La historia del fin de semana
Este fin de semana por fin se presentó el libro de mi pueblo poblano en el que he participado. Se llama Huauchinango haciendo su historia y ha sido editado por el CONACULTA y el INAH. Debe estar disponible muy pronto en las librerías del Instituto por todo el país, o bien, en algunas bibliotecas públicas.
El acto fue un éxito. La verdad, me sorprendió la asistencia de los huauchinanguenses. La Sala de Conferencias del Sindicato Petrolero estaba llena. De hecho, había gente parada en las entradas. Dentro del público había de todo. El muestrario completo del pueblo. Por ahí el párroco, por allá la socialité, más acá los culturosos. Pero también las amas de casa, el ex alcalde, la gente común y corriente, algunos grupos de huapango, las edecanes venidas de unas comunidades cercanas que pertenecen al municipio ataviadas con sus trajes típicos. En fin. Me parece que la convocatoria tuvo una gran respuesta y llamó la atención de la gente.
Al respecto, no debe descuidarse que se trató de una de las pocas presentaciones de libros que ahí suceden. Si a esto agregamos que era un libro sobre la ciudad, pues más probabilidades de generar suficiente interés y verse reflejado en la concurrencia. Pese a la lluvia que nos acompañó toda la tarde, poco a poco se fue llenando el recinto. En las juntas previas que habíamos sostenido los "autores" habíamos dejado en claro que comenzaríamos puntualmente, es decir a las 18.00 horas. Sin embargo, como suele suceder en estos casos, dejamos que el tiempo siguiera unos minutos más con el fin de que comenzara todo en el momento exacto. Y así sucedió. Alrededor de las 18.20, con el auditorio perfectamente colocado en sus sitios, con los presentadores listos para soltar sus discursos y con los "autores" sentados en las primeras filas, comenzó la presentación.
El primero en tomar la palabra fue el representante del INAH en el estado. Víctor Hugo Valencia habló a grandes rasgos de la importancia de este tipo de documentos para la vida comunitaria y agradeció a la gente su asistencia. Después, Margarita Alegría, profesora de la Universidad Metropolitana, analizó el contenido de la obra desde su punto de vista académico (es licenciada en Letras y tiene otros posgrados en el mismo asunto). Víctor Florencio Ramírez, quien es profesor del bachillerato, doctorado en algo y, además, es mi vecino allá, leyó un muy buen texto en el que invitaba a los paisanos a adquirir, leer y comentar el libro. Finalmente, Jacinto Rodríguez, periodista de Proceso, improvisó y leyó de manera simultánea su participación en la que resaltó la importancia de este tipo de textos para combatir el olvido. Lesly Mellado, una de las coordinadoras y principal organizadora del acto intentó cerrar, pero la emoción estuvo a punto de hacerla flaquear y, por lo tanto, mejor le devolvió el micrófono a Valencia para que diera el cerrojazo. Digamos que a Lesly, quien también es mi colega y periodista de La Jornada de Oriente, se le pusieron sus ojos de caricatura japonesa.
Durante todo el acto nadie se movió de sus butacas. De hecho, ni siquiera hubieron carraspeos o bostezos entre el respetable (como dicen los cronistas más viejos de la comarca). Todos sentaditos, derechitos y con cara de estar muy atentos. Por cierto, debo agregar que los "autores" fuimos anunciados por la propia Lesly al inicio de la presentación. Así, mientras decía éste es fulanito de tal escribió tal y tal, nosotros nos levantábamos de nuestro lugar para saludar a la concurrencia de diferentes formas. Por ejemplo, unos nada más levantaban la mano, otros se paraban, miraban de izquierda a derecha y se volvían a sentar, y otros --como yo-- ponían su mejor cara ante la ola que hizo mi hinchada brava en la tribuna (Sivel, Efrén, Pancho, Gaby, Israel, Idalia, et al, es decir la Rebel Serrana).
