Entrevista RAF
Entrevista a René Avilés Fabila
¿Cómo se autodefine René Avilés Fabila?
Como alguien que vive de su trabajo escrito. Nunca me vi como político, ni como médico, ni torero; desde que tuve una edad razonable me visualicé como escritor. Por fortuna siempre viví en un mundo de libros y de actividades culturales. Escribo diariamente y soy autor de libros de cuentos, novelas y artículos periodísticos.
¿Cuál es su género literario predilecto?
Disfruto mucho todos los géneros. Depende de mi estado de ánimo. Son necesidades expresivas. A veces requiero hacer una novela, o de pronto un libro de cuentos o ensayos.
¿Y por qué nunca ha incursionado en la poesía?
Desde la juventud he sentido que es un género que no me corresponde. Cuando era muy chico intenté escribirla, pero llegué a la conclusión de que había poemas tan maravillosos que mejor los memorizaba y los declamaba; en ocasiones plagié a Neruda para dárselos a alguna novia ignorante. Siempre pensé que debía eliminar cualquier resabio poético de mi prosa narrativa. Tengo la pretensión de haber usado muy pocas metáforas en mi literatura.
En sus obras usted ha dado especial énfasis al género de la autobiografía...
En mayor o menor medida, toda la literatura es autobiográfica. Empecé a publicar mis libros de memorias con cierta celeridad. Alguna vez escribí un ensayo extenso en el que concluyo que la autobiografía no es un género testimonial, sino un género puramente literario porque con mucha frecuencia prevalece la exageración, la mentira, la fantasía desbordada y sobre todo algo muy importante: la ausencia de autocrítica. Nadie abiertamente dice: “soy un imbécil”, ni: “yo la maté y me robé el dinero”. Las grandes autobiografías son importantes por sus valores literarios y estéticos, no por decir la verdad.
¿Podría platicarnos sobre sus inicios en la literatura?
Primero busqué a mis afines. Por fortuna encontré en la secundaria a varios de mis compañeros de generación, como a José Agustín, Gerardo de la Torre, Alejandro Aura, Jorge Arturo Ojeda, Roberto Páramo y Andrés González Pagés. Por lo general nos reuníamos en casa de José Agustín para leer y discutir nuestros textos. Yo estaba empeñado en ser cuentista. En 1960 aproximadamente, conocimos a Juan José Arreola; él formó un taller literario con nosotros y creó la revista Mester, que fue nuestra vocera. Ya no estábamos solos, teníamos un maestro... y qué maestro. Nos ayudó mucho. Hace cuarenta años apareció el primer libro de nuestra generación, La tumba , de José Agustín. Al poco tiempo publiqué un libro de cuentos y conseguí la beca del Centro Mexicano de Escritores, donde tuve tres maestros excepcionales: Juan Rulfo, Juan José Arreola y Francisco Monterde. Juan Rulfo era un tipo de carácter difícil; chocaba mucho con los miembros de mi generación, decía que éramos muy impetuosos, prosaicos y plebeyos. Tuve muy buena relación con él, porque siempre supe respetar a mis mayores. El consejo político lo busqué en otros maestros, como José Revueltas, a quien le debo mi larga militancia en el comunismo y en la izquierda. Como muchos otros de mi generación, fui afortunado por tener acceso a todas estas figuras.
¿Qué unificó principalmente a los miembros de la denominada generación de “La onda”?
La literatura. En algún momento pudimos haber estado dentro de lo que Margo Glantz llamó “La onda”, pero no todos ni siempre: hay demasiadas corrientes y tendencias. He escrito literatura fantástica, amorosa y política; además, nunca usé huaraches ni morrales, ni me puse flores en el pelo; por el contrario, siempre anduve bañado y de traje y corbata. Sí, me gustaba mucha de la música de aquella época — como Scott Mackenzie — , y sí probé algunas drogas, pero de ahí a que yo fuera un escritor ondero... francamente no. Ni José Agustín, ni Parménides García Saldaña, quien fue el primer muerto de nuestro grupo.
¿Qué tanto influyeron sus padres para que decidiera ser escritor?
El medio en el que crecí me determinó. Mi mamá era una lectora voraz y una mujer que se había enamorado de un escritor en un México en el que la cultura era fundamental. Me impresionaba mucho tener un papá escritor. Imagino que todos los niños están orgullosos de sus padres, sean rateros, carniceros o lo que sea, porque de esa manera se les educó, para admirar y respetar a sus padres. Recuerdo que cuando tenía como 7 años, en una ocasión fui a “La pérgola”, que era una bella librería que estaba a un costado de Bellas Artes, y me produjo una sensación de gran orgullo ver que ahí había una novela y una foto de mi papá. El libro se llamaba Leonor y narra la vida de mi difunta hermana; además, soy uno de los personajes.
