su efectividad de manera sistemática. De hecho, el modelo ha sido tan eficiente que se ha exportado a los vecinos del continente. El punto está en la pereza que las administraciones públicas municipales y estatales muestran en la atención de estos grupos en la cotidianidad. Los de siempre que solicitan servicios básicos de infraestructura. La negligencia también se personaliza cuando la ayuda solidaria se condiciona por votos o cuando, sencillamente, no llega a su destino.

Octubre ha hecho su aparición de manera “normal” en la región. Esperemos que esta nueva contingencia ambiental lejos de significar pérdidas y desolación refuerce la cultura de la protección civil entre las autoridades y la población.