Si ya habíamos sido suficientemente mimados esa tarde, aún faltaba lo mejor. Primero, los comentaristas hicieron un breve recuento de los textos. En mi caso la profesora Alegría hizo un pequeñísimo resumen y después citó una frase. Rodríguez destacó mi queja respecto a que los medios nacionales casi nunca le hacen caso al pueblo, sólo cuando alguna tragedia natural nos visita. Debo decir en este momento que mi contribución ha sido un relato que, hace tres años, me contó mi madre respecto a las lluvias de 1999 en la región. El cuatro de octubre, el peor día de la precipitación, mis padres tuvieron que asistir a una consulta médica en el Hospital San Alejandro de Puebla (el mismo en el que hace seis meses falleció mi madre). El asunto fue que, desde la madrugada de ese día, la atípica lluvia ya había hecho estragos en la carretera y en la zona. A pesar de los inconvenientes llegaron a la consulta y regresaron. Sin embargo, todo se puso rudo unos kilómetros antes de arribar a Huauchinango debido a los derrumbes que ya habían sucedido en la carretera. Entonces, la narración --basada en el testimonio de mi madre-- se centra en la aventura que corrieron los dos (él diabético y con las pupilas dilatadas, ella artrítica, ambos mayores de 70 años) para caminar sobre la carretera en medio de la lluvia, atravesar los derrumbes (donde ya había un muerto) y llegar, por fin, a los suburbios de la ciudad para tomar un taxi rumbo a casa.
Bueno, volviendo al asunto, diré que al final llegó la catársis. Cuando dijeron gracias y todas esas cosas sólo pensé en pararme e ir a por el aguardiente de piña que ya estaba listo para repartirse en el vestíbulo. Sin embargo, cuál sería mi sorpresa al ver que ya teníamos frente a nosotros a varias personas con el libro en la mano y buscando a los "autores" con el fin de recibir un autógrafo. Wow. Vaya, vaya. Mis quince minutos de fama, pensé. En efecto, busqué mi bolígrafo roller Waterman en mi chaqueta, me senté de nuevo en la butaca y comencé a escribir dizque cosas ingeniosas (al menos así lo intenté) en las primeras páginas de los libros que me daban. Después me dí cuenta de que no sólo fueron quince minutos sino como media hora de fama la que me ha dado este libro.
"¿Para quién?", preguntaba a todos los que se acercaban. Ja, ja. "Para la familia tal...", "para fulanito", "para mí, wey...", me contestaban. Realmente me gustó eso de poner cara de interesante y dedicar libros a diestra y siniestra. Imagino que a mis colegas también porque nadie se movió y con amplias sonrisas despachaban a la audiencia. Nosotros olvidamos la cámara, pero sí pude ver que nos sacaron varias fotos. Si consigo alguna la subiré a este blog pronto.Recuerdo que una de las cosas que escribí con más insistencia fue algo así como "no preste el libro y si lo hace que se lo devuelvan". Pero también "gracias por formar parte de esta historia" (por el título del libro), "con afecto", "gracias por su compra" y otras tonterías. Como era de imaginarse, mis colegas comenzaron a decir que si ya estaba escribiendo la segunda parte o la fe de erratas de mi texto ante mi tardanza. En general, puedo asegurar que se siente bien eso de estar dando autógrafos.
Por cierto, olvido el detalle folklórico de la presentación. Resulta que al final, ya cuando todo estaba dicho exactamente para recordar el acto en la categoría de sobresaliente, dos personas del auditorio solicitan la palabra. Valencia, un poco contrariado, decida dárselas y estos se levantan de sus asientos y se dirigen al estrado. Se paran frente al micrófono y comienzan a leer algo. "La Unión de Comerciantes (o algo así) otorga el presente reconocimiento a bla, bla, bla...". Ja, ja. Vaya cosa. Pero si eso había sido --por sí mismo-- bastante cotorrón, el final superó las expectativas. Luego de decir "atentamente, tres de junio de 2006" (es decir, quien daba el reconocimiento no era una persona física o moral, sino el propio día tres de junio), remataron con una nueva manera de llamar a las instituciones convocantes. Así, en lugar de decir CONACULTA le llamaron CONACUTLA, y en vez de INAH ahora ya tenemos al INAHÍ.
