lunes, diciembre 26, 2005

26-D

Y como diría José Feliciano, feliz navidá, feliz navidá... próspero año y felicidá, aiguanagüishiu a merri crismas, aiguanagüishiu a merri crismas...


Balances
Juan José Millás


En la puerta del cajero automático en el que esos chicos quemaron viva a una mujer, había al día siguiente un cartel que decía: "Fuera de servicio". Deberían haber puesto "Cerrado por defunción", aunque dado el precio del suelo en ese barrio, no tardarán en abrirlo. Un librero amigo me explicó esta lógica existencial: "Un volumen ocupa equis centímetros cuyo alquiler, si los sacaras al mercado, te produciría equis beneficios. Cuando un libro no es capaz de producir lo que consume, hay que retirarlo". El problema es que esa lógica acaba con el pensamiento, porque el pensamiento no vende. Por eso Rajoy se ha sumado, con gran éxito entre los suyos, al "muera la inteligencia" de la Conferencia Episcopal.

Pero volvamos a los libros. Quizá el Estado debería subvencionar una cadena de librerías para aquellos títulos incapaces de defenderse por sí mismos entre los superventas de las mesas de novedades de los grandes almacenes. Hablamos de libros minusválidos. O discapacitados. Libros distintos, en fin, que carecen de recursos para competir con los códigos da Vinci y compañía. Libros indigentes, podríamos decir, que son, no por casualidad, los mismos que se lanzan a la hoguera en los momentos históricos. Recuerden, por citar un caso próximo, el escaparate de la librería Lagun, de San Sebastián, repleto siempre de pensamiento inflamable. Creo que tuvieron que cerrar por la presión del mercado y de la gasolina, una combinación insoportable.

La mujer incendiada viva en Barcelona estaba ocupando en ese cajero automático más sitio del que podía financiar. Era minusválida, discapacitada, pobre, como ustedes quieran, y había que lanzarla a la hoguera, como los libros de pensamiento. "Se nos fue la mano", han asegurado grotescamente los chicos, dando por hecho que sólo deberían haberle roto las piernas. Si uno fuera el dueño del banco afectado, convertiría ese cajero en una sala de estar de paredes transparentes, con la imagen de Rosario sentada a una mesa camilla, leyendo uno de esos libros que los bárbaros queman también de manera periódica a lo largo de la historia. Pero uno no sabe lo que vale el metro cuadrado ni lo que cuesta cuadrar un balance.