Mi padre, René Avilés Rojas, siempre estuvo inmerso en diversos medios culturales. Por ejemplo, formó parte de la comisión que organizó López Mateos y que presidió Martín Luis Guzmán para la creación del libro de texto gratuito. Yo no vivía con mi papá, pero a veces lo veía subrepticiamente y siempre me decía que la educación primaria sólo sería gratuita si se regalaban los libros de texto; sé que su último intento fue crear los libros de texto para las secundarias, pero después ya no sé que pasó porque desde que cumplí 24 años nunca lo volví a ver. La influencia que ejercieron mis padres para que me hiciera escritor fue grande y aparece plasmada con mucha claridad en mi última obra, El libro de mi madre.
¿Y cómo surgió este libro?
Tuve una relación muy compleja y cercana con mi madre. Mi madre era inteligente y culta, además tenía un carácter muy fuerte. Cuando ella murió me impresioné mucho porque, aunque es obvio que una mujer de 84 años no tarda en morir, uno no se dedica a imaginarla en el ataúd. Cuando me avisaron que había sufrido un derrame cerebral, me llevé una muy desagradable sorpresa. Mientras moría — la agonía duró poco más de 24 horas — , pensé en su vida y me di cuenta de que no sabía nada sobre ella. Nunca tuve la curiosidad de preguntarle por sus estudios, por sus compañeros, ni por muchas cosas. Mi mamá me resultó un gran enigma. ¿Por qué se había enamorado de mi papá, o del otro hombre con el que tuvo una hija? Necesitaba escribir el libro para continuar un diálogo más profundo con ella. Los escritores solemos ser muy edípicos. La antología poética Amor entre ruinas , de Dionisio Morales, incluye una parte importante de la poesía que los mexicanos han escrito sobre sus madres. Es asombroso. Unos la odian, otros la aman, otros la desdeñan, otros la admiran... pero los sentimientos hacia la jefecita sagrada son intensos, incluso en personajes tan fríos como Jaime Torres Bodet.
En la página 76 de El libro de mi madre, dice: “A veces dudo que en mi caso la literatura sea un don sino una detestable obligación”. ¿Podría ahondar en esa frase?
En México existen grandes dificultades para publicar, para que la crítica te acepte y para conseguir lectores. Uno se amarga un poco y se pregunta: ¿para qué demonios he dedicado gran parte de mi vida a leer, escribir y pensar, si no tengo lectores? Recuerdo la primera vez que fui a Buenos Aires, en 1970, a presentar El gran solitario de Palacio; era asombroso el respeto con que los porteños trataban a los escritores. Los turistas que se percataban de que yo era escritor, de inmediato iban a comprar el libro y me pedían que se los firmara. A diferencia de lo que siempre me dicen aquí en México, allá nadie me preguntó: “ah, usted es escritor... ¿Y en qué trabaja?” El arte tiene sentido cuando llega al público. Ser escritor en México es un castigo.
Es trágico no tener para quién escribir. Por eso estoy muy resentido; aunque tampoco debo ser tan injusto conmigo mismo, no me muero de hambre y tengo lectores. Uno de los motivos por los cuales no soy un escritor tan conocido como algunos amigos y colegas, es porque la mayoría de mis libros están dispersos en editoriales de universidades públicas. En un mundo tan competido y donde la mayoría de los medios de comunicación están frivolizados y centrados en tres o cuatro figuras aparentemente espectaculares y glamorosas, eso dificulta la publicidad de un escritor. Si uno ve desde el extranjero a México, pareciera que sólo existen Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y, recientemente, Jorge Volpi. Me llama mucho la atención la manera obsesiva en que los medios de comunicación abordan a estos personajes. Por ejemplo, si hay que hablar de Ana Guevara, de carreras automovilísticas o de política, le preguntan a Monsiváis; si se necesita un prólogo sobre los beneficios del tequila también se lo encargan a él, aunque sea abstemio. A veces los medios de comunicación convierten en héroes y en titanes de la cultura a seres visiblemente corruptos. Uno tiene que tratar de combatir esto de alguna manera y convertirse en su propio publicista. Y no sólo hablo por mí; si José Agustín se muriera en este momento, ¿quién promovería sus libros? ¿Quién promueve a José Revueltas? Sólo su hija. Es desalentador que un país como el nuestro, que es excepcional, desperdicie sus estructuras culturales y sus recursos en beneficio de unos cuantos allegados al poder.
De todos sus libros, ¿cuál cree que sea el mejor?
Si me dejo orientar por los críticos literarios, por los poquísimos críticos que hay en México, podría decir que Tantadel. Existe incluso un libro que publicó una profesora norteamericana, Norma Klein, que analiza la estructura de dos novelas cortas, Aura y Tantadel . En el mejor de los casos y siendo optimista, se quedarán algunos cuentos. Me sorprende El libro de mi madre, porque mucha gente dice que es lo mejor que he escrito.