Esto ha dado origen a una buena cantidad de sorna y escarnio. Por ejemplo, que Conacutla ya es una junta auxiliar de algún municipio poblano (Conacutla, Pue.) y que bien puede significar "Lugar donde los culturosos habitan", así como también que INAHÍ se debió a que los espontáneos se habían quedado bastante prendados del final de RBD. La presentación no podía irse sin ese detalle huauchi.
Luego del demandante acto de firmar y dedicar libros (ja) por fin pude ir a por mi vaso con aguardiente de piña. La concurrencia estaba ahora departiendo en el vestíbulo alegremente. Dos mujeres con pinta bastante sexy acaparaban las miradas. Tanto que hasta mi compadre Israel, venido desde la ciudad de Puebla, emocionadísimo preguntaba que qué onda con una de ellas que traía un vestido súper pegado, tacones altos y medias de red. Wow. Bastante fetichista el asunto. La verdad, sí era difícil no voltear la mirada hacia ellas (las cuales son madre e hija, por cierto).
En la mesa donde estaban las viandas había chicharrones, pepitas con chiltepín y queso, es decir cosas típicas de la región. Algo así como glamour combinado con usos y costumbres. Claro, además había piña, la cual estaba muy buena porque, siguiendo mi recomendación, la pusieron a enfriar antes. Como nota al pie de página debo decir que esa bebida trae el demonio adentro. En varias ferias de Pahuatlán, antes de ver a los grupos de rock en el Auditorio del Ayuntamiento, me tomaba un poco menos de medio litro y era suficiente para andar brincando y saltando (y hasta aventándome del escenario) con la suficiente energía para soportar los embates físicos y morales de tales ejercicios acrobáticos. Claro, eso fue cuando andaba en mis veinte. Ahora nada más me pone loco, pero ya no puedo andar en el slam. De por sí el aguardiente solo es rudo. La combinación del mismo con el azúcar de la fruta es explosivo. Y sólo cuesta 25 pesos el litro.
Muchos saludos, abrazos y felicitaciones mientras departíamos en el vestíbulo. Aunque también debo señalar que existió la parte oscura del acto, en este caso escenificada por uno de mis colegas que, bastante ardido por no haber aparecido en la compilación, andaba tratando de malviajar a los demás. El clásico que se siente con el derecho de aparecer en toda clase de actos culturosos de su pueblo porque su mundo se reduce a esa latitud. En fin. De ahí tomamos dirección rumbo a nuestro bar de confianza, en donde la fiesta se prolongó hasta casi las cinco de la mañana del domingo. Muchas chelas, muchas bebidas exóticas, muchos gritos y hasta baile ochentero.
Antes de ir a casa hicimos la clásica parada en el Jardín Central para comernos una hamburguesa de carrito llena de grasa y mantequilla. Por si no lo saben, en mi pueblo esa clase de alimento compite al tú por tú con la comida típica de la región, la cual ha sido desde siempre los antojitos hechos a base de masa y chile verde (molotes, enchiladas, tostadas, quesadillas y demás). Bueno, pues esas hamburguesas ya poseen fama mundial porque hasta el mismísimo Brendan Kilroe, irlandés con raíces en Coaxicala, decía que ni las de su país estaban tan buenas como esas. Tal cual.
Al otro día nos levantamos súper tarde y, como era de esperarse, nos fuimos directo al consomé y a la barbacoa para recuperarnos del trajín. Luego fuimos a uno de los pocos restaurantes medios culturosos del lugar a tomar café y comer pan de dulce a las dos de la tarde. La realidad se encargó de volver a ponernos los pies en la tierra y dejar de sentirnos los escritores que toda la Sierra Norte esperaba. Pero el recuerdo de lo que pasó esa tarde permanecerá muchos años.
Mientras regresábamos en el autobús rumbo a la Ciudad de México pensé, mañana escribo algo sobre lo que pasó en el blog.
Y eso es lo que ahora he hecho.
Para que no piensen que es una vil mentira lo del libro y tal, aquí anexo la portada del mismo, la cual he tomado del blog de mi colega Efrén.
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