viernes, marzo 03, 2006

ADN-PRI

De acuerdo con las últimas encuestas, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha resistido con cierta fortuna el temporal del Efecto Precioso respecto a las próximas presidenciales. Su candidato, Roberto Madrazo, no ha mostrado un descenso significativo en las encuestas como el que tuvo luego del Efecto Montiel, por el cual disminuyó su intención de voto alrededor de 14 puntos porcentuales. El más reciente sondeo de opinión realizado por María de las Heras ha señalado que Madrazo se mantiene empatado con el candidato del PAN, Felipe Calderón, en el segundo lugar de las preferencias electorales, con un número de sufragios estables de ocho millones, la misma cifra que su partido ha retenido desde su derrota en el año 2000 (Milenio Diario, febrero 22, 2006).

Sin embargo, el comportamiento que ha adoptado el PRI y sus integrantes luego de la difusión de las conversaciones telefónicas sostenidas entre el llamado “rey de la mezclilla”, el Ejecutivo poblano y otros personajes ha arrojado luces sobre su verdadera esencia: un partido desfasado y que –al parecer—no se ha dado cuenta de que la sociedad mexicana ha cambiado, a trancas y barrancas, en los últimos años.

¿Cuáles fueron las reacciones de los miembros de este partido luego del audioescándalo? En primera instancia, la estrategia fue cerrar filas en torno al gobernador de la entidad. El asunto fue calificado como un “chismito” y las grabaciones fueron consideradas falsas, o bien, manipuladas. Posteriormente, en un intento por demostrar la fuerza política del Ejecutivo estatal se realizó una manifestación pública en la que, según las cifras publicadas en los medios de información, aproximadamente 10 mil personas salieron a las calles de la capital poblana a mostrar su respaldo y apoyo a Mario Marín, así como también a cuestionar el trabajo y papel de los medios de comunicación respecto a este caso.

Asimismo, los alcaldes pertenecientes al PRI en Puebla firmaron y publicaron un desplegado en los diarios nacionales con el fin de dejar en claro su apoyo incondicional al gobernador cuestionado, el cual, unos días después estableció que no era conveniente despertar a la “Puebla revolucionaria” y que la entidad sólo era “la botana”, pero que lo mejor aún está por venir. En el ámbito federal, la sesión en la que el Senado de la República discutía el tema de las conversaciones telefónicas fue reventada por este partido y por su aliado en las presidenciales, el Verde Ecologista, mediante la suspensión de la misma por falta de quórum, bajo el argumento de que sólo había 58 legisladores cuando el mínimo debían ser 65.

Un caso atípico fue el que protagonizó el diputado priísta Pedro Ávila Nevares en San Lázaro. Este legislador federal adoptó una posición diametralmente opuesta a la de sus correligionarios al declarar en tribuna que era una “tristeza ver que una persona de nuestro partido (el PRI), el señor ése, que no debe llamarse señor porque es un depravado, ha hecho toda una confusión y una ofuscación de los verdaderos priístas que sentimos en carne propia este problema, porque se trata de nuestra niñez a la que se le está pervirtiendo y anulando su vida”. La dureza de sus comentarios se complementó con una petición de justicia y que “caiga ese sátrapa del poder, porque no puede un degenerado estar gobernando un estado tan heroico como Puebla” (La Jornada, febrero 22, 2006). Como era previsible, esta inusual muestra de franqueza fue reprochada y reprendida por sus compañeros de fracción.

Sin embargo, la estrategia se ha ido modificando en los últimos días. Luego del cálculo del efecto del escándalo sobre las intenciones del voto para las próximas elecciones, diversos miembros del PRI se han manifestado a favor de realizar las investigaciones pertinentes con el fin de deslindar responsabilidades. Así lo ha hecho ya el candidato presidencial y el coordinador parlamentario en el Senado, entre otros. Un cambio de rumbo que puede resultar tardío debido a la rapidez con la que se diseminó y se posicionó el caso en la opinión pública y en la valoración de los partidos y sus candidatos de frente al próximo dos de julio.

Algunos podrán decir, bueno, es la política, no debemos sorprendernos, es decir, estas actitudes forman parte de las prácticas que deben adoptarse frente a un fenómeno de esta magnitud. En efecto, realizar manifestaciones públicas, firmar desplegados y arropar a un compañero de partido forma parte de la política. El punto aquí es que se trata de política al estilo priísta. Viejas prácticas, antiguos usos y costumbres que algunos aceptan sin más y consideran normales –y hasta admirables—porque sencillamente así corresponden a nuestra idiosincrasia. Algo que bien podría clasificarse como una “cultura política priísta”, la cual, por cierto, no es exclusiva de los integrantes de este instituto, sino que se ha extendido y reproducido en otros partidos y en la propia sociedad civil. Un fenómeno que revela el ADN de esta agrupación: creer y comportarse como si todo fuese igual, como si no se hubiese avanzado gran cosa en los últimos años, como si fuésemos los mismos de antaño.

La democracia es la mejor escuela de ciudadanos demócratas. Sólo viviendo y experimentado este modelo y sus implicaciones se puede comprender su naturaleza y dinámica. El Partido Revolucionario Institucional no ha sido –y parece que no lo será en el corto plazo—democrático, por lo que no ha fungido como una fuente de nuevos cuadros políticos acordes a los tiempos. Por esta razón se reproducen estos fenómenos y su vigencia se mantiene intacta en ciertas regiones del país.

Sin duda, el PRI es indispensable para el mantenimiento y el fortalecimiento del actual sistema de partidos mexicano. Su importancia se refleja en el número de votos que obtiene y en las posiciones de poder que representa. Sin embargo, su viabilidad futura depende sólo de su capacidad para evolucionar y adaptarse a las actuales circunstancias. Algo que, de producirse, no sólo agradecerán sus integrantes, sino la población en su conjunto.