Leí una nota en la que se afirmaba que Beatriz Espejo había expresado eso...
Sí, también la leí y mucha gente me ha dicho lo mismo. Sin embargo, hace como quince días, ella me habló y me dijo: “Oye, René, me han comentado que El libro de mi madre es bellísimo, dónde lo puedo conseguir.” No lo había leído. Eso te da una idea sobre cómo es la crítica literaria en México. El libro de mi madre no es un gran libro, sino un libro emotivo. Dionisio Morales dice que es lo más sincero que he escrito... Ésa es su opinión, porque siempre he sido muy sincero, yo diría que hasta cínico. En El libro de mi madre impera cierto tono de tristeza, pues uno no puede regocijarse con la muerte de un ser tan querido. El tono en el que hablo va muy bien con el espíritu nacional, aunque claro: no estoy pintando a Sara García. Este libro te lleva de la mano a una gran cantidad de literatura surgida a partir del dolor, como Una muerte muy dulce, de Simone de Beauvoir; y Beber un cáliz, de Ricardo Garibay. La revista Proceso, que nunca habla de mí, me dedicó una nota diciendo que era un gran libro; pero yo insistiría: he escrito más de quinientos cuentos y ahí está lo más rescatable.
¿Y qué le representa que se estén publicando sus obras completas?
Lo veo como una oportunidad para que la gente tenga mayor acceso a mi trabajo literario. Salen a cuentagotas y con dificultades, pero de todos modos es un honor; aunque no es consagratorio. Deseo que lean y juzguen mi obra. Tengo la impresión de que resulto una figura muy antipática; es asombrosa la cantidad de enemigos que me saltan por todos lados. Reconozco que también soy muy peleonero. Antes tenía más acceso a muchos medios y lugares, porque mi relación con los escritores mayores era muy buena; sin embargo, creo que los más jóvenes me ven de otra manera; noto que tienen un interés diferente por mi trabajo. Me sorprendió que en 1997 me otorgaran el Premio Colima de Cuento, porque el jurado estaba integrado por puros jóvenes. De tal manera que, cuando votaron por mí, seguramente lo hicieron pensando en que mi libro era el mejor y no en función de si soy simpático o antipático. Esto me hace mirar un futuro más esperanzador, aunque el futuro es de los pendejos, porque los verdaderamente chingones e inteligentes son los dueños del presente. Imagino que los jóvenes podrán hacer una nueva lectura de mi obra y quizá la analizarán sin que se cruce la figura del autor.
Las mujeres dicen que soy un hombre afortunado —imagino que creen que por el simple hecho de estar con ellas me saqué la lotería—, pero les digo que no: que todo se debe al intenso trabajo que he realizado. ¿Qué es ser un hombre afortunado? Hallar un billete de lotería con el premio mayor, o que el subcomandante Marcos diga que eres su amigo. He trabajado mucho para tener cierto éxito…
Todos los que escribimos, lo hacemos con el deseo de ser conocidos. Uno de los escasísimos golpes de suerte que he tenido es exactamente el de la publicación de mis obras completas. ¿Qué pasó? No lo sé. Tan puede ser sorprendente que una mujer, cuyo marido es un importante político, me dijo: “¿Cómo le hiciste para que te editaran tus obras completas?” Como si hubiera tenido que dar un soborno o comprado la editorial. Entonces le respondí: “No soy como tu esposo, que es un corrupto y un servil. Yo siempre he estado muy orgulloso de ser arrogante y vanidoso”.
El escritor René Avilés Fabila nació en la Ciudad de México en 1940. Estudió Ciencias Políticas. Es profesor de géneros periodísticos en la UAM y en la UNAM. Ha recibido varios reconocimientos a su trabajo, como el Premio Nacional de Periodismo (1991) y el Premio Colima de Cuento (1997). Como periodista ha colaborado con ensayos de crítica literaria y política en diversas publicaciones mexicanas y del extranjero. Es autor de una bibliografía muy amplia, en la que destacan las novelas: El gran solitario de Palacio, Tantadel, La canción de Odette y Réquiem por un suicida; los libros de ensayos Material de lo inmediato y La incómoda frontera entre el periodismo y la literatura; los libros de cuentos La lluvia no mata las flores, Fantasías en carrusel, Todo el amor y Los animales prodigiosos; y los libros autobiográficos Memorias de un comunista, Recordanzas, Nuevas recordanzas y su última obra, El libro de mi madre, del cual nos habla en esta entrevista donde también departe sobre su quehacer literario y periodístico, y sobre la publicación de sus obras completas.
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