Instantáneas de abril
I. Su majestad, las encuestas
Es un lugar común decir que las campañas presidenciales rayan en la mediocridad, que los candidatos se comportan como adolescentes bravucones, berrinchudos y rodeados de gente de dudosa reputación, que lo que menos se encuentra dentro de las propuestas son eso, propuestas, y que todos estos factores junto a una larga lista de agravios indirectos (como el escandaloso dispendio de recursos en la publicidad mediática), ha dado como resultado un hartazgo de la población que se reflejará en los previsiblemente altos niveles de abstencionismo del próximo dos de julio.
Sin embargo, entre todo este conjunto de sinsabores sobresale uno: el uso y abuso de las encuestas. De un tiempo a esta parte dichas herramientas estadísticas han tomado un nuevo cariz. Ya no sólo informan sobre las tendencias sociales. No. Ahora también son el faro, la guía y la coordenada de las aspiraciones políticas. Los sondeos de opinión se han convertido en una especie de dios menor por el que todo pasa y que condenan a que todo aquello que no aparezca reflejado en sus cifras sea irreal.
Si en principio las encuestas se convirtieron en un termómetro confiable sobre las preferencias electorales, en la actualidad han tergiversado en un arma para ajustar cuentas y especular ante los votantes. Su expansión ha provocado que surjan un considerable número de “expertos” cuya filosofía parece ser una muy simple y directa: el que paga manda. Así, un día vemos que un candidato encabeza las tendencias. Sin embargo, al siguiente un nuevo sondeo desmiente los resultados, aplica una nueva metodología y sugiere que, en realidad, su cliente es el que va arriba.
Lo extraño es que mucha gente común nunca jamás ha sido requerida para contestar alguno de estos ejercicios estadísticos. Para comprobarlo apliquemos una encuesta simple: a la persona de al lado preguntemos, ¿alguna vez alguien te ha encuestado? Los resultados son interesantes.
II. Cine político
Se encuentran en cartelera dos filmes políticos. El primero es Un mundo maravilloso (Luis Estrada, 2006), la versión actualizada de La ley de Herodes (Luis Estrada, 2000). Si en la segunda apareció por primera vez el logotipo del PRI y se le llamó a este partido por su nombre, abordando sus más rancios y acendrados usos y costumbres en lo que a nombrar candidatos y gobernar se refería, en la primera se muestran los efectos de ese lugar conocido como “Foxilandia”.
Es el año 2006 y en México ya no hay pobres. Así lo anuncia el Secretario de Economía frente a un reconocido organismo económico internacional, el cual, claro, es el próximo objetivo en la carrera de este alto funcionario público. En su opinión, se ha cumplido el viejo anhelo de desterrar a la miseria del país (algo que, desde la declaración de Pedro Aspe referente a que la pobreza en México era “un mito genial”, se ha convertido en el oscuro objeto del deseo de cualquier administración). La mayoría de los mexicanos pueden estar en posibilidades de tener changarro y vocho. México como la nueva tierra de las oportunidades.
Sin embargo, cual si fuesen cucarachas que sobreviven a un ataque nuclear de proporciones bíblicas, los pobres aún siguen ahí. De eso da cuenta la existencia de Juan Pérez (Damián Alcázar), el prototipo de mexicano que ha servido por años para representarnos a todos los demás. Pérez no tiene vocho ni changarro. De hecho, no tiene nada, excepto a sus colegas y una peculiar suerte que lo lleva a estar en la picota pública. Su presencia tambalea la utopía gubernamental y nos ubica en nuestro terreno: seguimos siendo un país pobre, desigual y clasista.
Una película entretenida, divertida y con el añadido de entrar en la clasificación de obras artísticas de “conciencia social”. En contraste, al final alcanza dimensiones más crudas. Para ilustrar lo anterior sin revelar el secreto para aquellos que no la hayan visto aún, unas líneas de la canción “Soy pobre” de Miki (del compilado de la disquera Nuevos Ricos) son muy útiles: soy pobre / me quiero vengar / soy pobre / comenzaré a robar / no tengo lana / cero luz / ni para un viaje / en microbús / soy pobre / te voy a desorejar...
La segunda es Buenas noches y buena suerte (Good night and good luck, George Clooney, 2005). En este caso se aborda la disputa ocurrida a principios de la década de 1950 entre el periodista de la CBS Edward R. Murrow y el senador Joseph McCarthy. El equipo encabezado por Murrow indaga y presenta ante la opinión pública norteamericana las mentiras y las dudosas prácticas del legislador durante la cacería de brujas emprendida en este periodo de la Guerra Fría. De esta forma, el asunto sirve para ejemplificar las presiones que cualquier periodista puede enfrentar –en aquel tiempo y en el presente—al momento de cuestionar el comportamiento de políticos encumbrados.
Acusaciones diversas, amenazas de patrocinadores y un clima general de tensión se posan encima de las cabezas de los comunicadores que, sin embargo, deciden afrontar estos retos mediante dos herramientas: integridad y profesionalismo. Sin duda, un filme obligado no sólo por las tradicionales diferencias entre el poder político y el poder mediático, sino también por la vinculación que tiene respecto a las recientemente aprobadas reformas a las leyes de telecomunicaciones en el Congreso. Una reflexión sobre los medios, sus usos, sus vicios y sus riesgos.
III. La Comisionada y los güeyes
Hace unos días, Xóchitl Gálvez, Comisionada para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, perdió una apuesta con el gobernador de San Luis Potosí, Marcelo de los Santos, respecto a la construcción de un puente. Los actores que directamente decidieron la realización de esta obra pública fueron los equipos de fútbol San Luis y Cruz Azul. La Comisionada es hincha del segundo y viceversa. El resultado fue favorable a los potosinos, por lo tanto, la Comisión deberá financiar dicho puente. “Los güeyes de Cruz Azul me tendrán que ayudar con la apuesta”, mencionó la titular del organismo. Sin duda, una peculiar manera de agendar la realización de infraestructura social. Moraleja: ********* necesita un equipo de fútbol más competitivo con urgencia.
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